Luis  A. Garcí­a: Llevo a Santa Clara en mí­

Luis Alfonso Garcí­a González fue Historiador Honorí­fico de Santa Clara, por su extensa labor investigativa sobre esta ciudad.

Compartir

Ovidio C. Dí­az Bení­tez
1469
11 Julio 2019

No pretendo biografiar a Luis, no me hubiera autorizado, porque siempre fue enemigo de las lisonjas y la pompa. Actuó siempre con transparencia y humildad.

Luis A. Garcí­a, Historiador Honorí­fico de Santa Clara.
Luis A. Garcí­a, Historiador Honorí­fico de Santa Clara.

Para todo tení­a una respuesta, en su compañí­a habí­a que atender cada expresión, gesto y comentario, y no le faltó nunca esa jocosidad que distingue a los cubanos.

Hace poco más de dos meses, por decisión del Consejo Cientí­fico Asesor de la Oficina del Historiador de la Ciudad, se acordó hacerle un homenaje sencillo, pero con la seriedad y el respeto que él se ganó durante largos años de trabajo.

Le entregamos un ramo de flores, una obra al óleo sobre cartulina y el diploma de reconocimiento por la Obra de la Vida dedicada a la historia de la Ciudad de Marta y el Che, y lo distinguimos como Historiador Honorí­fico de Santa Clara.

Ya con anterioridad se le habí­a nombrado Hijo Ilustre de la Ciudad, y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) le habí­an entregado la medalla conmemorativa de cada organización, entre otras importantes distinciones. Además, era el presidente de honor de la Unión Nacional de Historiadores en la provincia.

Compartimos durante aproximadamente dos horas; por supuesto, la mayor parte del tiempo se dedicó a hablar sobre trabajos no terminados y acerca de una personalidad a la que él admiraba entrañablemente: el patriota Juan Nicolás del Cristo. Es evidente que no faltaron las jaranas y ocurrencias que siempre lo caracterizaron.

Para mí­, el Dr. Luis Garcí­a era un maestro consagrado, un investigador acucioso que no podí­a evitar hablar de la historia de Santa Clara en momento alguno. Además, oí­rlo constituí­a una lección inolvidable, porque sus palabras llevaban el mensaje de quien se consagró por vocación a un objetivo supremo: no dejar caer en el olvido el pasado de su patria chica y de su nación.

Publicó en la prensa escrita local y nacional más de 200 artí­culos; sus ensayos y estudios biográficos fueron premiados en concursos nacionales y editados con posterioridad. Entre ellos: La inteligencia mambisa en Santa Clara, Orestes de la Torre (Niñolo) y Juan Alberto Dí­az.

Colaboró durante años con el Inder, la FMC, la CTC, los ministerios de Educación y Salud Pública, la Uneac, la Comisión de Historia del Partido Comunista de Cuba, la PNR, el Cine Club Cubanacán, el telecentro de la localidad, con los museos e instituciones culturales de la ciudad. Divulgó sus resultados investigativos por todos los medios a su alcance. En las ocho ediciones del evento Memorias de la Ciudad, convocado por la Casa de todos los santaclareños, presentó anualmente sus proyectos terminados. El último, dedicado a la historia de los puentes de Santa Clara.

Poco más de un mes antes de su fallecimiento, en agosto de 2003, se le veí­a ir y venir a la radio para su habitual sección en el programa Radio Revista W, sobre hechos, procesos, personalidades, tradiciones, entre otros temas de gran interés.

En la Colección de Fondos Raros y Valiosos de la Biblioteca Provincial Martí­ se conservan trabajos de diploma y de curso que asesoró, y también investigaciones no publicadas como «La historia del deporte en el municipio » y «La prensa santaclareña en el perí­odo colonial ».

La Biblioteca Martí­, el Archivo Histórico Provincial, el Archivo Nacional de Cuba, el Archivo Histórico de Remedios y la Colección Coronado, de la Biblioteca de la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas, fueron lugares que convirtió en su propia casa. En ellos desarrolló su obra, convencido de que para un historiador de oficio los documentos originales manuscritos o impresos de diferentes épocas son vitales en aras de desentrañar la historia.

Entre sus grandes méritos resalta el de investigar a partir de las fuentes primarias y tomar en consideración lo publicado sobre el tema objeto de estudio, para trazarse nuevas interrogantes y dar, finalmente, una respuesta al problema planteado.

Tengo el honor de conservar su último trabajo, titulado «El parque Leoncio Vidal Caro, alma y vida de mi generación ». Escrito a máquina, con sus propias correcciones, y su firma de puño y letra. Son, como escribí­ al inicio, sus reflexiones sobre el significado que para su época tuvo esta plaza.

Por la importancia de sus palabras, por abordar con tanto sentimiento sus vivencias y añoranzas, reproduzco un fragmento de lo que hasta hoy mantuvo inédito:

«La gran atracción de nosotros cuando éramos unos fiñes era, precisamente, la fuente del Niño de la Bota Infortunada; al lado suyo jugábamos, correteábamos, etc. Era un verdadero sí­mbolo y fetiche nuestro.

«Todo esto lo presidí­a doña Marta, sentada en su silla de bronce y viendo crecer en torno suyo a una nueva generación que años más tarde estarí­a en la lucha revolucionaria.

«Todo era vida y amor en el Parque, era el alma de VillaClara; ya hoy dejó de serlo, desaparecieron la pérgola, las sillas y los sillones; se le cortó el tránsito a las calles que lo rodean, la juventud de hoy tiene otros atractivos en las noches, el silencio lo abarca todo y la tristeza nos llena el alma cuando en horas de la noche pasamos por el Parque.

«El reloj del Palacio Municipal, que nos decí­a con vibrantes campanadas la hora, está en silencio, ni siquiera sus manecillas marcan las horas; quizá más pronto que tarde le vuelva la vida a nuestro glorioso parque Leoncio Vidal Caro y nuevas parejas de jóvenes enamorados paseen como antes por él. La ilusión y la fantasí­a nunca se pierden, son otros tiempos, pero los jóvenes seguirán siendo jóvenes llenos de amor y alegrí­a, y no dudamos de que mucho antes de ir al viaje de la eternidad, volvamos a sentarnos en sillas y sillones, y ver delante de nuestros ojos pasar parejas de enamorados pronunciando palabras de amor, ya que eso es la vida ».

No pudo ver realizados sus sueños de sentarse nuevamente en un sillón o silla de su edén, ni oí­r las campanadas del reloj del histórico Ayuntamiento; sin embargo, el pueblo que tanto lo quiso siempre lo recordará atravesando el parque Vidal al encuentro eterno del diálogo con la Historia.

(Septiembre de 2003)

Comentar