
Los padres de «ahora » no son como los de «antes », porque asunto concluido todos somos hijos del tiempo, y el tiempo pasa volando, y ningún tiempo es igual al otro, cuestión que a veces olvidamos los «mayores » y no les preocupa mucho a los «menores ».
No puedo asegurar si antaño extendido a los abuelos se les quería más o menos, si se les respetaba más o menos, si se les escuchaba y consideraban más o menos, porque eso no es ya «cosa » del tiempo, sino de corazón, familia y sociedad.

Pero sí: eran distintos; y también, iguales, más allá del «tú » o del «usted »; del «pa », del «papi » o del «papá ».
Salvando las distancias, creencias, filiaciones, ausencias y carencias, obviemos las comparaciones y pensemos más en la vida que ellos nos legaron.
Porque al respecto no somos una coincidencia, sino un reflejo.
Porque el lazo no es solo de carne y de sangre; ni el abrazo, de emoción; ni el beso, de efeméride.
Porque existen deberes y derechos, obligaciones, cuestiones de civismo y de decoro, y no sé cuantas razones ¿irracionales? que no examinan ni la Ley de leyes, ni códigos civiles ni penales.
No se es pianista por tener un piano, escribió alguien; ni como dijo un poeta trasnochado «padre es cualquiera ». Desde el origen y hasta el final es él red de cariño, conexión sagrada, enlace indispensable.
Entonces a ese padre que está aquí, allí o allá, y al que se le puede tener y querer de tantas formas y maneras; por ese gozo que presupone no dicha celestial, no pan diario, sí apellido, ejemplo, amigo, recordémosle, honrémosle.
Perfecta o imperfecta, somos su obra de creación.