
En días duros la gente espera milagros. Los humildes, tal vez, más que los demás. Pero resulta que las aguas bravas no creen en humildes, porque se tragan pueblos enteros y remueven lodos y tristezas; trepan paredes pobres y desgajan techos; roban, burlan, violan. En días duros la gente mira al cielo. Los milagros, dicen, suelen bajar de las alturas.
A estas horas, casi 400 cubanos les deben la vida a los miembros del Grupo de Aviación del Centro, la única unidad de su tipo que garantiza, desde el punto de vista aéreo, la búsqueda, el salvamento y el rescate en la región central del país. Llámele usted como quiera o como le dicte su fe, pero ni suerte ni casualidad, y mucho menos milagro. Coraje y preparación. Eso sí. Los pantalones mejor puestos desde Matanzas hasta Ciego de ívila.
Cinco helicópteros MI-17 con sus respectivas tripulaciones incluyen piloto, copiloto, un técnico de vuelo, otro de rescate más un especialista, además de un médico, salieron desde el domingo 27 a cumplir misiones en cuatro de las cinco provincias que cubren.
Visibilidad: nula. El borde inferior de las nubes, entre 30 y 50 metros, cuando para salir en condiciones normales se exige que estén a más de 200. Lo peor fue la lluvia. Un infierno que unió cielo y tierra en una masa gris y desoladora.
El Teniente Coronel Rolando Infante Fernández, jefe de la unidad, lleva 35 años volando sobre la isla. En esta ocasión, los pilotos debieron abrir la escotilla y sacar la cabeza «para tratar de orientarse. Nos empapamos. El agua estaba congelada y golpeaba durísimo, como si mil agujas te picaran la carne. Sin embargo, uno hace eso porque nos respalda un equipo de hombres de primera, y el entrenamiento permanente nos prepara para situaciones similares ».
¡Situaciones similares dice! En Calimete, Matanzas, el aluvión arrastró a un hombre que únicamente pudo salvar su vida al colgarse de un arbusto de marabú. A su alrededor, la nada. Silencio de tumba y una corriente brava que lo mantuvo empapado y con el alma en vilo durante casi 24 horas.
Aunque cuando la unidad conoció del caso ya lo daban por muerto, una de las naves voló hasta allá. Las imágenes de la maniobra, grabadas en plena acción por el joven de 34 años William Crespo Morales, primer suboficial y jefe del Grupo de Búsqueda y Salvamento, le voltearían el alma a cualquiera. Mientras bajaba, suspendido de la grúa, la fuerza del viento lo hacía girar como si se tratase de una figura de papel. Bajo sus pies, aguas negras que se erizaban en pequeñas olas.
Nos muestra las manos, heridas aún por los pinchazos de las espinas. «Si me pongo guantes siento que me resbalo y demoro más, y en este tipo de eventos un solo segundo puede hacer la diferencia entre el éxito o el fracaso de la misión ».
¿Qué ves en los ojos de las personas que rescatas?
Agradecimiento, supongo, o alivio, pero creo que soy yo mismo quien más satisfecho se siente. Desde que entro al helicóptero, en cuestión de segundos planifico en mi cabeza el plan de rescate y lo comparto con el resto de la tripulación para que nada falle. Tenemos que preservar a toda costa la integridad física del rescatista, lo cual constituye la garantía de la persona que salvaremos.
«Parecerá una filosofía pesimista, pero uno tiene que prepararse para lo peor. Son situaciones extremas que psicológicamente debemos asumir como tal, con los peligros y posibles complicaciones que implican. Sin embargo, cuando se trabaja con el nivel de cohesión y disciplina que nosotros hemos logrado, sabes que puedes confiar en el equipo y pones tu vida en sus manos ».
¿Hasta qué punto influye la presión externa?
