
Cada generación está compuesta por rostros: rostros con bigotes y sombrero o sin ellos, rostros con barbas, rostros reconocibles, rostros que hablan de la época que les tocó vivir.
También a través de las personas comunes se cuenta la historia, pues forman parte de la secuencia de sucesos que conforman el devenir de la humanidad por este planeta al que llamamos Tierra.

Dicen que a las personas incluso se les conoce por las expresiones de su semblante. Los ojos no fallan, aseguran los más sabios, y Yaileny Vegas Díaz tiene el rostro noble, aunque un poco triste.
Cuando niña tenía dos aspiraciones: ser maestra o bailarina. La última no la pudo lograr, por eso ahora pasa sus días frente al aula, enseñando.
Es tímida. Ella lo sabe. Llegó a la entrevista con cara de susto.
«A mí me ponen a hacer cualquier cosa menos hablar. Sola con un niño hago de todo, ya cuando hay otra persona no sé qué me pasa. Si alguien viene a visitarme, me luzco en la clase, pero tengo que luchar contra el miedo escénico ».
Sin embargo, con el tiempo ya gana en confianza y habla de su vida. Asegura que sabe cocinar, aunque no le gusta; se levanta temprano, llega a la escuela y saluda a sus alumnos y a los padres.
En la casa es organizada, aunque confiesa que a veces, solo a veces, tiene sus regueritos. Ya lleva unos 13 años en el sector de Educación, y aunque dijo su edad, ese resulta un dato que no se publica, al menos, en el caso de las mujeres.
Y Yaileny es bastante joven, pero muy madura. Para ella una maestra debe tener buenos modales, ir a la escuela bien vestida y lograr que sus alumnos sean los protagonistas, escucharlos.
Por Sagua la Grande siente un cariño especial. «Me voy, pero siempre regreso », asegura mientras habla sobre sus años en Santa Clara y las experiencias con sus alumnos.
A todos los niños los quiere por igual, aunque recuerda a Fernando Juviel. Iba a su casa a enseñarle porque tenía una enfermedad que le impedía asistir a la escuela. Le impartía sus clases y le aplicaba las pruebas.
Para Yaileny siempre se puede aprender algo nuevo. Por ello piensa que la preparación y el estudio constituyen aspectos claves para un maestro. De hecho, en el 2013 se hizo máster en Educación.
Dentro de diez años se sueña como una docente con más experiencia, «que por la calle me vean y me digan: “Maestra, ¿usted no se acuerda de mí?†».
Un hombre joven de ideas grandes
Tiene cara de 31, pero Daunier Abreu Bonart apenas rebasa las dos décadas de vida. «Todo el mundo me “tira†pa’ viejo, pero no lo soy », asegura y se ríe. Es un muchacho simpático, ocurrente y con aparente capacidad para la matemática, al menos suma, resta, multiplica y hasta intenta inventar una nueva ecuación matemática con tal de adivinar la edad de la periodista.

Como se dice en buen cubano, tiene un carácter chévere y cierto carisma que le facilita lograr una rápida empatía.
Es secretario del comité de la UJC en la filial de Ciencias Médicas de Sagua la Grande, y bajo su mando tiene a más de 500 militantes. Pero él lo disfruta, le gusta dirigir y con eso sueña para el resto de su vida.
A pesar de su edad, sus ideas son inmensas e imagina un futuro de servicio al país. Posee un profundo sentido del deber histórico y disfruta estar entre los jóvenes, sentirse parte del grupo.
Estudió técnico medio en Construcción Civil. Después del Servicio Militar hizo varios cursos de Informática y así pasó a ocupar la plaza de técnico en esa especialidad en la filial.
Le gusta pasear, compartir con los amigos, y también disfruta de la soledad de la casa, porque «es un espacio bueno para pensar ».
Sin embargo, se ve a sí mismo como un joven de su tiempo, aunque no le gusta el reguetón bromea, «pero si hay que bailarlo, ¡lo bailo! », confiesa y sonríe.
Soy un muchacho que lucha por sus sueños
Tiene espejuelos. Detrás de ellos, una mirada noble. El rostro pequeño y armonioso. Duniel Cuéllar Ortiz estudia Medicina. Cursa el primer año y eligió esta carrera porque le gusta ayudar a las personas, a su gente.
Es un estudioso de la obra de Martí y ve en el Apóstol al inspirador de la obra revolucionaria, pues «adonde hemos llegado con la Revolución también ha sido inspirado por él ».
Sabe que la Medicina, aunque sea una profesión empeñada en proteger y salvar vidas, también lo enfrentará al dolor de las enfermedades y a la muerte.

Sin embargo, asegura que tiene el temple necesario, la fortaleza espiritual para vencer cada reto con profesionalidad y madurez.
Ahora está en momentos de esforzarse y a veces pasa las noches estudiando, porque con el plan de estudio D y la complejidad de la Morfofisiología el tiempo no alcanza.
«Como joven no soy muy de esta época; soy serio y tengo mi modo particular de esparcimiento.
«Mi pasión es estudiar para seguir aprendiendo y ser un buen profesional de la Salud. Me defino como una persona justa, decidida; cuando quiero realizar un sueño me empeño y lo logro », concluyó.