Santa Clara, la mí­a (+Galerí­a)

Con sus olores, colores y sabores peculiares, Santa Clara inunda los cinco sentidos que Dios me dio. Y aunque a veces me perturban sus no pocos e incómodos lunares en aceras, calles, esquinas y paredes, así­, salpicada de cráteres y rústicas máculas, ¡la amo! 

Compartir

Ilustración de Alfredo Martirena sobre amor y cuidado a Santa Clara.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Mercedes Rodríguez García
Mercedes Rodrí­guez Garcí­a
14385
12 Julio 2019
Calle Tristá, en Santa Clara.
Con sus luces y sus sombras, con sus calles estrechas, rústicas máculas..., pero adorable en su fealdad interesante de matrona mundana. (Foto: Redacción digital)

No digo que hace 330 años la llevo en la sangre porque ni mis más fervientes admiradores y queridos descendientes me creerí­an. Pero desde el 15 de julio de 1689,  en que fue fundada, ¡la amo! Porque nací­ y vivo en ella, aunque más porque aprendí­ a quererla indagando su historia en los libros y artí­culos de coterráneos virtuosos que vivieron antes, mucho antes que yo o no tanto, y los que aún viven y se dan a la tarea de mantenerla viva escribiéndola, dibujándola, cantándola.  

Ella junto a otros colegas me tiene entre sus Notables, «inmortalizados » ya en caricaturas del eminente Pedro Méndez. Y sí­, siempre la llevo en la cabeza y la siento bajo mis pies. Con sus olores, colores y sabores peculiares inunda los cinco sentidos que Dios me dio. Y aunque a veces me perturban sus no pocos e incómodos lunares en aceras, calles, esquinas y paredes, así­, salpicada de cráteres y rústicas máculas, ¡la amo!  

Con esa fealdad interesante de matrona mundana, pletórica en verano de ardores húmedos, Santa Clara se ajusta perfectamente a mis reclamos.  

Adoro su rara mansedumbre cuando el sol se pone y el Parque ventea residuos de pájaros chillones, o el humo que emana de basurales cercanos. Huele también entonces a tejado, a calleja, a boñiga, a tránsito abigarrado, a café Cubita y a café mezclado, a flor de mariposa, a rock, a trova, a Mejunje, a Marquesina, al Carmen, al Condado, a Los Sirios y Dobarganes, a Brisas del Oeste y al Capiro.  

Vista nocturna del Parque del El Carmen, lugar fundacional de Santa Clara.
En el Parque El Carmen los remedianos y santaclareños volverán a celebrar la fundación de la villa. (Foto: Carlos Rodrí­guez Torres)
Parque Vidal de Santa Clara de noche.
El parque Vidal en una noche de 2019 y antes de agosto de 1923 cuando se inició la demolición de la Parroquial Mayor.  (Fotos: Carlos Rodrí­guez y Centro Provincial de Patrimonio)
Parque Vidal de Santa Clara de noche.
Heladerí­a Coppelia de Santa Clara.
La heladerí­a Coppelia y la antigua Plaza del mercado que antes ocupaba este privilegiado espacio de la ciudad. (Fotos: Carlos Rodrí­guez y Centro Provincial de Patrimonio)
Antigua Plaza del mercado de Santa Clara.

La añoro cuando salgo y me hundo en otras noches más rotuladas, más lumí­nicas, más aristócratas y ordenadas, con muro y salitre de verdad, con extensas avenidas, espléndidos jardines, mansiones versallescas, portones protectores, farolas Fernandinas.  

Honro su leyenda, sus ya nada correntonas aguas del Bélico y Cubanicay, que a falta de playa fueron antaño pocitas en estí­o, lugares de citas y escapadas, de fresco y verdor de copeyes, tecas, caobas, sabana, tomeguines, palomas en bandadas.  

Logo del aniversario 330 de Santa Clara.

