Arturo Chang
Arturo Chang
@arturochang
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21 Agosto 2014

Tengo el consentimiento del periodista Luis Orlando Pantoja Veití­a, de la emisora CMHW de la provincia de Villa Clara, de escribir sobre su vida, pero no de la relacionada con los motivos por los cuales mereció el Premio Nacional de Radio 2014, conferido por el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) debido a su sostenida y relevante labor durante años.

Se ha dicho que «Con más de 50 años en el ejercicio del periodismo crí­tico, Luis Orlando Pantoja ha dejado su impronta en varias emisoras de radio como: Radio Enciclopedia, Radio Cadena Agramonte, de Camagí¼ey, y Radio Progreso, donde fundó la revista informativa A Primera Hora. En la emisora Radio Rebelde dirigió el programa Hablando Claro y su programa Pido la Palabra, con emisión diaria en la CMHW de su natal Villa Clara, es un paradigma del periodismo de análisis y opinión ».

Lo que pocos conocen es que a pesar de haber nacido en cuna financieramente acomodada, en Ranchuelo, hizo todo cuanto estuvo a su alcance para derrocar a la tiraní­a de Fulgencio Batista, incluyendo lo que le dictaba su vocación de propagandista revolucionario. Cuenta una amiga común de la cual Pantoja estuvo enamorado en su juventud, que llegó temprano con una lata de pintura en una mano y la brocha en otra, y preguntó si podí­a quedarse a dormir un rato. Lo que no dijo fue por qué habí­a estado toda la noche despierto.

Pasados unos minutos, llegó el otro pretendiente de la muchacha, es decir, un rival amoroso y amigo de Luis Orlando, que al ver en medio de la sala un recipiente con pintura del mismo color que los letreros con que amanecieron numerosas paredes de la localidad ranchuelera, preguntó alarmado quién habí­a dejado tales cosas a la vista de todos.

La historia terminó en que ambos buscaron dónde ocultar las pruebas, y luego "desaparecieron" al pintor para que la policí­a batistiana no encontrara a quien habí­a llenado a Ranchuelo de carteles contra la dictadura.

De nada le valió ser un joven proveniente de la clase media de la sociedad local, y tuvo que tomar el camino del exilio, pues su padre habí­a recibido la última advertencia de que Luis Orlando irí­a preso en el próximo percance. En el exterior se ganó la vida hasta escribiendo novelitas rosa de las cuales, por supuesto, solo cobraba algo porque la autorí­a la asumí­a la casa editorial que le poní­a cualquier nombre de mujer.

Era 25 de Julio de 1968, ambos viajamos en tren de La Habana a Santa Clara para escuchar a Fidel en el acto por el Dí­a de la Rebeldí­a Nacional. Y mientras todos dormí­an, Pantoja hizo gala de su dominio de la palabra, y me mantuvo despierto durante el viaje, provocando que al otro dí­a, ante la vista de todos, la colega matancera Aurora López y yo nos durmiéramos a pleno sol cerca del escenario del acto, concretamente en el césped que está a la entrada de la INPUD.

Entre las tantas historias contadas en el trayecto ferroviario, destaca una: poco después de triunfar la Revolución, se presentó en su casa y ante una pregunta de su madre, respondió: «Mamá, me nombraron interventor aquí­, y voy a empezar por intervenirte tus tierras », lo cual me confirmó una vez esa mujer que, entrada en años, mantení­a un aspecto dulce y hablar muy tierno.

Faltando poco para graduarse, sin graduarse, Pantoja retornó a su lugar de origen, el Partido Provincial de Las Villas. Meses después, encontré en un rincón, un bulto de hojas amarillentas y estrujadas que me parecieron familiares. Y lo eran, porque se trataba de una novela que estaba escribiendo Luis Orlando; lo localicé para decirle que se las enviarí­a, a lo cual respondió: ¿Novela? ¿Qué novela? Y ahora, pasados más de 40 años, sólo recuerda que al recibirla empezó a escribir otra vez y volvió a perderla.

Lo mismo sucedió con una poesí­a dedicada al Che, que nos leyó en la Universidad de La Habana en presencia de Nicolás Guillén, quien al final lo felicitó por la calidad de la obra. Hoy Pantoja no sabe dónde está esa poesí­a, pero sí­ recuerda que el Poeta Nacional le dio un abrazo.

Y a quienes atribuyen a su tanta juventud acumulada que olvide nombres o los confunda, sepan que ya en 1968 trataba de ocultar sus confusiones y desmemorias apelando a la frase "ese muchacho, sí­, chico ese muchacho... ¿cómo es que se llama? ¡Caramba!" y daba algunos datos para inducir al interlocutor a que lo dijera.

También autorizó a desclasificar su participación en una recogida de bueyes que hizo en Ranchuelo, durante una madrugada, para roturar tierras con vistas a la Zafra de los Diez Millones en Placetas. Omito el nombre y el cargo polí­tico del otro protagonista ya fallecido y que también fue periodista de radio e igualmente amigo de Pantoja, que recibió la misión de sembrar una enorme cantidad de caballerí­as de caña, para lo cual habí­a que roturar una cifra descomunal de terreno, imposible de alcanzar con la poca cantidad de tractores existentes en la Villa de Los Laureles.

Al caer la noche, salió de Placetas rumbo a Ranchuelo, donde viví­a, no sin antes ver en Santa Clara a Pantoja para pedirle ayuda.

Antes de amanecer, cuando entraba a su oficina, un hombre sonriente lo esperaba: "Compañero, ahí­ le trajimos la primera rastra de bueyes enviada por Pantoja, y viene otra más tarde."

Pantoja, que de bueyes sabí­a tanto como su amigo, pero sí­ tení­a mucho de sentido del deber y la responsabilidad, se habí­a pasado toda la madrugada visitando a sus conocidos para pedirle los animales, sin más explicación.

-Yo –recuerda Pantoja- llegaba y decí­a: Fulano me hacen falta tus bueyes y los montaba en un camión sin dar tiempo a explicar que debí­an identificarse y organizarse, pues los animales tienen nombres, unos van a la derecha y otros a la izquierda, y trabajen en pareja. Como todos andaban medio dormidos, no pudieron enseñarme que las yuntas no se pueden separar.

También ha permitido hacer público que fue creador de un texto a mediados de la década de los años 60 del siglo pasado, cuando la fiebre por estudiar Filosofí­a y Economí­a Polí­tica en manuales soviéticos, incluido el de un economista llamado Nikití­n.

Muchos en la época entonaron esta comicidad, sin saber que fue de Pantoja, quien la estrenó fuera de lugar, e inoportunamente en una muy seria reunión sobre la zafra azucarera en la cual pidió la palabra, comenzó con ideas ajustadas al tema, pero terminó así­:

Nikití­n, Nikití­n,

Tu economí­a no tiene fin

tu plusvalí­a y tu plustrabajo

Váyanse todos al...

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