A veces encuentras casos en los que la gente se paraliza por el miedo, o se niegan a ser rescatados y se esconden porque no se les permite cargar con todas sus pertenencias. Uno es humano y sabe lo que es el dolor de perderlo todo, así que nos toca hacer de psicólogos, hablarles fuerte, lograr que entren en razón, y todo ello con el helicóptero en el aire, presionados por el clima, el tiempo que va pasando y el combustible que se agota.
«Solo después de cumplir la misión tenemos chance para analizar lo ocurrido. Entonces te das cuenta de lo dura que es tu profesión, los detalles que pudieron salir mal, los peligros que enfrentas para ayudar a desconocidos a los que posiblemente no vuelvas a ver en tu vida, y lejos de asustarme me siento más comprometido ».
Y si hay algo seguro en su trabajo es la certeza de que estas situaciones se repetirán.
Mi deber está donde me necesiten. Desde el 2005 he participado en cientos de misiones, y cada vez que termino un rescate me digo bajito, para mí mismo: ¡hasta la victoria siempre!, y espero a la próxima vez.
Rescate masivo
Cuando se conoció que la crecida aumentaba su nivel persistentemente y que en cuestión de horas el poblado encrucijadense de Dos Amigos quedaría sumergido bajo las aguas aliviadas del embalse Alacranes, 20 hombres del Cuerpo de Bomberos de Villa Clara intentaron llegar a la localidad para iniciar el rescate. Un golpe del torrente volcó el tractor en que viajaban y, con el agua a la cintura, debieron esperar toda la noche por los helicópteros del Grupo de Aviación del Centro. Horas más tarde se pudieron incorporar a las tareas de evacuación.
Al amanecer del miércoles 30 de mayo, 271 desesperados aguardaban por la única esperanza posible en un escenario donde el acceso terrestre quedaba descartado.
El primer teniente Sergio Luis García Fajardo, piloto graduado en el 2009, participó en varias de las 24 misiones ejecutadas ese día como parte de la operación de rescate masivo.
«Se te aprieta el pecho cuando ves a la gente llorando por sus casitas perdidas. Es muy triste, pero lo mejor que puedes hacer para ayudarlos se resume a cumplir bien tu trabajo y salvarles la vida. Rescatamos a varios bebés y a más de 100 mujeres, incluidas 13 embarazadas, además de ancianos encamados y personas enfermas y desvalidas, como fue el caso de un paciente de cáncer. Sin embargo, no puedo negar que el éxito de la misión me provocó muchísimo orgullo ».
La adrenalina ayuda, ¿verdad?
Se siente como un golpe que te mantiene en alerta, pues no solo se trata de rescatar a quien lo necesite, sino de mantenernos a salvo a nosotros mismos. El piloto es quien dirige la operación, o sea, que el éxito depende en gran medida de las decisiones que tomes. Claro, la preparación continua nos brinda confianza para afrontar eventualidades de esta clase, pero cuando la adrenalina baja te pones a pensar en lo que acabas de hacer…Además, sabes que en la casa están ansiosos por recibir alguna buena noticia.
La madre de Sergio conoce de angustias, esperas e informaciones a medias. Lleva 30 años casada con un piloto, y en su familia se cumplió eso de que «hijo de gato caza ratón ».
«Fue mi sueño desde chiquitico. Veía un helicóptero y me volvía loco, así que a mi papá no le sorprendió mi vocación. Es más, se puso contentísimo. Mami fue la que se preocupó mucho, aunque respetó mi elección. Como esposa de un piloto aprendió a ser paciente, pero el sentimiento de madre es otra cosa. En cuanto aterrizo la llamo y le digo que estoy bien. Me enfoco en regresar entero a la casa, sano y salvo. Son motivaciones que nos ayudan a concentrarnos y de las que depende la tranquilidad de los que más queremos ».
