
Mucho se ha escrito e investigado sobre la toma de Santo Domingo por los hombres del Comandante Víctor Bordón, el 27 de diciembre de 1958, uno de los últimos bastiones librados dentro del territorio de lo que luego fuera la provincia de Villa Clara.
La estrategia de los rebeldes, el enfrentamiento de los revolucionarios ante los soldados del ejército, el doble intento de la toma del pueblo, el convoy enemigo interceptado cerca del poblado de Mordazo, entre otras acciones, se han abordado en libros, artículos, conferencias o audiovisuales, a través de testimonios de los propios combatientes y el estudio de investigadores.
Sin embargo, aún queda mucho por conocerse desde la perspectiva de la gente humilde del pueblo que vivió aquellos acontecimientos de manera muy cercana y hasta traumática.
Aunque han pasado 60 años, Felicia ílvarez Piedra, más conocida por la Niña, aún se asusta cuando siente pasar un avión por encima de su casa. Tal fue el impacto que le causó a sus 12 años de edad las acciones de la aviación del ejército, y la batalla entre los rebeldes y las tropas batistianas.
«En ese tiempo fue tanto el susto que pasé. A mi familia y demás campesinos que vivíamos en la zona de Puerto Escondido, los rebeldes, para protegernos, nos decían: “Váyanse de aquí, que van a bombardear todo estoâ€. Y corríamos por el camino. Ellos entraron por la carretera, por el puente levantado encima del río Sagua la Grande. Cerca de allí mataron a Pedro Julio Marcelo (un joven del pueblo que llevó alimentos a los rebeldes y fue sorprendido por las fuerzas batistianas) », rememora.
Felicia no olvida el sonido de los aviones en la noche. En una ocasión salió fuera de la casa y vio los cañaverales arder por todas partes con fósforo vivo. Cuando ya era inminente el enfrentamiento entre rebeldes y enemigos, su familia estuvo tres días en un aromal, metidos dentro de un vara en tierra (especie de refugio rústico).
«Cuando cesó el fuego, salimos del escondite. Pensamos que todo había terminado y regresamos a la casa. Pero, cerca del mediodía comenzó el tiroteo de nuevo y salimos corriendo. Una bala me rozó por el brazo, y mi madre se asustó mucho pues pensó que me habían herido de gravedad. Solo fue un arañazo. Fueron días terribles », asevera.
Ana Delia Martínez Triana también vivía por esa área. A sus 85 años de edad, no olvida las horas tensas de los combates y el peligro de la aviación.
«En esta zona vivíamos varias personas, casi todos familias. Cuando comenzó el bombardeo nos tuvimos que ir por la mañana para la sabana, a casa de mi cuñada. Por la noche se armó el tiroteo. Tú veías pasar las balas, como brasas de candela. Al otro día, por la mañana, avisaban que iban a bombardear el barrio y nos fuimos para el monte, donde nos refugiamos todos.
«Incluso, recuerdo que días antes del combate mi hija más pequeña enfermó y fui a casa de mi madre. Alguien vino a advertirnos que apagáramos las luces de noche, porque venían los “casquitos†y podían hacernos algo. Pero, ella no tenía miedo y las dejó encendidas, porque decía que no se iba a quedar a oscuras con una niña enferma. Mi madre era guapa. Aquellos momentos fueron muy difíciles », manifiesta.
Por su parte, el combatiente Martiniano Rodríguez Pérez estuvo más cerca del fuego y el peligro. Con admirable nitidez, recuerda aquellos históricos días.
«Yo estaba con la tropa del capitán Julio Chaviano y recuerdo que el pueblo se tomó en una primera ocasión, pero luego hubo que abandonarlo, cuando vinieron los tanques de guerra batistianos. Nos ubicamos en la zona del central George Washington. Se me dio la misión de llevar por turnos a los combatientes en un jeep, del pueblo hasta el central, para que comieran y se recuperan.
«A uno de nuestros compañeros, Coquito (Erisbel Paz Monzón), a quien yo había traído acá al pueblo, lo hirieron gravemente y luego un soldado del ejército lo remató. No estuve presente la primera vez que se intentó tomar al pueblo, pero sí participé cuando se ocupó definitivamente.
«Cuando triunfamos, el pueblo se volcó a las calles. Había una gran algarabía y algunos hasta entraban al cuartel batistiano. Todos saludaban a los rebeldes y la alegría era enorme », recuerda Martiniano.
Como recoge la historia, el 31 de diciembre los soldados que aún se mantenían en la población, controlados por algunos grupos de combatientes, supieron que la guerra estaba perdida al caer la ciudad de en Santa Clara bajo las tropas del Comandante Ernesto Che Guevara.
Todas las comunidades habían sido liberadas. El 1. º de enero de 1959, los dominicanos vieron salir por primera vez el sol de la libertad, que al cabo de seis décadas continúa alumbrando con luz intensa.