Estela de triunfos

Los combatientes clandestinos villaclareños, los militantes del Frente Norte de las Villas, y los barbudos invasores protagonizaron juntos, hace seis décadas, una indetenible estela de triunfos.

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Pobladores de Caibarién en las calles luego de la toma del cuartel de tiranía, 26 de diciembre de 1958.
Pobladores de Caibarién en las calles luego de la toma del cuartel de tiranía, 26 de diciembre de 1958. (Foto: Tomada de Radio Caibarién)
Claudia Yera Jaime
Claudia Yera Jaime
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28 Diciembre 2018

En Cuba, las navidades del duodécimo mes de 1958 sabí­an a cambio y emancipación, a compromisos y sueños, a sentencias y promesas martianas y fidelistas prontas a materializarse para satisfacción de todo un pueblo.

Las columnas del Ejército Rebelde #2 Antonio Maceo y # 8 Ciro Redondo, bajo el mando de los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, respectivamente, en su invasión a occidente, legaron a Las Villas el germen primigenio de la deseada «república con todos y para el bien de todos », «el mejor regalo de año nuevo ». Así­ lo atestiguan quienes vivenciaron las contundentes victorias.

Sombrero vs. látigo

El 20 de diciembre de 1958 marcó un hito histórico para presentes y futuras generaciones de Camajuaní­,   la tierra de valles y parrandas; tras años de puja patriótica e intensas actividades clandestinas de acción y sabotaje;  el pueblo saboreó la libertad a la sombra de un sombrero alón.

La valí­a de los hombres del Frente Norte de Las Villas y el papel aglutinador de su jefe, el Co ­mandante Camilo Cienfuegos Gorriarán, patentizaron tal logro.

«Aquí­ no se combatió mucho. La primera acción de relevancia fue el derribo del puente sobre el rí­o Camajuaní­ por una avanzada de las tropas de Camilo; de esta forma, solo quedaba en funciones el puente de la Yagua, que fue de inmediato custodiado por los lugareños del Movimiento 26 de Julio y los rebeldes », cuenta José Higuera Mejí­as, quien con solo 16 años integraba las células clandestinas del municipio.

Pero «no estuvimos exceptos de buenos balazos »; el dí­a de la victoria, las tropas del Héroe de Yaguajay, se enfrentaron a efectivos de la tiraní­a en el camino de Los Pinos, actual asentamiento rural Tarafa.

«El Látigo Negro emprendí­a contra cualquier desvalido o pobre, fuera o no revolucionario y sin importar su edad o condición fí­sica; en una huelga golpeó fuertemente a una anciana y juramos hacerle justicia », agrega.

En el encuentro bélico también pereció un teniente batistiano que intentó parar la pequeña vanguardia de la columna 2, mientras que un recluta que salió huyendo, conservó su integridad, gracias a la moral revolucionaria que impedí­a a los rebeldes disparar por la espalda; al contrario de sus enemigos.

«Los guardias del cuartel de Camajuaní­ abandonaron su posición ante la proximidad de las tropas de Camilo y la conmoción del pueblo en las calles; fueron a refugiarse a Remedios donde estaba la Capitaní­a General », rememora Higuera Mejí­as, quien a pesar de su corta edad  colocó palmas sobre la ví­a, prendió candela al puente del Barro actual viaducto sobre el rí­o Sagua la Chica; vendió bonos del 26 de Julio,que escondí­a en un cañaveral por los constantes registros a su casa, e interrumpió en múltiples ocasiones el servicio eléctrico y las comunicaciones mediante el derribo de postes y el corte del cableado; entre otras «maldades » de las que se siente «orgulloso ».

Aunque no nacieron en Camajuaní­, Agapito Rodrí­guez Durán, Luis Chávez Román y Francisco Sigler Yanez, hoy nutren las filas de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en el municipio. Pertenecieron al Frente Norte de las Villas y libraron cruentas batallas de las que emanan variadas historias y una gran moraleja: «en la guerra uno tiembla, lo que no se puede es acobardar; por la Revolución hay que darlo todo ».

Historia tras la bandera

La Octava Villa cubana fue liberada a punto de mediodí­a el 26 de diciembre de 1958. Casi 24 horas antes, los combatientes de la lucha clandestina Rosendo Leonardo Hernández Velázquez y Gilberto Paret Pérez se unieron a la tropa dirigida por el Che en un lugar seleccionado por este para acampar y organizar el ataque, conocido como Puerta de Hierro, a 3 km de distancia de Remedios.

Leticia Rebollar Maiñé y Rosendo Hernández Velázquez, combatientes de Remedios.
Leticia Rebollar Maiñé conserva la máquina de coser en la cual confeccionó la gigantesca bandera del M-26-7 que engalanó la Iglesia Parroquial de Remedios el 26 de diciembre de 1958 y hoy se exhibe en el Museo de Historia del municipio; mientras que Rosendo Hernández Velázquez luce con orgullo el brazalete rojinegro que portó en su juventud. (Foto: Claudia Yera Jaime)

Recuerda Rosendo que al ser remediano de cuna, Guevara lo elige como práctico y le indica ponerse de inmediato a las órdenes del teniente Emerio Reyes y del capitán Lázaro Linares, artillero de la columna, que tení­an la misión de atacar el cuartel. Mientras que «el capitán Roberto Rodrí­guez Fernández (el Vaquerito) y el capitán ílvarez tomarí­an la Jefatura de la Policí­a. Comenzando el combate sobre las cuatro de la tarde ».

