La toma de Santo Domingo en el recuerdo del pueblo

Hace 60 años el poblado de Santo Domingo, de la antigua provincia Las Villas, fue liberado por las tropas rebeldes. Testigos de aquellos dí­as rememoran el histórico acontecimiento.

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El Comandante Víctor Bordón y su tropa tras la toma de Santo Domingo.
El Comandante Víctor Bordón y sus compañeros de lucha cuando liberaron a Santo Domingo, el 27 de diciembre de 1958.
Francisnet Dí­az Rondón
Francisnet Dí­az Rondón
1732
28 Diciembre 2018

Mucho se ha escrito e investigado sobre la toma de Santo Domingo por los hombres del Comandante Ví­ctor Bordón, el 27 de diciembre de 1958, uno de los últimos bastiones librados dentro del territorio de lo que luego fuera la provincia de Villa Clara.

La estrategia de los rebeldes, el enfrentamiento de los revolucionarios ante los soldados del ejército, el doble intento de la toma del pueblo, el convoy enemigo interceptado cerca del poblado de Mordazo, entre otras acciones, se han abordado en libros, artí­culos, conferencias o audiovisuales, a través de testimonios de los propios combatientes y el estudio de investigadores.

Sin embargo, aún queda mucho por conocerse desde la perspectiva de la gente humilde del pueblo que vivió aquellos acontecimientos de manera muy cercana y hasta traumática.

Felicia ílvarez Piedra, pobladora de Santo Domingo.
Felicia ílvarez Piedra muestra dónde le rozó una bala en medio de un tiroteo, cuando tení­a 12 años de edad. (Foto: Francisnet Dí­az Rondón)

Aunque han pasado 60 años, Felicia ílvarez Piedra, más conocida por la Niña,  aún se asusta cuando siente pasar un avión por encima de su casa. Tal fue el impacto que le causó a sus 12 años de edad las acciones de la aviación del ejército, y la batalla entre los rebeldes y las tropas batistianas.

«En ese tiempo fue tanto el susto que pasé. A mi familia y demás campesinos que viví­amos en la zona de Puerto Escondido, los rebeldes, para protegernos, nos decí­an: “Váyanse de aquí­, que van a bombardear todo esto”. Y corrí­amos por el camino. Ellos entraron por la carretera, por el puente levantado encima del rí­o Sagua la Grande. Cerca de allí­ mataron a Pedro Julio Marcelo (un joven del pueblo que llevó alimentos a los rebeldes y fue sorprendido por las fuerzas batistianas) », rememora.

Felicia no olvida el sonido de los aviones en la noche. En una ocasión salió fuera de la casa y vio los cañaverales arder por todas partes con fósforo vivo. Cuando ya era inminente el enfrentamiento entre rebeldes y enemigos, su familia estuvo tres dí­as en un aromal, metidos dentro de un vara en tierra (especie de refugio rústico).

«Cuando cesó el fuego, salimos del escondite. Pensamos que todo habí­a terminado y regresamos a la casa. Pero, cerca del mediodí­a comenzó el tiroteo de nuevo y salimos corriendo. Una bala me rozó por el brazo, y mi madre se asustó mucho pues pensó que me habí­an herido de gravedad. Solo fue un arañazo. Fueron dí­as terribles », asevera.

Ana Delia Martí­nez, pobladora de Santo Domingo.
«Nos refugiamos en el monte. Aquellos momentos fueron muy difí­ciles », expresa Ana Delia Martí­nez. (Foto: Francisnet Dí­az Rondón)

Ana Delia Martí­nez Triana también viví­a por esa área. A sus 85 años de edad, no olvida las horas tensas de los combates y el peligro de la aviación.

«En esta zona viví­amos varias personas, casi todos familias. Cuando comenzó el bombardeo nos tuvimos que ir por la mañana para la sabana, a casa de mi cuñada. Por la noche se armó el tiroteo. Tú veí­as pasar las balas, como brasas de candela. Al otro dí­a, por la mañana, avisaban que iban a bombardear el barrio y nos fuimos para el monte, donde nos refugiamos todos.

«Incluso, recuerdo que dí­as antes del combate mi hija más pequeña enfermó y fui a casa de mi madre. Alguien vino a advertirnos que apagáramos las luces de noche, porque vení­an los “casquitos” y podí­an hacernos algo. Pero, ella no tení­a miedo y las dejó encendidas, porque decí­a que no se iba a quedar a oscuras con una niña enferma. Mi madre era guapa. Aquellos momentos fueron muy difí­ciles », manifiesta.

Martiriano Rodrí­guez, combatiente de Santo Domingo.
El combatiente Martiniano Rodrí­guez Pérez, participó en la toma de Santo Domingo. (Foto: Francisnet Dí­az Rondón)

Por su parte, el combatiente Martiniano Rodrí­guez Pérez estuvo más cerca del fuego y el peligro. Con admirable nitidez, recuerda aquellos históricos dí­as.

«Yo estaba con la tropa del capitán Julio Chaviano y recuerdo que el pueblo se tomó en una primera ocasión, pero luego hubo que abandonarlo, cuando vinieron los tanques de guerra batistianos. Nos ubicamos en la zona del central George Washington. Se me dio la misión de llevar por turnos a los combatientes en un jeep, del pueblo hasta el central, para que comieran y se recuperan.

«A uno de nuestros compañeros, Coquito (Erisbel Paz Monzón), a quien yo habí­a traí­do acá al pueblo, lo hirieron   gravemente y luego un soldado del ejército lo remató. No estuve presente la primera vez que se intentó tomar al pueblo, pero sí­ participé cuando se ocupó definitivamente.

«Cuando triunfamos, el pueblo se volcó a las calles. Habí­a una gran algarabí­a y algunos hasta entraban al cuartel batistiano. Todos saludaban a los rebeldes y la alegrí­a era enorme », recuerda Martiniano.

Como recoge la historia, el 31 de diciembre los soldados que aún se mantení­an en la población, controlados por algunos grupos de combatientes, supieron que la guerra estaba perdida al caer la ciudad de en Santa Clara bajo las tropas del Comandante Ernesto Che Guevara.

Todas las comunidades habí­an sido liberadas. El 1. º de enero de 1959, los dominicanos vieron salir por primera vez el sol de la libertad, que al cabo de seis décadas continúa alumbrando con luz intensa.

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