
«Así armado de amor, vengo a ocupar mi puesto humilde en la urgentísima batalla; a ungir mi frente en este aire sagrado, cargado de las sales del mar libre, y del espíritu potente e inspirador de hombres egregios: a pedir vengo a los hijos de Bolívar un puesto en la milicia de la paz».
No son las palabras de un latinoamericano común. Así habló, en 1881, José Martí, el viajero que «llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar», y lloró frente al monumento «que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo».
A solo 23 días del triunfo de la Revolución cubana, que se convertiría en faro de esperanza para el hemisferio occidental, la capital venezolana resultó el primer destino oficial del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, para rendir tributo al Libertador y agradecer al pueblo que hizo suya la causa libertaria en la isla.
«¡Venezuela no es un país cruzado de brazos! ¡En Venzuela hay un pueblo que es amigo de Cuba! ¡Venezuela es el pueblo de donde surge Simón Bolívar, y de Venezuela surgieron los soldados que dieron la libertad a la mitad del continente sudamericano!», fueron sus palabras en 1960, proféticas si vemos hoy la movilización popular en esa nación para defender su soberanía frente a la amenaza de agresión militar por parte del Gobierno de Estados Unidos, y el rechazo internacional a esta demostración de fuerza.
A diferencia de Cuba, que ha enfrentado una guerra no declarada desde que eligió un destino distinto al concebido por el imperio, desde 2015 existe una Orden Ejecutiva firmada por el entonces presidente Barack Obama, que declaró la «emergencia nacional» ante la «amenaza inusual y extraordinaria que la situación de Venezuela suponía para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos».
Las presiones han incluido medidas coercitivas unilaterales con impacto directo sobre la economía del país, atentados a la infraestructura mediante ciberataques, campañas de desinformación y satanización de las autoridades, instigación al terror con grupos criminales, entre otras manifestaciones de la guerra no convencional.
En agosto de 2025, cambió radicalmente la actitud de Washington, al ordenar un gran despliegue de fuerzas navales y aéreas en el sur del mar Caribe, presentado como una operación antinarcóticos por el presidente Donald Trump; el secretario de Estado, Marco Rubio, y otros representantes y defensores de la actual administración republicana.
Acusan al mandatario venezolano Nicolás Maduro de encabezar una supuesta entidad dedicada al narcotráfico y han puesto un precio de 50 millones de dólares a la información que conduzca a su captura, pues según la narrativa hostil, representa una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos y el bienestar de sus ciudadanos.
En septiembre, los efectivos norteamericanos han dirigido varios ataques letales a embarcaciones civiles procedentes de Venezuela, presuntamente cargadas de drogas y narcoterroristas.
Las justificaciones caen ante el más mínimo ejercicio de la racionalidad, pues analistas y expertos han señalado numerosas pruebas de que el uso de la fuerza militar para controlar el tráfico ilícito de drogas no funciona. La práctica usual de las autoridades estadounidenses ha consistido en interceptar embarcaciones, detener a los tripulantes y decomisar la carga; pero ahora se trata de ejecuciones sumarias en aguas internacionales, sin pruebas ni procesos judiciales, en franca violación de los derechos humanos, las normas internacionales y la legislación de EE. UU.
El propio Nicolás Maduro denunció que el 70 % de toda la cocaína sudamericana sale en los barcos de las empresas bananeras del presidente de Ecuador, Daniel Noboa; el 87 % de la que se produce en Colombia viaja por el Pacífico, y solo un 5 % intenta pasar por Venezuela.
El Informe mundial sobre drogas 2025, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, reconoce a este país como libre de cultivos ilícitos de estupefacientes y con eficaces operativos contra su transporte.
Además, los miles de millones de dólares que genera el negocio del narcotráfico van a la banca de Estados Unidos, y las agencias de inteligencia tienen suficiente información sobre las rutas por las cuales entran y se distribuyen las sustancias en el mayor consumidor mundial.
En ese mismo país, se estima que unas 80 000 personas murieron el pasado año por sobredosis, y más de la mitad de esas muertes fueron ocasionadas por fentanilo, un opioide sintético que puede producirse en un pequeño laboratorio, sin necesidad de cultivos, y nada indica que se produzca en suelo venezolano.
Voces especializadas en todo el mundo coinciden en que se trata de un pretexto para agredir militarmente a Venezuela, derrocar al Gobierno de Maduro, y apropiarse de sus reservas de petróleo y otros recursos naturales. Tampoco descartan que sea una amenaza indirecta a la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, quien ha sabido defender muy bien una postura abierta a la colaboración, pero no a la injerencia, para combatir a los cárteles que tanto daño ocasionan en el continente.
La preservación de la estabilidad de América Latina y el Caribe como Zona de Paz cuenta con el respaldo de México, Colombia, Brasil, Nicaragua, Honduras, Bolivia, Rusia, China y, por supuesto, Cuba.
No podría ser distinta la respuesta de nuestro pueblo y Gobierno, si la hermandad se ha curtido por siglos, desde la inclusión de las islas de Cuba y Puerto Rico en los planes de independencia del Libertador de América, la asunción de sus aspiraciones de integración por nuestro Héroe Nacional para madurar las ansias latinoamericanistas de erigir una sola patria; la coincidencia histórica de Fidel Castro y Hugo Chávez, dos líderes de talla universal; la consolidación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), y el impulso progresista desde la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
El vínculo ha calado en las arterias sociales más profundas, con profesionales de la mayor de las Antillas que llevaron la salud, el deporte y la cultura a zonas apartadas y olvidadas por la tradición neoliberal que antecedió al chavismo; maestros que alfabetizaron bajo el método «Yo sí puedo», médicos que devolvieron la luz a miles de venezolanos en una «Operación Milagro», y la plataforma de comunicación TeleSUR, que ha dado voz e imagen al Sur global durante los últimos 20 años.
Las firmas recopiladas en centros laborales y estudiantiles, y en comunidades cubanas, desde el 24 hasta el 30 de septiembre, no solo respaldan la Declaración del Gobierno Revolucionario Cubano: «Urge impedir una agresión militar contra la República Bolivariana de Venezuela». También defienden el derecho de un pueblo a su autodeterminación, condenan la hipocresía de quienes piden intervención armada desde suelo estadounidense, rechazan la práctica colonial de guerra y saqueo, e instan a cortar de raíz el flagelo del narcotráfico para salvar los miles de vidas que se pierden cada año y no a usarlo como excusa para atacar, desestabilizar y matar a más inocentes.
Ante la triste vigencia que cobra la sentencia bolivariana de que «los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad», impongamos un deseo también suyo: «ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y gloria».