«Ante la resistencia de la policí­a de la dictadura y la premura de la toma de Santa Clara, el Che ordenó la fabricación de cocteles molotov para quemar el recinto de la dictadura; en ello cooperaron combatientes del M-26-7 y el pueblo en general », agrega.

Buscando ventajas geográficas y una ubicación certera para los tiradores, los rebeldes sojuzgaron la cárcel que quedaba frente al cuartel. Mas los esbirros opusieron fuerte resistencia durante la noche.

«El 26 de diciembre en horas de la mañana el Che le propone una tregua al capitán Guerrero, al frente del ejército batistiano en la demarcación, con el propósito de evitar el derramamiento de sangre y le manifiesta que el Ejército Rebelde le garantizarí­a la vida a sus hombres y les permitirá salir con armas cortas ».

Aseveran testimoniantes de la época que los casquitos  de inmediato no aceptaron la propuesta, pero al reanudar el combate y constatar su cansancio y desmoronamiento moral claudicaron. Comenzó entonces el acopio y conteo de armas para apoyar futuras contiendas, y las distintas organizaciones revolucionarias fueron designadas para velar por la tranquilidad ciudadana y los intereses del gobierno en ciernes.

Tocaban las 12 campanadas del mediodí­a y tres mujeres corrí­an raudas hacia la Iglesia Parroquial Mayor con una carga invaluable; eran las hermanas  América y Leticia Rebollar Maiñé y Victoria Valero Márquez, revolucionarias clandestinas que obsequiaron a la Octava Villa el dí­a de su liberación un emblema de triunfo, una bandera gigante del M-26-7, que ondeaba al son de la libertad.

«Sabí­amos que se acercaba la ofensiva final y preparamos la bandera para que fuera la insignia de la victoria, la gran protagonista », cuenta Leticia seis décadas después. Y es que este sí­mbolo patrio serí­a el primer y más soberbio testigo de un «Remedios, revolucionario y soberano ».

Cangrejeros rebeldes

«En Caibarién se vaticinaba una batalla campal por el avituallamiento con que contaban los guardias de Batista y las ganas con las que les caerí­amos nosotros », relata Ramón Bello Hernández, miembro del M-26-7 y de las tropas de Justo Parra, integradas a la columna Ciro Redondo.

Cuartel de la tiraní­a en Caibarién.
(Foto: Tomada de Radio Caibarién)

El cercó estaba cerrado, Yaguajay habí­a caí­do, al igual que sus vecinos Remedios y Camajuaní­; la Villa Blanca serí­a liberada, pues ningún pueblo quedarí­a a merced de la dictadura, la Revolución triunfarí­a, poco a poco, de manera apabulladora.

«El primer puesto de mando del Ejército Rebelde en Caibarién fue en la tenerí­a; de allí­ nos fuimos acercando al cuartel principal y al de la Marina », cuenta Ladislao Coma Rodrí­guez uno de los alzados del Frente Norte.

«El capitán, Ramón Pardo Guerra, y el Vaquerito con su pelotón suicida fueron nuestros principales estrategas. Tomamos primero el cuartel de la Marina, que se rindió sin ofrecer defensa, y luego, con el apoyo de las milicias del pueblo tirando cocteles molotov, sitiamos el enclave principal de los esbirros », agrega Bello Hernández.

«Se llamó a la rendición del cuartel, y el efectivo de la tiraní­a Pelayo, no quiso entregarlo, pues se sabí­a bien pertrechado y con alrededor de 100 hombres », evoca.

Ladislao Comas, combatiente de Caibarién.
Ramón Bello Hernández, combatiRamón Bello Hernández, combatiente de Caibarién.ente de Caibarién.
Ladislao Comas Rodrí­guez y Ramón Bello Hernández integraron células clandestinas en su natal Caibarién, se alzaron en el Frente Norte y, junto a los hombres del Che, contribuyeron a liberar la Villa Blanca. (Foto: Claudia Yera Jaime)

Describen Ladislao y Ramón que en horas de la tarde el Vaquerito propuso una tregua y entró al cuartel. Mientras que los casquitos meditaban las condiciones de rendición propuestas, el intrépido capitán Roberto Rodrí­guez tuvo la osadí­a de acostarse en un calabozo, y fue tildado de loco e inmediatamente temido y respetado por los oficiales batistianos.

«Media hora después los soldados de la dictadura se entregaban tras guapear duro su posición; ellos tení­an balas y ametralladoras, pero les faltaba el coraje y la indignación; ellos luchaban por dinero y a nosotros nos moví­a la justicia. Aquí­ hasta los cangrejos se volvieron rebeldes », asegura Bello, orondo de haber contribuido a la liberación de su municipio.

Con entusiasmo febril y enardecido los lugareños de los pueblos al norte de Las Villas, celebraron los triunfos y las libertades de fines de diciembre de 1958. A 60 años de tales sucesos, Che, Camilo y los barbudos emergen en pequeños combatientes de lápices y pañoletas; en Caibarién el cuartel de la dictadura ha devenido centro de enseñanza; en Remedios una réplica de la bandera clandestina engalana, cada 26, la iglesia y el centro histórico; mientras que en Camajuní­ ya no hay látigos que flagelen, sino motivos, metas, alegrí­as oportunidades, tradiciones y ejemplos a seguir.

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