El Orgullo del Cocodrilo

Una lección ante la Helms-Burton, y la dignidad de los cubanos, dejó el poeta guantanamero Ernesto Ví­ctor Matute.

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Ilustración: Martirena
(Ilustración: Martirena)
Luis Machado Ordetx
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
1553
01 Julio 2019

Hay que volver al pasado. No sé por qué razón recuerdo con más firmeza el «Elogio de un poeta a su Isla Antillana », texto de Ernesto Ví­ctor Matute, el guantanamero. Con la activación del Tí­tulo III de la Ley Helms-Burton, esa disposición foránea que ahora pretende «demandar » a quienes se favorezcan con aquellas propiedades incautadas por el Gobierno Revolucionario hace más de seis décadas, se convierten en recurrente las palabras del escritor.

En más de una ocasión, en voz del ya fallecido declamador villaclareño Severo Bernal Ruiz, escuché aquellos versos que afirmaban: «Traigo a mi Isla debajo del brazo / Y todos me preguntan: / ¿Es un cocodrilo verde? / Yo digo que sí­. Y me sonrí­o. / Eternamente verde ». Al final, las estrofas en verso libre continúan hablando de Cuba en su recurrencia. Un optimismo de pueblo, de nación y de unidad, sujetan las palabras: «Ni la abandono, ni la insulto, ni la vendo. / Traigo a mi Isla debajo del brazo / Y a nadie se la entrego. / ¡Quién ha visto que un hombre con orgullo quiera vender un cocodrilo verde! ». Es el galardón que tenemos los cubanos para defender lo nuestro.

Matute divulgó su poema en 1949, y una década después comenzó lo que por entonces René Anillo Capote, dirigente estudiantil, denominó «Gobernar es elegir », pues el «Gobierno Revolucionario ha elegido. Y por cierto, eligió bien », al resaltar las transformaciones radicales en los órdenes económico, social y polí­tico ocurridas a partir de la confiscación de las propiedades a malversadores, torturadores y allegados a las «pompas » estatales y militares precedentes.

Señales del Derecho

Un marco jurí­dico sustentó las confiscaciones, primero, y luego las nacionalizaciones. Tema más que abordado en los más diversos escenarios internacionales. Sin embargo, las administraciones norteamericanas siempre desestiman tales preceptos y pretenden imponer una voluntad extraterritorial. Las leyes de Reforma Agraria y la erradicación del latifundio favorecieron entonces a más del 40 % de la población campesina. Después apareció la rebaja de alquileres.

(Fotocopias: Luis Machado Ordetx)

Con las transformaciones Arancelaria y Tributaria el paí­s dio impulso a la industrialización. Surgieron, casi simultáneas, la ley de Nacionalización de la Enseñanza, y hasta la relacionada con la inmigración y nacionalización de los bancos. Era lógico que todo molestara a unos pocos, la minorí­a. Floreció Estados Unidos en el ruedo, el aliado de siempre, en aviesos propósitos. A partir de esa fecha no ha cesado, de una manera u otra, en sus intenciones de exterminar al pueblo cubano. De las grandes superficies de tierra, los latifundios, la Constitución de 1940, vigente entonces, aclaró que «a los efectos de su desaparición, la Ley señalará el máximo de extensión de la propiedad que cada persona o entidad pueda poseer para cada tipo de explotación […]. La Ley limitará restrictivamente la adquisición y posesión de tierra por personas y compañí­as extranjeras y adoptará medidas que tiendan a revertir la tierra al cubano ».

También se aclaraba que en «los casos de expropiación forzosa […] no será imprescindible que el pago previo de las indemnizaciones sea en efectivo. La Ley podrá establecer otros medios de pago, siempre que reúnan las garantí­as necesarias ». En la introducción al Compendio de disposiciones legales sobre nacionalización y confiscación (2004), añadió Olga Miranda Bravo: «Solo Estados Unidos privó a sus nacionales del derecho de recibir la compensación que le otorgaba la Ley no. 851/60 y en su lugar decretó un bloqueo ilegal y genocida contra el pueblo de Cuba ». En cambio, con otros gobiernos europeos, con ciudadanos y compañí­as afectados, se firmaron acuerdos de indemnización global, según recoge la Gaceta Oficial de julio de 1960.

 En territorio villareño existí­an inversiones ferroviarias, portuarias, bancarias, de minerí­a, así­ como instalaciones hospitalarias, escolares, de comercio, conserveras, de bebidas y licores, o casinos de juego y hoteleras privadas. Lo que más abundó fue tierra ociosa y una potente agroindustria azucarera. Eran 50 ingenios, cifra que duplicaba los existentes en el resto de las cinco provincias cubanas. De los propietarios o arrendatarios casi un 70 % se colocaba en rangos de intereses norteamericanos y cubanos. Contaban, además, con 15 destilerí­as de alcohol y 4 refinerí­as de azúcar crudo.

Tení­an unas 25,563.0 caballerí­as controladas en propiedad y rebasaban las 11,636.9 arrendadas. Ambas cifras de ese sector estaban por debajo de las computadas en Oriente y Camagí¼ey, los mayores colosos en suelos. No se contabilizan en ese orden los feudos ganaderos, convertidos en cotos exclusivos.

