
No sé cómo llenar esta cuartilla. La encomienda es escribir sobre Fidel. El Comandante en Jefe que en este agosto 13 cumpliría 93 años.
Pienso en las veces que lo he soñado vivo, en las tantas ocasiones en que lo vi de verde olivo, andando y desandando caminos expectantes. Pero no quiero repetir lo que otros han dicho ni recalcar ideas conocidas.
Prefiero escribir lo que me dicta el corazón, lo que trabó mi garganta cuando supe de su partida física.
Cada foto, cada imagen televisiva, cada frase suya me lo trae al presente y lo traslada al futuro.
Hace poco estuve en Santiago, y su monolito en Santa Ifigenia me resultó pequeño para un hombre inmenso, y me pregunté a mí misma si en sepultura tan reducida cabía un gigante de la Historia de Cuba, una personalidad tan grande.
Me hubiera gustado verlo vivo a sus 93, 94, 95… ¡a los 100 años! «Fue mejor que se fuera lúcido », me dijo abuela, y recalcó: «No pudieron matarlo, como querían sus enemigos ». Me sentí más conforme. Ante su próximo cumpleaños logro sacar de mis entrañas las palabras que le debía.
Jamás pude darle ni un beso ni un apretón de manos, como otros colegas y coterráneos. No guardo una imagen junto a él. Solo conservo sus libros, lo cual me reconforta. Sabré enseñarles a mis nietos sobre su vida, decirles que ese hombre nació para el presente y el futuro del mundo.