
Sube el telón. Entra un guapetón aclamado por la multitud, acostumbrado a imponer las reglas de la pelea, a ganar siempre con la ayuda de otros y a tirar luego a sus aliados sobre la lona. Tiene delante a un enemigo pequeño en estatura, pero bien dotado de audacia. El grandulón va dando garrotazos a ciegas, sin entender cómo hace un contrincante tan chiquito para devolver los golpes. Grita, maldice, escupe groserías, y después de cuatro rounds se retira con los hombros caídos y la moral en el piso. Baja el telón.
La última bravuconería del gobierno de Donald Trump consistió en la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, «castigo » compartido con Corea del Norte, Irán y Siria. Aunque algunos expertos avizoran a un Mike Pompeo con ansias presidenciales para 2024, que ya coquetea con los electores de ultraderecha, la jugada del ex secretario de Estado no tiene nada de novedosa.
De 1982 a 2015 Cuba ocupó un lugar vitalicio en la tan llevada y traída lista, hasta que Barack Obama, en un intento de ablandar el golpe, revocó la decisión. Con los aguaceros de mayo de 2020 la última primavera de Donald Trump en la Casa Blanca cayó otra lista: la de países que no colaboran con la lucha contra el terrorismo. Justo el avance de la película que estrenaron el pasado 11 de enero.
La acusación de «puerto seguro para los terroristas », enarbolada por Pompeo, se basa en el rechazo de Cuba a extraditar a los líderes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) a Colombia, el respaldo al gobierno de Nicolás Maduro y la negativa a entregar a la luchadora civil Assata Shakur, condenada sin pruebas por el homicidio de un policía en 1973.
Sobre el caso Colombia, el gobierno cubano no justifica el atentado perpetrado por el ELN, que causó más de una veintena de muertes en Bogotá, en enero de 2019. Sin embargo, como mediadores de los diálogos de paz, con el respaldo de Noruega, nos ceñimos al protocolo secreto firmado entre las partes, cuyas normas no serán anuladas por la ruptura de las negociaciones.
Acostumbrado a violar tantos acuerdos, Estados Unidos padece una amnesia selectiva hacia el derecho internacional. Olvida que, bajo el fuego cruzado de guerrilleros, paramilitares, fuerzas de seguridad y bandas del crimen organizado, los narcotraficantes empolvan narices en el mercado del Norte, mientras el pueblo abona el suelo con sangre inocente. Lo único que no figura en el mapa de Colombia es el terrorismo cubano.
Para qué ratificar con palabras el apoyo al gobierno constitucional de Venezuela. Negar su legitimidad sería una afrenta a Bolívar, a Martí, a Chávez, a Fidel, a toda la tradición independentista en América Latina y al pueblo soberano que lo eligió en las urnas.
En 2017, Trump recordó que Assata Shakur, refugiada en Cuba desde 1984, figura entre los más buscados por el FBI. La guerrillera urbana, defensora de las vidas negras, está amparada por todas las leyes internacionales que otorgan el derecho al asilo a las personas perseguidas por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas. A esa clase también faltó el Tío Sam.
La lista elaborada por el Departamento de Estado carece de reconocimiento legal, político y moral en Cuba y en el mundo; pero pesa. Refuerza el nudo de la cuerda que nos estrangula económicamente desde 1959, incrementa la persecución comercial y financiera en todos los países, mantiene atadas a las empresas norteamericanas interesadas en el mercado cubano, vuelve más tortuoso el día a día de la gente de esta y de la otra orilla y deja el campo minado a Joe Biden, quien, aunque no juegue dominó en la mesa de Pánfilo, pretende otro acercamiento.
Antes de enfilar su política hacia la mayor de las Antillas, el 46.o mandatario de EE. UU. tiene que convertirse en «el presidente de todos los norteamericanos », lidiar con la pandemia que ha dejado vacíos en más de 400 000 familias, empoderar a las minorías frente al racismo sistémico, paliar el problema ambiental, y resolver la crisis democrática y de credibilidad. Algunas «papas calientes » las dejó Trump sobre la silla presidencial, otras son inherentes al paquete capitalista.
En su primer discurso oficial, este 20 de enero, Biden se dijo dispuesto a «enderezar entuertos », «ponerse en los zapatos del otro » y «reparar alianzas ». Durante los días de campaña electoral, prometió eliminar las restricciones de su antecesor sobre los viajes y las remesas, así como revisar más de 20 000 solicitudes de visa atrasadas. Analistas cubanos y extranjeros reconocen las facultades ejecutivas para revocar la reciente incorporación de Cuba en la lista y proponer al Congreso un embajador para la sede diplomática cercana al Malecón, pero el dúo Biden-Harris tiene la última palabra.
Sube el telón. Aparece un señor sonriente. Guardó el garrote oxidado, porque no le gusta pelear. El guerrero más pequeño se acerca en son de paz, dispuesto a dialogar y a cooperar. Solo pide respeto a las diferencias, a la libertad de andar el camino que prefiera sin que la bota de un gigante le cierre el paso, sin que la retórica ponga precio a sus ideales. Baja el telón.