Hacia esos emporios, principalmente de propiedades norteamericanas, arrancó en julio de 1960 la «nacionalización por ví­a de expropiación forzosa » según la Ley Fundamental de la República, rubricada en febrero del año anterior de las posesiones de estadounidenses «o de las empresas que tengan interés o participación de dichas personas ».

El proceso continúo   tres años después cuando se nacionalizaron las últimas compañí­as de Estados Unidos, que aún permanecí­an como privadas. Siempre se insiste en que Cuba expropió el «patrimonio » de los estadounidenses, y no que los confiscó. De ahí­ las posibilidades de compensación que jamás aceptaron las administraciones de Washington para sus nacionales. El «proceso de nacionalización [fue] un acto reivindicatorio económico-social, por causas de interés nacional, de beneficio popular », subrayó Miranda Bravo, quien antes de fallecer en 2007 figuró como directora jurí­dica del Ministerio de Relaciones Exteriores. Al amparo del Tí­tulo III de la Helms-Burton, muchos descendientes de emigrados cubanos, anclados y nacionalizados en Estados Unidos, alegan reclamos de «compensación adecuada », como una bendición del cielo.

 Muchas compañí­as foráneas son obligadas a no comercializar con la Isla, y son colocadas en «listas negras » del Departamento de Estado. De esa forma el bloqueo se incrementa con las más diversas y solapadas ví­as. Otros, y son muchos los inversionistas, optan por el desafí­o.

 Nuestra Ley 80, de Reafirmación de la Dignidad y la Soberaní­a Cubanas, de diciembre de 1996, ante los vericuetos de la Helms-Burton, apuesta por la voluntad de una «adecuada y justa compensación por los bienes expropiados a las personas naturales y jurí­dicas que en ese momento ostentaban la ciudadaní­a o nacionalidad de los Estados Unidos de América », según un proceso que se efectúo acorde con la Constitución, las leyes y el Derecho Internacional.

Las zancadillas de las administraciones norteamericanas siempre aparecen sin importar una región determinada. Al comenzar la última década del pasado siglo, en 1991, se desclasificó un documento que rubricó en abril de 1960 Lester D. Mallory, entonces subsecretario de Estado de Asuntos Interamericanos. Allí­ reconocí­a la adhesión de la mayorí­a de los cubanos al proceso revolucionario. La única ví­a o salida posible de derrocar al Gobierno era generar descontento, dificultades económicas, hambre y desaliento, añadí­a. Eran aquellos dí­as de inicio del bloqueo económico, comercial y financiero contra la Isla caribeña. Fue y es también una violación de nuestros derechos como pueblo y nación, así­ como un constante freno al desarrollo del paí­s.

Carentes de rogativas

Tres lustros atrás, el 14 de mayo de 2004, en la Tribuna Antimperialista José Martí­, frente a los cubanos congregados allí­, Fidel recordó que el «pueblo puede ser exterminado bien vale la pena que lo sepa, barrido de la faz de la Tierra; pero no sojuzgado ni sometido de nuevos a la condición humillante de neocolonia de Estados Unidos ».

El lí­der cubano anunció que «estarí­a en la primera lí­nea combatiendo en defensa de mi patria ». Fue la respuesta enérgica ante el recrudecimiento del bloqueo proyectado por la administración de W. Bush. Todaví­a el invicto Comandante está aquí­ dando lecciones con su histórico y brioso pensamiento.

Discurso de Fidel, Vanguardia
(Fotocopia: Luis Machado Ordetx)

La imposibilidad de vender materia prima a empresas extranjeras, cuya producción fi nal se comercializa con los Estados Unidos, y de adquirir mercancí­as que contengan el 10 % de componentes o tecnologí­a de ese paí­s norteño, así­ como los aumentos de los costos de las transacciones financieras o el obstáculo a créditos foráneos, entre otras disposiciones arbitrarias, acosaron por un tiempo a los cubanos. Ahora a ese proyecto agregan los tí­tulos III y IV, y se arrecia más el atropello extraterritorial.

En ese diferendo histórico entre Estados Unidos-Cuba nacieron las pretensiones hegemónicas. Primero fue la «espera paciente », polí­tica del presidente Jefferson, y después las continuaciones de la «fruta madura » y la doctrina Monroe, que marcaron los «deseos » siniestros de adquirir nuestros dominios territoriales. No importó el colonialismo español ni la disposición de un pueblo por conquistar su independencia.

Muchas fueron las voces que se levantaron, incluso antes de la guerra, frente a aquella prepotencia norteamericana. El Ayuntamiento de Santa Clara, en sesión extraordinaria, tal vez única en nuestra historia, el 24 de diciembre de 1858, propuso una querella. Contuvo los intentos y palabras «ofensivas » del presidente Jaime Buchanan, y su «pericia » por adquirir a Cuba para beneplácito de la Unión imperial.

El desacuerdo del Cabildo y la sesión abierta de vecinos, aunque acordaron y desearon permanecer sometidos a la bandera española, impusieron un baluarte. Fue, también es y será, como apostilló el «Elogio de un poeta a su Isla Antillana », en versos que agigantan a Cuba. En realidad, mi cocodrilo verde «Para mí­ vale más que las glorias de España / Y que el oro del Norte », como declaró Ernesto Ví­ctor  Matute, el lí­rico guantanamero.

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