Dignidad en rojo y negro

Las hazañas del 26 de julio de 1953 significaron una nueva etapa en el curso del proceso revolucionario cubano.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Ilustración: Martirena)
Lety Mary Alvarez Aguila
Lety Mary Alvarez Aguila
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26 Julio 2025

No hay semblanza que se cuente sin reveses ni episodios vestidos de fracasos y temores. Así sucede con todo libro personal o histórico. Tampoco existe nada más admirable que convertir la lágrima en sudor de triunfo, la sangre, en huella de sacrificio, y el alma rota, en escudo ante nuevas batallas contra el azar y el destino. Bien lo sabe Cuba, la bella isla, tan bañada de mar como de heroicidades, edificada con valentías que ultrapasan su extensión o superficie. 

Aquel 26 de julio de 1953 no estaba designado a ser un día cualquiera. No escapó, por supuesto, de citas bibliográficas y testimonios que le atribuyesen palabras como revés o derrota militar. No obstante, las descripciones nunca morían ahí. Desde el exacto momento en que una juventud rebelde y martiana se lanzó a conducir los rumbos de la nación, resultaba predecible que la enseñanza y el legado se sobrepondrían en medio de balas, heridas, muros y uniformes de esbirros. Hubo también mucha tristeza y huellas profunudas e inmunes al olvido. Esos mosaicos, cubanísimos e intransigentes, acompañarán para siempre la hazaña que devino despertar y resistencia. 

El santiaguero Cuartel Moncada, segunda fortaleza militar más importante del país, abrazó el coraje y liderazgo de un abogado cde tan solo 26 años, con una visión política radical y arraigada. Pero a Fidel lo secundaron otros jóvenes gigantes, cual generación escogida para llevar en sus hombros y almas el curso de una tierra encadenada durante cuatro siglos. Que las acciones se ejecutaran en el año del centenario del Apóstol no constituyó una mera coincidencia. Las ideas de Martí prevalecían como base ética de aquellos asaltantes. Desde el Hospital Civil Saturnino Lora, Abel comandaba un grupo. En el Palacio de Justicia, Raúl tomaría el mando y, en suelo bayamés, otros revolucionarios ocupaban el cuartel Carlos Manuel de Céspedes. 

Mucho se conoce acerca del desenlace de los hechos, sobre todo, el triste final de algunos protagonistas, cuando la represión torturó y asesinó los últimos destellos de candidez y patriotismo. La muerte, feroz e implacable, jamás pudo apagar la herencia que, tiempo después, serviría de motor en la última fase de la contienda libertadora. 

Fue el Moncada lección, certeza, inspiración para el futuro. Fue también la mirada de Melba y Haydée tras las rejas, dos mujeres arriesgadas e inquebrantables. Dejó la epopeya un posterior movimiento revolucionario, un himno, una bandera, un brazalete. La dignidad nacional se coloreó de rojo y negro, dotada de un simbolismo que trasciende hasta hoy. A 72 años, la lucha no ha cesado. Simplemente, se manifiesta en los sucesos de una contemporaneidad flexible, compleja, convidante a mantener conquistas y sueños. 

 

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