El primer suboficial Yordany íguila Calzado, técnico de Búsqueda y Salvamento y natural de Arroyo Bermejo, vive en Santa Clara hace apenas un par de semanas. «Un guajiro desubicado », pensaría cualquiera. Lo suyo no eran ni el olor a tierra húmeda de las lomas ni los cafetales verdes, sino el cielo limpio que solo se puede mirar desde las alturas. Desde niño, Yordany deseaba volar.
«No existe nada en el mundo que me guste tanto, pero es muy difícil. Pasas los días estudiando y preparándote, lejos de los tuyos, y casi siempre trabajas desde el anonimato. No obstante, no podría describir la intensidad de la sensación de cumplir con tu deber y de devolverle la esperanza a los necesitados. A veces se me calienta tanto la sangre, que ni siquiera tengo tiempo para acordarme de lo que es el miedo ».
¿Un hombre sin temores?
No es tan así y se seca el sudor que le corre barbilla abajo, porque le teme más a las entrevistas que a un rescate en plena tormenta. Sucede que confío en el entrenamiento y en la mezcla de juventud y experiencia que tenemos en la unidad, lo cual funciona como un engranaje perfecto. Claro que temo y que me asusto, aunque no permito que me domine. Ante todo, pienso en mi esposa, a la que a veces encontré llorando porque no sabía de mí, y en otros amores que también me esperan.
La hija de Yordany cumplirá seis meses en nueve días. «Ella es mi motivo principal para regresar seguro ».
Sadiel Darío tiene la misma edad. Nació en enero, mientras su papá, el copiloto y primer teniente Yasiel Mesa Drago, realizaba una misión en Santiago de Cuba.
«Pude conocer a mi bebé cuando tenía once días. Llevar esta profesión y atender a tu familia puede resultar más difícil que el vuelo más turbulento, pero por suerte me apoyan sobre todas las cosas y comprenden que amo mi trabajo ».
Las misiones del martes y el miércoles, en Sitiecito y Dos Amigos, respectivamente, fueron las primeras de rescates reales en las que participó Yasiel desde su graduación en 2011.
«A Sitiecito llegamos después de conocer que había dos custodios desparecidos desde hacía más de 48 horas. Incluso, llevamos con nosotros a un par de buzos, por si tenían que buscarlos en las profundidades de la inundación.
«Casi se me sale el corazón cuando los localizamos sobre el único techo que sobresalía por todo aquello. Estaban empapados, desesperados, muertos del hambre. Uno de ellos tenía una linfangitis terrible por causa de la humedad, y en el momento en que nos vieron acercarse, lo que nos dijeron sus ojos no se puede describir. La sensación de agradecimiento mutuo no tiene precio ».
Ese constituye, quizás, el vínculo emotivo que más une a los miembros del Grupo de Aviación del Centro. El teniente granmense Juan Dariel Rivero Reyes, copiloto, resulta actualmente, con solo 25 años, el piloto de helicópteros más joven de Cuba.
«La función del copiloto es guiar la tripulación. O sea, nos encargamos durante el vuelo de la observación visual, la radiocomunicación, el control del combustible, los parámetros técnicos de la aeronave, entre mil detalles más que también forman parte de nuestras responsabilidades. Sin embargo, no se te puede olvidar ni por un segundo que estás lidiando con personas asustadas, que muchas veces se quedaron sin casa y sin una sola pertenencia, por lo que les tienes que hablar y hacerlos sentir que pueden confiar en nosotros, ya que con el riesgo que asumimos les demostramos que no existe ningún otro bien tan preciado como su seguridad ».
¿Disfrutas entonces lo que haces?
Completamente. Cuando uno puede desempeñarse en lo que ama, así sea a riesgo de la seguridad propia, la alegría por la entrega queda garantizada. Nos exponemos a situaciones límite porque fue nuestra elección profesional. Ser piloto de rescate te hace una mejor persona, pues valoras más a quienes te rodean, le confías tu integridad a tus compañeros y defiendes el valor de la vida como el único tesoro que debería valer por encima de todo.