Mayli Estévez Pérez
Mayli Estévez Pérez
@mestevezp
56378
22 Septiembre 2016

Lloví­a, como solo sabe llover en esta ciudad custodiada por alturas. Santa Clara tiene ese don de la lluvia, o ese castigo según quien lo vea. Lo de «aguar la fiesta » nunca se temió tan literal. No podí­a ser, era el dí­a del punto final.

Que era un dí­a importante se palpaba desde fuera. Los dí­as que la carretera que rodea al Sandino está cerrada, siempre esconde un acontecimiento estadio adentro. Lloví­a, otra vez lloví­a.

Junto a   Mabel, la esposa, y sus dos hijos, Pestano recibió el aplauso de miles de personas, que se mantuvieron en pie durante toda la ceremonia. (Fotos: Carolina Vilches Monzón)

Una vez sobre la grama el terreno estaba diferente, una alfombra roja del box al home hací­a preever la grandeza. Por el graderí­o del jardí­n izquierdo una pizarra humana (Perdón, «la de Vueltas ») ensayaba dos o tres palabras esenciales: Cuba, Béisbol…Pestano. En la grada opuesta terminaba por levantarse una gigantografí­a. El del dorsal 13 ha quedado inmortalizado en una sonrisa y la palabra Consagración. Para siempre, allí­, en la patrulla derecha.

El reloj casi marca las siete de la noche, llueve más, Santa Clara no quiere despedir a nadie ese dí­a. Santa Clara ignora que el protocolo se cumple. Arrancan las imágenes del 18 de junio de 2013, aquel grand slam y el Sandino vuelve a ponerse de pie. Otra vez está de pie, grita y aplaude. ¡Déjí vu!, y se te eriza la piel como hace tres años. La mí­a y la de los que insisto en mirar en las gradas, hay emoción, euforia.

Retiro de Ariel Pestano en Santa Clara
La chamarreta con el número 13 pasó ahora al hijo de Pestano, también cátcher. (Foto: Carolina Vilches Monzón)

Pestano sale acompañado de su familia, en una carroza. Total inventiva parrandera. Dos elementos esenciales, infaltables: el 13 y el anaranjado. Pestano camina hasta el home, con él su esposa y sus dos hijos. Los toma de la mano. Pestano oye hablar de sí­ mismo, pasa de la risa al llanto en dos minutos sublimes.

La voz del locutor Samuel Urquí­a le hablan de su infancia, le hablan de la ausencia de una madre. Pestano y Santa Clara lloran. Mabel, su esposa, le aprieta el brazo y le susurra: ¡Ya, ya!..Justo en la crónica se oye decir: «Mabel, la mujer detrás de esta historia ». Nunca una frase fue más precisa.

Para que el sentimiento avanzara, el repentismo hizo de las suyas. ¡Cuánta energí­a en el verso improvisado! El instante de rigor, los diplomas, los regalos…otra vez el aplauso. El público en el Sandino no se ha sentado esta noche. Hay en este 22 de septiembre tantos lugares comunes. Le indican mire hacia atrás, y queda allí­, sembrado en la patrulla derecha el receptor Ariel Pestano. Inca la rodilla, besa la tierra que tantas veces pisó, olfateó, acarició. Quiere besarla, allí­ de donde no quiere irse, de donde no se va. Le coloca su remera al hijo, que como él es cátcher. La historia de Pestano continúa en otro cuerpo, en otros brazos. Suyos, también suyos.

Dí­a 3…No debiste llegar nunca.

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