
Elegir entre tendencias y estilos resulta hoy tan problemático e improbablemente consensuado como pretender que un abuelo de guayabera y medalla al pecho aplauda que el nieto luzca tan o más «liso » que una rana. «En mis tiempos eso tenía otro nombre », afirma Tito, quien no suponía posible que a sus 68 años le tocara presenciar el «acabose » de la modernidad: una hija que ahorró durante cinco meses para comprarse unas botas en su opinión, «cañeras » y varios sobrinos con cabello teñido, cejas de geisha y ni asomo de pelo por las cuatro extremidades...
Sin embargo, Olivia Zaragoza, de 25 años, aprueba con los dos brazos en alto lo que considera un acto de justicia para con la masculinidad.
«Pocas cosas disfruto tanto como salir o conversar con un muchacho limpio, que muestre una piel cuidada, que se ocupe de su apariencia. El olor a colonia, las manos suaves o los detalles en el vestuario, así sea el más sencillo, me atrapan sin remedio. La cultura del cubano resulta muy básica y machista; o sea, la mujer es la criollita de Wilson y el hombre, un Cromañón. Yo aspiro a un príncipe, pero no porque ‘‘meche’’ todos los días y monte un ETZ: alguien que valora la belleza, debe ser necesariamente sensible ».
El tema no escapa a concepciones que varían desde la erotización de la moda hasta el hedonismo y el impacto sensorial de la imagen. Sin embargo, en la Cuba del grupo Los íngeles, la invasión coreana y el señor paquete, las expresiones estéticas se mueven según soplen los vientos del audiovisual o los caprichillos de un mundo distante que avanza con pasos de siete leguas.
La burbuja de la isla estalló cuando el dólar y las remesas reubicaron a parte de los cubanos, y las diferencias resultaron entonces tan inevitables como las mareas. Se importaron las modas dentro de equipajes, revistas o novelitas colombianas, lo tradicional se permutó con la vanguardia de la pacotilla, y la gente, quizá por primera vez, se atrevió a romper el molde para construir una individualidad totalmente diversa.
Hoy, las tendencias en el top entiéndanse los metrosexuales, lumbersexuales y hipsters casi siempre se establecen como derivaciones propias de las llamadas tribus urbanas; es decir, si eres rockero, debes llevar uno o varios tatuajes; las chicas micky, tacones de 15 centímetros y bolsos Michael Kors; los repas, jeans rotos, buenos tenis y una gorra llamativa; los rastas, «drelos » de medio metro... No obstante, la perspectiva social ha sexualizado dichas expresiones estéticas, y la carga de prejuicios que gravitan en torno a una barba o un pecho depilado, conspiran contra el elemental derecho a proyectarnos en el mundo.
¿La verdad?: la ola no se detiene y no solo sumerge a la «farándula » que implanta estilos en una discoteca, ya que leñadores y metros proliferan en cualquier universidad y espacio público. ¿Cejas perfectas?, a la orden del día; ¿bufandas en pleno verano?, al doblar de la esquina; ¿barbas de ermitaño?, soñadas por cualquier adolescente.
Claro, Cuba adopta sus variantes particulares para cada estilo, aunque aún resta mucho por resanar de una opinión pública tantas veces injusta.
La revolución de los pelos
De esta manera denomina una amiga al movimiento estético que absorbe la atención de millones de jóvenes en el mundo. El «hoy sí y mañana no » de la moda, podría trastornar al más centrado, sobre todo, porque mantener la apariencia no importa en cuál de sus variedades resulta un propósito harto «peliagudo ». En un país en el que lo mismo nos declaramos en crisis de gel que de papas, la manutención de los gustos casi se equipara a la crianza de un bebé.
La cultura metrosexual parecía la solución divina a estos devaneos del mercado, pues el «pecado » del vello corporal se combatió hasta con los resistentes fósiles de las cuchillas soviéticas.
Nada, niet, rien, nothing: nulo en cualquier idioma; imperdonable para el santo sacramento del swing, supuesta fuente de atracción sexual, más poderosa que la fuerza de gravedad, a pesar de que las piernas de muchos semejaran un lastimoso dueto de absorbentes.
Litzie Yanes también se rindió al magnetismo de la metrosexualidad, aunque el exceso, como siempre sucede, terminó por saturarla.
«Cuando mi exnovio se apareció totalmente depilado me pareció muy sexy. ¡Mi Lee Min Ho cubano!, ya que también se hizo un corte de cabello similar al del artista coreano.
«Todo iba bien, pero cuando comenzó a desatenderme por ir a la barbería a que le perfilaran las cejas, y el dinero no le alcanzaba ni para una salida al Coppelia, por todos los gastos en la depilación quincenal, la ropa «cómica » y la crema Gillette, me decepcioné y empecé a alejarme. Te juro que no exagero. Llegó a tener más lociones y artículos femeninos que yo, y un día me dije, Litzie, esto se acaba hoy ».
¿Llegaste a dudar de su orientación sexual?
¡Jamás! Pero dudé de algo peor: su amor por mí. En unos meses pasé a un tercer o cuarto plano entre sus prioridades, y eso no lo pude asimilar.
Brian, de 18 años, también comparte la estética metro, y se reafirma heterosexual a todas.
«Mi novia dice que no se imagina con alguien lleno de pelos en el pecho, los brazos y las piernas. Oye, eso solo era bonito en los tiempos de mi abuela, cuando las mujeres no conocían otra cosa y la abundancia de vello se asociaba a la potencia sexual y la virilidad. Si la ciencia demuestra que el afeitado reduce la fertilidad o me afecta los pulmones, entonces me dejo ‘‘silvestre’’; mientras tanto, ¡que venga la cuchilla! ».
