



La finca «Arroyo de Agua » está ubicada en el kilómetro 264 de la Autopista Nacional, distante a solo ocho kilómetros de la ciudad de Santa Clara, exactamente en la zona de Quemado Hilario.
Propiedad familiar desde tiempos de la colonia, cada centímetro de sus 15 hectáreas; de las cuales, siete son en usufructo mediante el Decreto 259, se usa de manera eficiente y con un fin bien definido. Lo que resulta fácil de apreciar del primer vistazo y extremadamente placentero constatar al recorrer la finca, tal y como hicimos durante toda la mañana y hasta horas del mediodía del pasado martes.
Caminamos la heredad casi de extremo a extremo, sin que nos tropezáramos con una mata de marabú en toda aquella hermosa extensión de terreno. Tierras feraces dedicadas en una buena medida a la cría y ceba de ganado, pero donde también coexisten cientos de gallinas, decenas de hermosísimos guanajos, conejos, cerdos, carneros y una bien parida plantación de unas 1100 matas de guayaba.
Todo un paraíso terrenal que ahora reluce por los cuidados del hombre y por los benéficos aguaceros de los últimos meses. Lluvias que al ganadero le vienen como anillo al dedo, pues el pasto revienta en los potreros y el ganado engorda a ojos vistas.
Por demás, un lugar donde predomina el uso de técnicas agroecológicas que evitan contaminar los suelos y frutos con el empleo de fertilizantes químicos y permiten un ciclo cerrado, donde todo, incluidos los desechos de cosechas y los excrementos de los animales, se emplea de manera útil.
Lo que corroboramos, entre otras formas, degustando un sabroso café hecho en un fogón de gas de cuatro hornillas que utiliza el gas metano que proviene de un biodigestor, aledaño a la casa de vivienda familiar.
Cuando el «Arroyo de agua » casi se seca
En el año 2005, la situación de la finca tocó fondo. El panorama no podía ser más desalentador. El viejo tronco familiar ya no podía sacarle los frutos a la tierra debido a su deteriorada salud y la variante de dársela a trabajar a un tercero había sido una mala decisión.
Entonces al profesor Pedro Pérez Yera, graduado de Máster en Enseñanza Práctica Superior en la antigua Unión Soviética y Licenciado en Educación en la especialidad de Construcción de Maquinarias, no le quedó más opción que retornar al terruño natal y afrontar el reto de sacar adelante la finca que siempre había sido de su familia y que ahora agonizaba.
«Aquí no había de nada. Solo me encontré una añoja flaca y dos carneros desnutridos, y la casa casi destruida. No tuve otra opción que regresar a las raíces, al campo donde había nacido y crecido y del cual nunca me había desligado del todo. Ya mi padre no podía trabajar en el campo, aquejado de problemas cardíacos y yo, el único hijo varón. Era mi responsabilidad.
«Poco a poco el panorama comenzó a cambiar para bien. Y como estás tierras no son todo lo buenas que eran antes, en otras palabras, son tierras cansadas de tanto laboreo, comencé a aplicar técnicas agroecológicas y adentrarme en ese mundo, complicado al inicio, pero un camino que luego se torna fácil y aporta grandes beneficios.

«Debo confesar que al principio fue casi obligado, pero con el tiempo aparecieron las ventajas, del empleo de la agroecología. Me fui embullando y ahora las aplico en todo lo que hago: en las siembras, en la alimentación de los animales, como control biológico para las plagas, y hasta en la cocción de los alimentos, con el biogás. Todo es utilidad.
«Volví a corroborarlo, cuando el 20 de noviembre pasado visitaron la finca unos 26 participantes del evento internacional sobre técnicas agroecológicas que sesionó en La Habana. Se quedaron maravillados por lo visto acá. Provenían de unos seis países del área y hubo mucho asombro, sobre todo entre los norteamericanos, cuya agricultura la tienen montada sobre la base de un gran desarrollo tecnológico, pero con el uso y abuso de los pesticidas y fertilizantes agresivos al medio ambiente.
«Los agricultores de Estados Unidos fueron los que más alabaron la hermosura de mis toros en ceba y de los animales sueltos por los potreros y en los alrededores de la casa. También les llamó mucho la atención el empleo de las llamadas “cercas vivas†con las que divido los distintos potreros y lugares de la finca: de cardón, bienvestido, almácigo, guácima, ciruelas, las que además de limitar lugares, proporcionan alimentos a los animales en tiempos de sequía. Les resultó algo nuevo.
«Algunos expresaron que de las cuatro fincas que visitaron en Villa Clara, la mía había sido la de mayor impacto. Creo que en ese juicio valorativo influyó la cantidad de animales que vieron sueltos por cada lugar que recorrieron ».
Para Pedro, profesor devenido maestro de la agroecología, el trabajo en el campo requiere de mucha constancia, pero también de saber emplear los adelantos de la ciencia y la técnica:
«Una vez que dominas las técnicas agroecológicas no te resulta difícil su empleo. Eso sí, tienes que documentarte, recibir seminarios de capacitación, experimentar, escuchar consejos, y asumir riesgos. Además, saber que los resultados no se ven de un día para otro, pues deben pasar años de duro trabajo antes de recoger sus frutos. Pero su utilidad es innegable, hasta desde el punto de vista económico, pues alivia al bolsillo de gastos adicionales ».
Anniel, la mano derecha de pedro en «Arroyo de agua »

