¡Música, maestro!

El entorno sonoro forma parte de la calidad de vida de una sociedad, con impacto en la salud y el medio ambiente. Disfrutar de un entorno sin ruido constituye un derecho ciudadano.

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Ilustración de Alfredo Martirena sobre la indisciplina por música alta en las casas.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Idalia Vázquez Zerquera
Idalia Vázquez Zerquera
@IdaliaVzquez
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27 Septiembre 2025

Hay quienes insisten en poner la música a volúmenes descomunales hasta altas horas de la noche, sin pensar en las consecuencias que ello provoca en quienes conviven en el entorno comunitario.

Se trata de individuos que, sin ponerse en el lugar de los demás y con muy poco sentido común, gustan de situar los equipos de música para todo el vecindario, con decibeles que sobrepasan los tolerados por el oído humano.

Tampoco tienen en cuenta la hora; poco les interesa si las manecillas del reloj sobrepasan la medianoche, cuando la mayoría de los santaclareños duermen o intentan dormir para reponer fuerzas y emprender al día siguiente una nueva jornada de trabajo o de estudio.

No piensan que en el barrio los ancianos son mayoría y hay enfermos, a quienes se les dificulta conciliar el sueño, o niños pequeños que requieren un ambiente tranquilo.

Algunas de estas personas gustan escuchar música estridente, con canciones banales que nada tienen que ver con las melodías de la década prodigiosa y otras armonías actuales, también excelentes.

En momentos de contingencia energética e interrupciones eléctricas, hay quienes, cuando se restablece el servicio, sea la hora que sea, ponen la música a todo volumen y hasta hacen competencias con otros vecinos que mantienen igual actitud.

A este fenómeno se suman las ruidosas motos, que en calles concurridas hacen su arrancada a toda velocidad, como si estuvieran en una pista de carros, y dejan a su paso una estela de humo y resonancia que retumba en los oídos de los transeúntes.

Retomar el tema asociado a los ruidos nunca estará de más, si tenemos en cuenta sus consecuencias nocivas, en especial, para los niños y personas de la tercera edad.

El ruido actúa a través del órgano del oído sobre los sistemas nerviosos central y autónomo, y cuando sobrepasa determinados límites, se produce sordera y efectos patológicos en ambos sistemas, tanto instantáneos como diferidos. A niveles menores, provoca malestar e impide la atención, la comunicación, la concentración, el descanso y el sueño.

La reiteración de estas situaciones puede ocasionar estados crónicos de nerviosismo y estrés, lo que, a su vez, trae consigo trastornos psicofísicos, enfermedades cardiovasculares y alteraciones del sistema inmunitario. Si la situación se prolonga, el equilibrio físico y psicológico se ven seriamente afectados.

El entorno sonoro forma parte de la calidad de vida de una sociedad, con impacto en la salud y el medio ambiente. Constituye un derecho ciudadano disfrutar de un entorno sin ruido. De ahí que lograr este propósito se convierte en un deber de cada persona.

Muchos desconocen que la Ley 81/97, emitida por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma); el Decreto Ley 200/99 para Contravenciones en Materia de Medio Ambiente, el Artículo 170 del Código Civil cubano y la Norma NC 26:2012 forman parte de un cuerpo normativo que regula la polución sónica en Cuba.

Este cuerpo requiere su implementación y mayor exigencia de los organismos competentes en el cumplimiento de lo legislado en relación con este tipo de agresión medioambiental.

Entonces, se impone que quienes reinciden en estos hechos hagan un alto en el camino, tomen conciencia y tengan en cuenta las normas de convivencia social para reducir los decibeles.

La cuestión no radica en renunciar a la música ni a los gustos de cada cual, sino hacerlo con moderación para que imperen la educación y los buenos modales.

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