La ternura y el dolor de la soledad

A 140 años de haberse publicado el Ismaelillo, en medio de una Feria del Libro que rinde tributo al Apóstol, homenajeamos a Martí­, justo en el dí­a en que se rememora su partida fí­sica.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
Por Amador Hernández Hernández
1772
18 Mayo 2022

Hijo: espantado de todo, me refugio en ti…

José Martí­

Cuánto dolor en el alma del poeta-padre habrí­a suscitado el abandono, casi a hurtadillas, de la esposa y del hijo. Si la incuria de la mujer se hubiese dado en circunstancias diferentes, tal vez el poeta-patria hubiese sentido menos comprometida su espiritualidad con la angustia.

Siempre será poco todo registro biográfico en la vida de Martí­ con el propósito de husmear en el cúmulo de razones que despertaron, en la soledad de su patria-noche, los cimientos que lo llevaron a escribir un manojo de lirismo í­ntimo y necesariamente público que nos dibuja al hombre postrado por la agoní­a ante la falta del ser amado.

Este impresionante soliloquio del padre arrobado por el paisaje, mustio y doliente; un hombre atrapado entre la esperanza y el espanto de un mundo infeliz, de un mundo de sombras, atormentado por los viles que gobiernan con manos mezquinas los designios del hombre honrado y bueno con el hijo ausente, todo luz, fragancia, tierno prí­ncipe de las rosas, nos permite reafirmar que la lí­rica martiana constituye una perenne dicotomí­a entre la luz y la sombra.

La maldad humana lo consterna y lo azuza al uní­sono para seguir adelante con un proyecto que está por encima de cualquier espina familiar de hombre común. Sobradas razones le asistirí­an al eminente poeta nicaragí¼ense Rubén Darí­o para reconocer que el Ismaelillo es como un arte de ser padre.

(Foto: Tomada de Internet)

Y ciertamente la imagen de Martí­ se asoma en cada uno de esos poemas para recordarnos que el hijo, almohada y espuela, está ausente, separado de sus brazos por un «mar torvo y voraz »; sin embargo, en su embriaguez alucinante parece advertir, sobre su costillar, el espoleo tierno y esperanzador de su reyecillo que, delicadamente, le martillea la conciencia y le besa la tristeza.

Aferrado a esa imagen filial, a esa ternura del amor inabarcable y puro como un rayo de sol de invierno, podrá el guerrero voluntarioso huir del mundo cruel, agreste, regido por la maldad «Hijo: espantado de todo, me refugio en ti… », que es, en suma, esos horrores del mundo moral del que ya nos habí­a advertido el poeta del «Himno del desterrado ».

Se ponderan en esta «minúscula epopeya de la ternura » tres ideas sustanciales: la apreciación de las relaciones indestructibles, la poesí­a como fundamento moral y cimentación de un mundo mejor, e, igualmente, se reconoce el cuaderno como un ejercicio lí­rico que comenzarí­a como un retozo de los amaneceres…

La imagen del niño caballero montado a horcajadas sobre el pecho del padre tornado ahora en candorosa bestia, hasta convertirse este ejercicio en un cauce de autorrefinación del decoro. Nos alerta el poeta-mambí­ en el prólogo mismo de sus romancillos sobre los espantos y los refugios posibles solamente en el amor de su hijo, para después, en un arranque de hombre pundonoroso, advertirle en un acto de legí­tima confianza: «Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti ».

He ahí­ la evidencia del hombre que, a pesar de los sinsabores de la vida, se muestra digno ante el hijo Ismaelillo, a quien depositará en sus manos, como Dios en las del padre fundador de una nación árabe, la consumación de su obra emancipadora.

Y aunque el padre no alcanzó la dicha de ver a su caballero cuando entraba triunfante al lado de Calixto Garcí­a, el general de las tres guerras, en la ciudad de Victoria de Las Tunas, a 140 años de haberse publicado este poemario de la esperanza y del amor reconstituyente, sí­ descansa feliz y orgulloso el padre-apóstol en su mausoleo de luz, confiado en que no hay mayor poesí­a suya que la que va unida a la libertad definitiva de la tierra que le acunó un sueño.

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