El Rey del Escobillón

El rey del escobillón, como le escuché decir de manera jocosa a un vecino, se encargaba de recorrer y limpiar cada mañana un total de 29 cuadras.

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Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
2325
11 Julio 2019

Rolando Pérez Cárdenas tiene recorrida tantas millas como un corredor de fondo. De espigada anatomí­a, camina todos los dí­as más de seis kilómetros, lo que repite de lunes a sábado, ininterrumpidamente, desde hace 11 años. Un total de 29 cuadras diarias, que el rey del escobillón, como le escuché decir de manera jocosa a un vecino, se encarga de recorrer y limpiar cada mañana.

Rolando Pérez Cárdenas, el Rey del Escobillón.  (Fotocopia: Niury Villanueva Pérez)

A pesar de sus 74 años, nunca el sol lo ha sorprendido en otro lugar que no sea en plena faena. No importa ni el frí­o ni la lluvia, Landy, como le conoce su familia, siempre se las arregla para sacar brillo a cada lugar que pasa.

Campechano y de hablar gustoso, tiene en cada esquina un vecino con quien comentar los asuntos del dí­a y le sobran lugares donde disfrutar del sabroso café mañanero, aunque ha tenido que disminuir su consumo, pues hubo dí­as de tomar hasta 13 tazas: «Tuve que aguantar, pues no es bueno para la salud. »

Su faena arranca al filo de las 4:00 de la madrugada y no para hasta alrededor de las 10:00 de la mañana, con buen paso y sin perder el ritmo. A él, como buen monarca del escobillón y la pala,   se le confí­a la higiene de arterias principales de la ciudad, que incluyen las céntricas Cuba, Colón y Maceo, desde la Carretera Central hasta San Miguel. Sin que falte la limpieza de las no menos importantes Nazareno, sí­ndico y Caridad.

Para Orlando lo más relevante en su vida resulta el trabajo y la atención a la familia, y a ambas responsabilidades equipara por igual: «Siempre he sido un hombre de trabajo y para mi casa. Antes de ser barrendero fui chofer de alquiler e hice 32 zafras del pueblo. Sé tratar a las personas y ganarme el cariño de todos. En cuanto a la familia, pregúnteles a mi muchacho y a mi esposa. »

Nada de chapucerí­as parece ser su divisa: «cuando trabajo, solo pienso en cumplir y hacerlo bien. Hasta las laticas que me encuentro a mi paso no las arrastro, pues ese ruido molesta a la gente, me detengo y las recojo. También me gusta hablar con las personas y nunca discutir, aunque no tengan ellas la razón. »

«Siempre convenzo a las amas de casa para que no barran para las aceras, pues ensucian lo que yo acabo de limpiar y también hablo con los que hacen labores de construcción, para que luego recojan los desperdicios. A todos por igual pido cooperación para que cuiden mi trabajo y la ciudad se vea bonita. »

Estas confesiones de Orlando, hechas una mañana en la Dirección Municipal de Comunales a donde habí­a ido a entrevistar a un trabajador ejemplar del sector, apenas lo vi resultaron casi innecesarias.

Resulta que el distinguido barrendero que entró en la oficina es el mismo que cada mañana pasa por frente de mi casa y con el cual me tropiezo, apenas dadas las 7:00 de la mañana, cuando salgo a buscar el pan. Y de ese, más que referencias y palabras, tengo de sobra hechos contundentes.

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