Retoños de caguairán

Hace nueve años, el pueblo cubano sufrió la partida física del líder indiscutible de la Revolución.  Sus ideas siempre serán el mejor faro para seguir adelante

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Lety Mary Alvarez Aguila
Lety Mary Alvarez Aguila
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25 Noviembre 2025

El año 2016 arrojaba sus últimos suspiros sobre Cuba. En menos de 12 meses, nuestro suelo presenció acontecimientos que solo en páginas de ficción parecerían posibles. La Habana sirvió de casa para un encuentro histórico entre un papa de la Iglesia católica y un patriarca ruso; por primera vez, además, un presidente norteamericano realizó visita oficial a la isla, algo que no sucedía desde 1928. 

(Ilustración: Martirena)

Fue 2016 la época que derrochó sobre esta tierra el brillo de estrellas inglesas que responden al nombre de Rolling Stones. Hubo un desfile de Coco Chanel sobre los extensos mosaicos del Prado, en la capital; una filmación para el cine con autos «rápidos y furiosos», y también un huracán llamado Matthew que arrasó en territorio guantanamero con categoría 4. 

Pero ninguno de esos eventos‒sin restarles trascendencia o impacto‒ caló de un modo tan hondo y plural en las almas cubanas como la partida física del hombre que, por décadas, lideró la Revolución e impulsó sus sueños más insólitos y alcanzables. Quiso el destino que el 25 de noviembre Fidel emprendiese otro viaje. Esta vez, no sería desde el río mexicano Tuxpan con rumbo a este verde caimán, sino desde su lecho, desde la tangibilidad de su ser y hacia la eternidad. Como buen guerrillero, sorteó con maestría una epopeya de mil combates y llegó nonagenario a la victoria. 

El recuerdo acecha tempestuoso. Días de silencio, consternación, muchedumbre. Distintas generaciones aglomeradas a lo largo y ancho de la carretera sostenían banderas y pancartas. El niño sobre los hombros de su padre, el anciano que tuvo la suerte de seguir en televisión los enérgicos discursos del Comandante, los grupos de estudiantes uniformados y acompañados por sus maestros, diversos retazos de pueblo que se perpetuaron en la mirada emotiva de una madre de familia, un campesino o un médico. Todos los colores de Cuba mezclados en una lágrima y fundidos en solo corazón, así fue el último adiós a Fidel. 

Algunos tenían como refugio el inmenso placer de haberlo conocido; otros, se encontraban con él por primera vez. Ya no admirarían la figura esbelta arropada de verde olivo, ni la barba tupida ni las manos prominentes que cautivaron a tantos fotógrafos. Tocó sentir a Fidel, de nuevo, con aires de caravana. Un cortejo fúnebre lo trasladó solemnemente por la geografía nacional. Santa Clara resultó una parada atípica. En esta ciudad, tuvo un reencuentro simbólico con el Che. Sus cenizas descansaron junto a las del guerrillero heroico cual deuda a saldar, como abrazo fraterno custodiado por la tranquilidad de la noche. 

Hasta Santa Ifigenia prosiguió aquella urna, tan pequeña como imponente, cubierta con la tela de nuestra enseña y rodeada de flores blancas. Martí lo esperaba en el camposanto, así como tantos héroes que lucharon por ver a la patria libre. La peregrinación del líder terminó en las paredes de un monolito donde se grabó su nombre con letras doradas. Incluso en el monumento que pudo ser ostentoso y abarrotado, la sencillez hizo gala. Hasta hoy, el sepulcro luce tan modesto como Fidel mismo. No se requiere mármol, rostros ni figuras esculpidas. El visitante sabe que se encuentra ante lo más sagrado que nos ha regalado la historia. 

Alguna razón extraña o divina llevó al Comandante a burlar su propia muerte en más de 600 ocasiones. No hubo éxito en las trampas del enemigo, que no logró derribarlo con armas ni venenos escondidos. Muchos se lo preguntan aún: ¿Acaso conocía el momento de marcharse? Mediante un eco estremecedor, llegan todavía las palabras de Raúl, cuando compareció en televisión para anunciar el luto. Ahí lo supimos: la muerte no ganó, él se permitió cederle el paso. 

Hijo de Ángel y Lina, joven martiano y ortodoxo, notable abogado, expedicionario, barbudo, rebelde, asaltante…representan adjetivos y atributos que no faltarán en su biografía. Los más jóvenes los escucharán una y otra vez en las aulas, los leerán en sus textos de Historia y, en ese instante, solo podrán imaginarlo. Pero la belleza y el misterio no van en lo que todos dicen, sino en ese Fidel que, de tan inmenso, se torna desconocido. No hace falta reconstruir su semblanza en estas líneas, en cambio, el presente nos conduce a evocar cada palabra o idea que legó en 90 años. 

Hay que mirar al líder indiscutible de nuestro proceso revolucionario desde un prisma de actualidad, acudir a su proyección humanista, revisitar sus planteamientos en favor de la América Latina y el orbe, actuar movidos por la solidaridad, pensar siempre en los más humildes y en los sueños de justicia que no se abandonan. Más que nunca debemos debemos acudir a su visión transformadora de la economía y la sociedad en Cuba. 

Fidel vibra en todas partes. Así como el árbol de caguairán, de madera valiosa y tronco robusto, abriga a quienes se esmeran en retoñar bajo su sombra. Se halla también en la perspectiva sensible y profunda de los poetas, en el verso limpio y sincero, en el sudor de quienes trabajan la tierra o hacen la ciencia. Fidel se refleja en la sonrisa de un infante sano y en el tesón de los que no se rinden; pero sobre todo, en la acción de los que todavía creen posible un mundo mejor.

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