
El Apóstol de la Independencia de Cuba tuvo una vida intensa, pero breve. Nunca hubo descanso en su infatigable existencia, pero no hay duda que el 25 de marzo de 1895, resultó uno de días más cargados de emociones.
Tres inolvidables cartas escribió el Apóstol ese día: a su madre, a su hija espiritual, María Mantilla, y al amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal; y aún tuvo tiempo para redactar el Manifiesto de Montecristi, considerado el programa político de la Revolución de 1895.

A Doña Leonor, la mujer que le diera el ser, le escribiría lo que sería su última misiva: «Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.
«Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mí alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Vd. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.
S. Martí
[Montecristi] 25 marzo 1895
Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Vd. pudiera imaginar. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca ».
José Martí

A María Mantilla y a su madre Carmita Miyares, les dice: «Salgo de pronto a un largo viaje, sin pluma ni tinta, ni modo de escribir en mucho tiempo. Las abrazo, las abrazo muchas veces sobre mi corazón. Una carta he de recibir siempre de Uds, y es la noticia, que me traerán el sol y las estrellas, de que no amarán en este mundo sino lo que merezca amor, de que se me con servan generosas y sencillas,de que jamás tendrán de amigo a quien no las iguale en mérito y pureza. Y ¿en qué pienso ahora, cuando las tengo así abrazadas? En que este verano tengan muchas flores: en que en el invierno pongan, las dos juntas, una escuela: una escuela para diez niñas, a seis pesos, con piano y español, de nueve a una: y me las respetarán, y tendrá pan la casa. Mis niñas ¿me quieren? Y mi honrado Ernesto. Hasta luego. Pongan la escuela. No tengo qué mandarles más que los abrazos. Y un gran beso de su
Martí
[Montecristi] 25 marzo.1895 »
Mientras a Federico Henríquez y Carvajal, el dominicano hermano, como lo fuera también el mexicano Manuel Mercado, le revela la intimidad de su pensamiento en una carta considerada por los estudiosos, junto a la más famosa del 18 de mayo de 1895, como su testamento político.
Por su extensión, no resulta posible publicarla de manera íntegra, pero varios de sus párrafos nos corroboran su importancia para entender la genialidad del pensamiento martiano y su altruismo revolucionario, que no duda ni por un segundo en sacrificar su propia vida por la independencia patria:

«Donde esté mi deber mayor, adentro o afuera, allí estaré yo. Acaso me sea dable u obli gatorio, según hasta hoy parece, cumplir ambos. Acaso pueda contribuir a la necesidad primaria de dar a nuestra guerra renaciente forma tal, que lleve en germen visible, sin minuciosidades inútiles, todos los principios indispen sables al crédito de la revolución y a la seguridad de la república ».
Más adelante, el Apóstol afirma: «Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respecto y sentido humano y amable, al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor ».
Y remata Martí su ideal patriótico con un deseo explicitado, que ha llevado a algunos estudiosos a inferir de esas palabras la idea del «suicidio romántico », lo que resulta totalmente falso: «Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora ».
Las últimas líneas al amigo dominicano encierran, igualmente, la convicción de luchar al precio de su vida por la independencia de su Patria, que a su vez, era la de Nuestra América, como él mismo la había denominado: «Levante bien la voz: que si caigo, será también por la independencia de su patria. Su José Martí ».

Del famoso Manifiesto de Montecristi, llamado así por la localidad dominicana en que fuera firmado, se ha escrito lo suficiente, pero en fecha tan significativa, como el 124 aniversario de su redacción, conviene ratificar que sus ideas conservan plena vigencia y nos acompañan en los días de hoy.
Allí Martí, ratifica la idea de la continuidad de la Revolución del 95 con aquella iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, en Demajagua: «La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra, en virtud del orden y acuerdos del Partido Revolucionario en el extranjero y en la Isla, y de la ejemplar congregación en él de todos los elementos consagrados al saneamiento y emancipación del país, para bien de América y del mundo ».
En tanto, definía que la guerra iniciada el 24 de febrero, y cito: «(…) no era el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, ni la cuna de tiranías y de odios raciales, sino el producto disciplinado de fundadores de pueblos; la guerra sana y vigorosa de hombres capaces de gobernarse por sí mismos, sin reproducir los anquilosantes modelos de las repúblicas feudales y teóricas de Hispano-América ».
Tampoco la Revolución del 95 era la guerra contra el español, como hacía creer la Metrópoli, sino «contra el régimen despótico de España », y mucho menos aún era una guerra de razas: «Solo los que odian al negro ven en el negro odio », sentenciaba una parte del Manifiesto.
Pero la Guerra Necesaria iba más allá de la independencia de Cuba y Puerto Rico, pues su objetivo era otro de mayor alcance:

«La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en [el] plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre [...] »
Entre José Martí, como Delegado del Partido Revolucionario Cubano, y Máximo Gómez, en su condición de General en Jefe, hubo absoluta identidad de criterios. El propio Martí, en carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra afirmó: «Del Manifiesto [...] luego de escrito no ocurrió en él un solo cambio [...] sus ideas envuelven, [...] aunque proviniendo de diversos campos de experiencias, el concepto actual del general Gómez y el Delegado ».
Años después, el Generalísimo bautizaría al Manifiesto como «el Evangelio de la República », y así ha continuado hasta los días de hoy.
El propio 25 de marzo de 1895 partiría Antonio Maceo de Costa Rica, y un 25 de marzo, pero de 1903, nacería Julio Antonio Mella.