Se llama Anniel Romero Pérez. Tiene 31 años y es sobrino de Pedro, quien lo quiere como a otro de sus hijos. Incluso, así lo llama cuando requiere de él o se refiere a su persona: hijo.
Anniel es un joven de estudios: graduado de técnico medio en Informática en el Politécnico Raúl Suárez y trabajador durante tres años en la Agropecuaria Militar, en donde se destacó en la implementación del software contable Versat-Sarasola. Pero, al igual que le sucedió al tío, el llamado de la tierra fue mayor y desde el 2011 vino a laborar en la propiedad familiar. Desde entonces, es la mano derecha de Pedro, quien confía en su sobrino, como en sí mismo.
Fue Anniel quien nos recibió aquella mañana y tuvimos que esperar unos minutos que nos abriera el portón de la finca, pues le estaba echando comida a los cerdos. En específico, a unas cuatro enormes puercas paridoras, cada una con un peso superior a las 400 libras, las que deambulan y paren sus crías en los potreros.
Enseguida nos sirvió de anfitrión para recorrer las inmediaciones de la casa, donde hay una hermosa cría de gallinas y guineos (gallinas de guinea). También nos llevó a la nave donde ceban los cerdos y a los aposentos donde se reproducen los conejos: hembras paridas en su mayoría; lugar, este último, donde las excretas de los animales caen en una especie de cantero que sirve para fomentar la lombricultura.
Y en compañía suya pudimos apreciar el biodigestor de cúpula fija. Con cuatro años de construido y debidamente cuidado, su utilidad traspasa el gas metano utilizado en la cocina de la casa, pues aporta también el llamado fertirriego y el lodo seco, ambos subproductos aprovechables como abono orgánico.
«El biodigestor se limpia una vez a la semana y el lodo resultante del procesamiento de las excretas del cerdo, nos permite llenar un tanque de los llamados de 55 galones. Sin contar que tenemos gas las 24 horas.
«Tampoco en la finca nos falta el agua, pues se dispone de tres pozos. Además, por nuestras tierras pasa la presa Palmarito, casi un arroyo en tiempo de sequía, pero ahora rebosante. Eso sí, todo necesita del trabajo constante de mi tío, mío y de otro pariente que nos ayuda. No se puede faltar un solo día, ni esto se puede quedarse solo de noche. Llego siempre bien temprano y me voy pasadas las 5:00 de la tarde.
«Para nosotros no existen sábados ni domingos, pues los animales necesitan cuidados y alimentación diaria ».
Caminando la finca
Con Pedro y Anniel recorrimos buena parte de «Arroyo de Agua ». En sus potreros bien cuidados pastan libremente unos 40 toretes en plena fase de crecimiento. No serán vendidos hasta octubre de 2018, pues ya los correspondientes al año que finaliza fueron llevados a la pesa, con más de 460 kilogramos de peso cada uno.
Los toretes pertenecen a la raza cebú mestizo, y son bastantes mansos. La cercanía de la presa Palmarito, les hace buenos nadadores y los cuidados diarios que reciben brindan la posibilidad de ver a unos hermosos y saludables animales. Además, a la distancia, pudimos observar a una buena cantidad de carneros lanudos pastando por los alrededores.

Luego fuimos a la plantación de guayabas: un campo de unas mil matas en plena fase de explotación, aunque recuperándose aún de los estragos de los vientos de «Irma ». Y enfrente, otro en crecimiento, con unas 600 plantas, intercaladas, ente surcos, con matas de calabazas. Finalmente estuvimos en un pequeño espacio de la finca dedicado al autoconsumo, que posee una bonita punta de yuca.
En tanto, nos mostraron las plantaciones de unos 18 cordeles de king grass, de la variedad OM-22, proveniente de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, y los sembradíos de unos 30 cordeles de caña, ambos cultivos utilizados como forraje para alimento animal.

Durante el trayecto de regreso, Anniel nos hizo notar de la existencia de más de 50 matas de aguacates de diversas variedades, y Pedro, como hombre agradecido, resaltó la contribución que en sus éxitos productivos tiene la CCS Roberto Fleites, a la que pertenece como uno de sus 162 asociados:
«Sin el apoyo recibido por la cooperativa no hubiese alcanzado los resultados que ahora tengo. Nos ayudan incondicionalmente en todo lo que hacemos. Debo reconocer a su junta directiva, y la manera directa con que trabajan con nosotros los campesinos ».
Y de «Arroyo de Agua » salimos convencidos más que nunca de las palabras de Raúl Castro cuando afirmó que si el hombre servía, la tierra también servía. También en la mente, esta cita martiana que realza las virtudes de los hombres laboriosos del campo: «(…) ir al campo, donde la riqueza es más fácil y pura, y el carácter se fortifica y ennoblece ».