
En el laboratorio, frente a frente contra el virus, están ellas. El descanso es poco. Llevan meses en una lucha sin tregua contra un enemigo diminuto. Pero cada día llegan al frente de batalla. Vienen artilladas con su conocimiento y resguardadas bajo un traje y caretas.
Con la luz encendida en medio de la noche, en la producción de la vacuna que hoy nos salva, ahí están ellas. Cansadas del sueño de ser princesas, se hicieron científicas. Dejaron el castillo de los cuentos de hadas y rescatan la vida en medio de una pandemia.
Junto al paciente que recibe el resultado positivo, también están ellas. Varias veces cruzaron la línea hacia la zona roja. Dejan en casa a su familia, mientras cuidan de otros, personas enfermas, que batallan duro para salir victoriosos.
En el vacunatorio, entre pinchazo y pinchazo, sonríen ellas. También van a casa de los pacientes encamados. Les toman la presión, los examinan y les regalan una dosis de inmunización.
En la dirección de la provincia, buscando soluciones, en un trabajo constante, a expensas incluso de la propia salud, están ellas. A veces casi no les queda tiempo para descansar, son tantas las urgencias y el deber de servir al pueblo.
Detrás de la computadora, también están ellas. Mientras intentan escribir con coherencia y darle cuerpo a un periódico, velan con el rabillo del ojo una olla con frijoles que amenaza con explotar.
En la cocina también están sus manos y en la frente del nieto con fiebre. En la larga cola de la tienda, en la magia de multiplicar los panes y los peces, en las palabras de aliento a los amigos, en toda obra humana deja su sello la mujer.