No sé a ciencia cierta si lloví­a o no el dí­a que llegaron, después de una penosa travesí­a a campo pleno, con ánimo de fundar una nueva comunidad, 37 remedianos al cuartón de Orejanos, y que junto con 138 personas asentadas ya en el hato de los Dí­az de Rojas y Dí­az de Paví­a, emprendieron la marcha loma abajo, hasta encontrar sitio apropiado para la nueva villa, de lo que dicen fuera un tamarindo.  

De eso ya hace tiempo, mucho tiempo. Corre pues mi crónica sobre textos que afianzaron otros, pero que mi imaginación matiza. Lo admite la subjetividad el género. Y a mi Santa, Clara y bendita ciudad le agrada mi atrevida frescura. Me lo dijo en secreto, en un momento de licor y poesí­a… ¿en los festejos de la calle Gloria? ¡Puf!, no recuerdo muy bien. Tal vez ocurrió en una madrugada bien punk, ruidosa y agresiva,  al estilo de los 70 del pasado siglo. ¿O en una tarde tranquila del Caturla o en noche pasible del Longina? No importa, me lo susurró al oí­do.

Misa en el lugar fundacional de Santa Clara en 1907.
Misa conmemorativa del 15 de julio de 1907. (Foto: Centro Provincial de Patrimonio de Villa Clara)

Villa pobre, moradas de madera, palma y guano, casa consistorial, cabildo y un alcalde. Santa Clara progresó lento. Con un maestro en sus anales de origen jamaicano, y campos con ganado, y un activo comercio de cueros y de carnes, y un molino de trigo, y calles polvorientas con nombres patronales, iglesias y pila bautismal, y plaza, y cementerios, y patriotas, literatos, poetas, músicos, cronistas, no muchas damas de abolengo, bomberos voluntarios, ferreteros, albañiles, acueducto y alcantarillado, cafetines, hosterí­as y hoteles, cines, ayuntamiento, teatros y ferias, mercados y verbenas.  

Escultura de Marta Abreu en el parque Vidal.
Escultura del Che Guevara en la Plaza de la Revolución de Santa Clara.
Santa Clara de Marta y del Che. (Fotos: Archivo de Vanguardia)

No debe haber desmemoria con ella ni simple maquillaje de ocasiones, ni adoquines plásticos ni fiesta de efemérides, ni hijos de impostados juicios, ajenos a su historia y tradiciones, pilongos disfrazados.

Gloriosa, Santa y Clara como su patrona, es también Marta y es Guevara, y más que concreto, tejas y rasilla de casas y edificios, y más que mármol, piedra, losas y bronce de Plaza, nueva de estirpe americana.

Ella es mi ciudad, la llevo en la sangre, la acuno en mi cabeza.

Acera del teatro La Caridad en el año 1912.
Malecón sin agua en la acera del teatro de La Caridad, en Santa Clara.
La ciudad del  vetusto teatro La Caridad,  ahora con su acera convertida en malecón sin agua. (Fotos: Centro Provincial de Patrimonio y revista Bohemia)

Adoro sus hedores, sus tonos despintados el amor no impone condiciones. Por algo cuando viajo extraño sus sonidos, sus ví­as en penumbras, sus noches de luna ida, sus octubres de tí­mido celeste, su inédito verano de piscinas, su diciembre de batallas que me queman y abrazan.  

Para unos, demasiado longeva y charlatana, mustia de agua, abigarrada, tacaña, sin donaire, desarraigada y ruidosa, con esa despreocupada tropa juvenil en su inventado malecón de La Caridad.

Para otros, cosmopolita, anciana transgresora, dama memorable, Alma de la Danza y la retreta, hija de dos rí­os, de la Cruz del puente, de la bota del Niño, de la mí­stica calabaza en la Pastora, de la virgen de Así­s, de las fabulosas Marí­a y Nicolasa, de Vidal y Montegudo.

Santa Clara, la múltiple de luces y de sombras, a ultranza es la mí­a, la que se lleva adentro, del lado izquierdo de la caja del cuerpo; la que se sufre y disfruta. Terruño indispensable, sobrio y prudente: excelsa tiene el alma y me conquista a diario.    

Comentar