Hijo: espantado de todo, me refugio en ti…
José Martí
Cuánto dolor en el alma del poeta-padre habría suscitado el abandono, casi a hurtadillas, de la esposa y del hijo. Si la incuria de la mujer se hubiese dado en circunstancias diferentes, tal vez el poeta-patria hubiese sentido menos comprometida su espiritualidad con la angustia.
Siempre será poco todo registro biográfico en la vida de Martí con el propósito de husmear en el cúmulo de razones que despertaron, en la soledad de su patria-noche, los cimientos que lo llevaron a escribir un manojo de lirismo íntimo y necesariamente público que nos dibuja al hombre postrado por la agonía ante la falta del ser amado.
Este impresionante soliloquio del padre arrobado por el paisaje, mustio y doliente; un hombre atrapado entre la esperanza y el espanto de un mundo infeliz, de un mundo de sombras, atormentado por los viles que gobiernan con manos mezquinas los designios del hombre honrado y bueno con el hijo ausente, todo luz, fragancia, tierno príncipe de las rosas, nos permite reafirmar que la lírica martiana constituye una perenne dicotomía entre la luz y la sombra.
La maldad humana lo consterna y lo azuza al unísono para seguir adelante con un proyecto que está por encima de cualquier espina familiar de hombre común. Sobradas razones le asistirían al eminente poeta nicaragí¼ense Rubén Darío para reconocer que el Ismaelillo es como un arte de ser padre.

Y ciertamente la imagen de Martí se asoma en cada uno de esos poemas para recordarnos que el hijo, almohada y espuela, está ausente, separado de sus brazos por un «mar torvo y voraz »; sin embargo, en su embriaguez alucinante parece advertir, sobre su costillar, el espoleo tierno y esperanzador de su reyecillo que, delicadamente, le martillea la conciencia y le besa la tristeza.
Aferrado a esa imagen filial, a esa ternura del amor inabarcable y puro como un rayo de sol de invierno, podrá el guerrero voluntarioso huir del mundo cruel, agreste, regido por la maldad «Hijo: espantado de todo, me refugio en ti… », que es, en suma, esos horrores del mundo moral del que ya nos había advertido el poeta del «Himno del desterrado ».
Se ponderan en esta «minúscula epopeya de la ternura » tres ideas sustanciales: la apreciación de las relaciones indestructibles, la poesía como fundamento moral y cimentación de un mundo mejor, e, igualmente, se reconoce el cuaderno como un ejercicio lírico que comenzaría como un retozo de los amaneceres…
La imagen del niño caballero montado a horcajadas sobre el pecho del padre tornado ahora en candorosa bestia, hasta convertirse este ejercicio en un cauce de autorrefinación del decoro. Nos alerta el poeta-mambí en el prólogo mismo de sus romancillos sobre los espantos y los refugios posibles solamente en el amor de su hijo, para después, en un arranque de hombre pundonoroso, advertirle en un acto de legítima confianza: «Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti ».
He ahí la evidencia del hombre que, a pesar de los sinsabores de la vida, se muestra digno ante el hijo Ismaelillo, a quien depositará en sus manos, como Dios en las del padre fundador de una nación árabe, la consumación de su obra emancipadora.
Y aunque el padre no alcanzó la dicha de ver a su caballero cuando entraba triunfante al lado de Calixto García, el general de las tres guerras, en la ciudad de Victoria de Las Tunas, a 140 años de haberse publicado este poemario de la esperanza y del amor reconstituyente, sí descansa feliz y orgulloso el padre-apóstol en su mausoleo de luz, confiado en que no hay mayor poesía suya que la que va unida a la libertad definitiva de la tierra que le acunó un sueño.