Los cuestionamientos referentes a la identidad sexual de los individuos y su nexo con las ideologías de la moda, constituyen una suerte de pan caliente entre círculos de toda clase. Homofobia injustificada, argumentos acuartelados, verdades enclenques y sacudidas por resentimientos culturales...
Una de las más recientes publicaciones del Centro Nacional de Estudios de la Juventud expone los criterios del Dr. Julio César González Pagés, coordinador de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades, quien, de forma exhaustiva, desmenuza los porqués de un fenómeno generalizado.
De hecho, la versión criolla de la metrosexualidad se restringe al afeitado de piernas y brazos, pues su origen cosmopolita en algunas de las urbes más desarrolladas del planeta como New York, Londres y París se limitaba a los hombres de clase media y alta, cuyo estatus económico los posicionó al nivel de los pequeños lujos que ofrecen la industria textil y de la cosmetología dedicada a los caballeros.
«Nos están vendiendo un estilo de vida con el que se promocionan formas de consumo para los hombres. Si hay detrás de esto una conspiración no lo sé, pero en la medida en que las mujeres tratan de disminuir el uso de los cosméticos, este ha aumentado en los hombres. [...] Particularmente en Cuba comenzó siendo una moda de adolescentes y jóvenes de menos de 20 años; pero se ha ido desplazando hacia un sector de hombres de entre 30 y 40, en quienes uno advierte una estética metrosexual.
«Hay tantos metrosexuales homosexuales como heterosexuales, lo que sucede es que el cuidado que estamos acostumbrados a ver en las mujeres se traslada a los hombres. Para que quede claro, la metrosexualidad nada tiene que ver con conductas sexuales, sociales ni políticas ».
Sin embargo, cuando algunos padres estaban a punto de ofrecer una recompensa a quien convenciera a sus hijos de que lo correcto es lucir con resignación lo que la naturaleza les impuso, la tendencia lumbersexual aterrizó entre aleluyas del conservadurismo y le dio un puntapié a la onda lampiña. El concepto, proveniente del término anglosajón lumber que significa leña nos aproxima a una estética en la cual lo protuberante de la barba marca el toque de distinción y actualidad.
Como todo en la moda, la temporada de los leñadores también se recicla de momentos de antaño, pues la era hippie en los sesenta, y los yuppies de los ochenta, distinguieron, además, por este detalle natural. No obstante, los lumbersexuales sí se catalogan como tribu en Los íngeles y New York, con énfasis en el grupo de los intelectuales y de grandes empresarios, reminiscencia, quizá, del poder y la sabiduría atribuidos a la barba desde la antigí¼edad.
En honor a la verdad, lo despreocupado de dicha estética contiene muy poco de improvisación y desarreglo: el cuidado del vello facial precisa de atención y constantes retoques.
«Me resulta cómoda y me protejo el cutis, y encima, tiene mucho que ver con mi estilo personal. Soy un poco vago, y en el Servicio Militar era un suplicio, ya que no podía mostrar ni una sombrita de bigote. Si ahora se lleva, pues mucho mejor, aunque era una decisión tomada. Creo que la mantendré hasta el día en que me salgan canas », afirma Diego Enrique, estudiante de 22 años.
Legna y Amelia sonríen ante mi pregunta: ¿Les atraen los muchachos con barba? Supongo que, guiada por alguna que otra experiencia, Amelia me respondió con un Sí inmediato.
«No es solo la barba, sino todo el conjunto. Me encanta que los muchachos se acuerden de que son hombres y no payasos o maniquíes, y usen de nuevo camisas, zapatos de cuero, jeans, manillas de piel... es muy masculino y estimulante. Las mujeres no vivimos en una nube de cursilería, pero nos encanta sentirnos protegidas por alguien fuerte y bien varonil ».
Y los hipsters, ¿dónde quedan?: ¿símbolos sexuales?, ¿reliquias o híbridos? Al surgir en los cuarenta, su filosofía apuntaba a una existencia contestataria, pobretona y liberal, y tras unos cuantos refritos del mismo movimiento, llegaron a nuestros días con sus cabelleras rebeldes, vestidos y botas, chaquetas y sombreros, amplias faldas y tenis Converse. La propuesta, en apariencias ajena a los alaridos de la moda más high, combina prendas modernas con toques vintage o de época, lo cual dota a los jóvenes de un look bohemio, flemático y, sobre todo, bien pensado.
En esta ocasión, los hipsters sí acentúan la diferencia económica con sus coetáneos, pues el fenómeno cuenta con un común denominador para los cinco continentes. Los accesorios distintivos ya no se limitan a un pañuelo o a grandes lentes de sol, sino a dispositivos tecnológicos de última generación: teléfonos celulares con la marca Apple como Santo Grial, laptops, audífonos de DJ y cámaras fotográficas para uso profesional. ¿También en Cuba? Observen a su alrededor, y comprobarán que el atraso del subdesarrollo no liquida la intención de ser notados.
No pretendemos dictar sentencia ni sentar las bases de lo adecuado o lo inaceptable, pues resulta muy ingenuo malgastar fuerzas y neuronas mientras se intentan determinar efectos a largo plazo. La moda es un suspiro y sus hitos perduran hasta que aparezca algo nuevo que no ha de ser mejor ni más bello, solo diferente y la juventud posee el don de que el único complemento que precisa radica en su propia frescura.
Nadie necesita crear un ropero de disfraces para exigir su huequito en la modernidad, porque el exceso es lo único que sobra en el reino del buen gusto. El mejor personaje resulta el que se asume con naturalidad y elegancia; por ley, luciremos bien con lo que nos haga sentir cómodos e identificados.
Ni caricaturas ni versiones: jóvenes simplemente. El paso es breve por estos días de gloria, así que hagámoslo lo más felices posible.