El pueblo bajo un sombrero

Fidel sentenció que Camilo se multiplicaría, que héroes como él surgirían desde todos los rincones. A 66 años,  un pueblo entero lo recuerda.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Foto: Archivo)
Lety Mary Alvarez Aguila
Lety Mary Alvarez Aguila
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28 Octubre 2025

El cauce de los ríos , la tranquilidad de los mares, el pequeño lago con reflejos de arcoiris sirven de hogar a las flores. Cada 28 de octubre, cientos de niños felices arrojan los delicados pétalos a ese lugar donde habita Camilo. Una costumbre casi mística arrastra a un pueblo entero hasta allí, con la certeza de que él, alegre y jovial como siempre, recibirá los ramos y sonreirá después ¿Acaso tuvo un mejor sello que aquella sonrisa? 

¿Por qué no vivió más? ¿Por qué su alma noble no se regocijó ante otros triunfos? ¿Por qué esos 27 años quedaron tan minúsculos con respecto a la grandeza de quien los portaba? El destino lanzó su ficha más triste en el espléndido año 59, cuando todo comenzaba, cuando el barbudo habanero gozaba de una muchedumbre a sus pies. Quizás sea cierto, la muerte no existe. Dicen que solo muere quien es olvidado. 

El hombre del sombrero alón jamás caerá en los vacíos de la memoria. Quienes lo conocieron aseguran que fue un eterno niño. De su infancia le brotaron la pasión por el béisbol y ese sentido de la amistad y el compañerismo que lo acompañaría durante el resto de sus días. El joven Camilo, el aprendiz de sastre, el paradigma de lealtad, se vinculó a la lucha contra la dictadura batistiana en los albores de una nueva etapa revolucionaria.

Arribó a México en 1956, donde se sumó a los expedicionarios del Yate Granma. A partir de ese momento, Camilo figuró en las líneas de la Historia como parte de momentos decisivos en la Sierra. El ataque al cuartel La Plata, el combate del Uvero y el mando de una columna invasora hacia el Occidente del país resultaron hazañas de verdeolivo para el capitán que sembró confianza en la Revolución. Libró con sus hombres a Yaguajay, en una batalla que le regaló otro de sus tantos epítetos. 

El enero de victorias lo colocó en el cuartel Columbia. Además, recibió a Fidel y su imponente caravana. Bastó una sola pregunta del líder histórico para causar ecos en la estirpe cubana, que no ha podido olvidar aquel ¿Voy bien, Camilo? 

Él no envejeció, no llegó al ocaso de la vida, pero tampoco necesitó demasiados años sobre el cuerpo y el rostro para merecer cariño y respeto. Sus familiares, amigos y compañeros de guerrilla se dedicaron a construir a Camilo desde una peculiar biografía, con anécdotas que transitan desde lo hilarante a lo admirable. Nombró Fulgencio a un perro que llegó a su casa una madrugada, justo como hizo Batista en su golpe de Estado. 

Liberó a dos jóvenes de su campamento rebelde para que visitaran a sus madres un segundo domingo de mayo. No les permitió llegar con las manos vacías y les entregó veinte pesos para que los dividieran entre regalos. Así era Camilo, un destello de bondad. Esas y otras historias aparecen recogidas en una compilación de Guillermo Cabrera. Leerlas nos hacen descubrir al niño que, al ver destruida la casa de un amigo, no prometió volver a alegrarse por la llegada de un ciclón, o al luchador que no escatimó en compartir sus latas de leche. Hay que pensar en Camilo Cienfuegos como esa llama de luz que dejaba admiración en las caras de los pequeños en las escuelas. Cuentan que, cuando él se iba, ellos estaban tristes. 

El señor de la Vanguardia llevó dentro intachables principios, pero también la sana virtud de la risa y la broma. Del Che, su entrañable amigo, imitaba el modo de hablar. El argentino gozó el orgullo de haberlo descubierto como guerrillero ¿Cómo no sentir el dolor tras su ausencia? Camilo asumía misiones difíciles sin abandonar la pureza, el carisma, la fraternidad. 

Dos días antes de su desaparición física, pronunció unas palabras a la multitud popular. Allí evocó los versos de Bonifacio Byrne. Creía Camilo que, para detener las conquistas, tendría que morir un todo un pueblo. Entonces, los caídos alzarían los brazos con el fin de continuar la defensa de la enseña nacional. Fidel sentenció que Camilo se multiplicaría, que héroes como él surgirían desde todos los rincones. A 66 años, sabemos que aquella muerte sin cruz ni sepultura–como la describió Guillén en su poema– no fue capaz de aniquilar tanta vida. 

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