Santa, clara y venerada

Santa Clara arriba a sus 336 años de fundada este 15 de julio.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Ilustración: Martirena)
Lety Mary Alvarez Aguila
Lety Mary Alvarez Aguila
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15 Julio 2025

Escribirle a Santa Clara puede llegar a ser tan apasionante como difícil. Hay líneas que la ensalzan y celebran desde tiempos inmemorables. Hay libros, ponencias, investigaciones en curso y, por supuesto, ese rito popular que emerge con el mismo calor de una mañana pilonga.

Dicen que todo el que llega se enamora. Ella no aparta ni discrimina. No juzga tu apariencia, tu color, tus matices interiores. Ella, simplemente, acoge. Abriga en sus ramas, con forma de calles, cuanta maravilla se quiera sumar. Junta, con todas sus esencias y misterios, esa miscelánea de construcciones y almas, tan unidas y dispuestas a reinar en la memoria.

La ciudad y el mes de julio se escogieron entre sí. Llega el aniversario y, de un modo casi hipnótico, los hijos se ponen de acuerdo para ofrecer sus mejores homenajes. Algo así intento, con el temor fastidioso de rozar el cliché e ignorar lo intangible. Por suerte, no estoy sola. Sería muy egoísta hablar únicamente de mí, cuando otros descendientes naturales y adoptivos ven a Santa Clara desde adentro, desde los sentidos. Este es un escrito a varias voces y, aun así, pudiera quedarse pequeño ante la dicha de la famosa anfitriona del malecón sin mar, o de la Catedral sin plaza. Justo ahí radica parte de la magia, en serlo todo, en parecer de todo, menos común.

«Santa Clara irradia un espíritu creativo. Su condición de ciudad universitaria fomenta un carácter bohemio e intelectual. La urbe palpita con música, arte y debate. Alimenta un ambiente de reflexión y búsqueda filosófica, es como un crisol de ideas. Invita a la introspección y conexión con el alma cubana», expresa un joven de 27 años que reside en el reparto Capiro.

Esta descripción atrapa lo que, quizás, muchos piensan. Existe un eco interno más allá de la arquitectura decimonónica o los símbolos materiales que custodian el asentamiento fundado, según estudios, por familias remedianas. Santa Clara es un teatro centinela, una plaza majestuosa donde el aire patrio golpea en la cara y el pecho, un monumento erigido sobre una vía férrea que alguna vez escuchó pasos y tiros.

Santa Clara es un niño bañado en bronce que vierte agua pura a los visitantes. Sin embargo, van las esencias de este terruño también en el tráfico matutino de la calle Maceo, o en los pistilos dormidos de un girasol a los pies de la Iglesia del Buen Viaje. Si algún día se crean el color, olor y sabor de la capital provincial, no podrán quedar fuera el carnaval de los vendedores ambulantes, el trencito amarillo, el césped de un estadio naranja o el verdor de los bancos y framboyanes en ese paraíso de cuatro esquinas al que muchos llaman Parque Vidal.

«Está hecha de personas que no son de aquí —percibe una ciudadana. Es un lugar que se le abre a todo el mundo. Resulta extraño, prevalece una vibra que no puedes ver, como esa de El Mejunje. Normalizas parar en cualquier rincón y hablar con alguien. Ves personas con estilos distintos, que no se parecen en nada. Eso está bien».

Un estudiante universitario que ha vivido en tres ciudades del país me cuenta: «Para mí, los sitios los hacen las personas. Santa Clara, en contraste con otras zonas que he habitado, te causa una sensación de comunidad, de aceptación. Se festeja la diferencia. Se celebra la trova como en ninguna parte. Descubres en un punto a dos personas escuchando rock en una bocina. Te detienes a comprar una pizza y te cruzas con muchachos en patines.

«Santa Clara tiene algo paradójico. Resalta la individualidad e incita a asumirla como parte de algo más grande, donde todos nos encontramos unidos por lo diversos que somos. Eso la hace variada, fresca. No creo que suceda así en otro lugar».

Marta le extendió sus brazos y el Che la bautizó con una victoria decisiva para el futuro de la Revolución. Cómo no aludir a ellos. No constituyen una referencia gastada, sino una manifestación divina de lo humano, o viceversa. El sentir de ambos hoy se diluye sobre las rutas adoquinadas y húmedas de lluvia, rocío y lágrimas. El amor limpio trasciende a la muchedumbre de las paradas, a la energía de los barrios y pobladores.

En el núcleo de la isla florece Santa Clara, con un corazón de 336 latidos, donde la industria, la ciencia y el quehacer cultural dominan los podios de la cotidianidad. Inmensa, mística, sensible y maternal, aún piensa en soluciones para reinventarse y crecer, para convertir las centurias en guitarra, sol y aroma de tamarindo.

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