Laura Lyanet Blanco Betancourt
Laura L. Blanco Betancourt
@lauralyanet
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30 Septiembre 2015

La última visita del Comandante en Jefe a la central provincia habí­a sido en 1976, tras la restructuración polí­tico-administrativa de la Isla. Después, Fidel habí­a visitado Camagí¼ey, Las Tunas, Holguí­n...y no habí­a tenido ninguna otra comparecencia pública por Villa Clara. Por lo que la gente empezó a decir esa expresión, que en realidad no tení­a nada de cierto, como el lí­der histórico probarí­a aquella tarde inolvidable del último dí­a de septiembre de 1996.

El 29 de septiembre de 1996, proveniente de Sancti Spí­ritus, el Comandante en Jefe vino a abanderar al Contingente Campaña de Las Villas, que casi concluí­a las obras del pedraplén Caibarién-Cayo Santa Marí­a.

fidel castro y miguel diaz canel santa clara 30 sept 1996El Comandante en Jefe Fidel Castro y Miguel Dí­az-Canel, primer secretario del Partido en Villa Clara, en la Plaza de la Revolución Ernesto Guevara, el 30 de septiembre de 1996. (Fotos: Archivo)

Entonces, Miguel Dí­az-Canel Bermúdez, primer secretario del Partido en Villa Clara, le contó de las ansias de los villaclareños por escucharle, y le pidió que le hablara al pueblo. Meditó unos minutos, porque no sabí­a cómo o dónde ocurrirí­a. No se podí­a imaginar que en menos de 24 horas, pudieran movilizarse a la gente. Pero accedió: «Sí­, con mucho gusto, aunque ustedes están locos ».

Al amanecer del 30 de septiembre, Villa Clara recibió la noticia a través del matutino radial Patria. Comenzó la movilización para hacer de ese, un dí­a histórico. Y a las 6 de la tarde, una marejada humana colmó la plaza.

Caí­a una llovizna inoportuna, que amenazaba con convertirse en aguacero, justo como ocurrió la ví­spera allá, al norte, con los constructores del terraplén. Mas el agua no intimidó a nadie, porque «al pueblo, que es lo más importante, no le asustan ni los chubascos, ni las lluvias, ni las tempestades, ni los rayos, ni los truenos, que sirven para probar el temple de la gente ».

La espera se rompe: el Comandante en Jefe aparece. Tiene como primer propósito el de rendirle honores al otro Comandante, al guerrillero, y así­ lo hace. Coloca unas flores. Medita. Avanza hacia los micrófonos. Juega con ellos, un tanto nervioso. Luego, en un impulso por redimirse ante la multitud, agradece: «Son ustedes demasiado generosos conmigo, por el calor y el cariño con que me han recibido y por ser capaces de llenar esta gran plaza, aun bajo la lluvia ». Y se disculpa: «Les quiero simplemente decir que he empleado esas ocasiones y esos viajes para ir a los lugares donde tení­amos algún tipo de problema, no a aquellos donde todo marchaba perfectamente bien. No lo tomen, por favor, como un olvido; tómenlo como un reconocimiento ».

El gentí­o, atrapado en su oratoria, pasa del silencio a los aplausos, de los aplausos a los ví­tores, de los ví­tores otra vez al silencio, para oí­rle acerca de su respeto profeso a los villaclareños, porque «no hay tarea, no hay proeza en que no hayan estado presentes masivamente ».

Fidel continúa hablando de zafra, de mortalidad infantil, de agricultura, de todos los resultados que Cuba exhibe gracias al «pueblo cuya inteligencia, cuyo carácter y cuya historia ha hecho posible una Revolución como esta ».

Aquel 30 de septiembre, la muchedumbre enloqueció. Bien valió la espera. A partir de entonces, y con la llegada un año después de los restos del Che, hubo un antes y un después en la historia de esta provincia. Esa tarde, el lí­der deleitó al público y el regocijo del pueblo le fue devuelto con creces.

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