
«Yo solo sé que no sé nada », dice con altivez, aunque ignora el autor del enunciado; dónde o cuándo lo aprendió y lo tomó como un «bonito » escudo para su desconocimiento y pereza intelectual.
Asombrado quedaría Sócrates ante el «derroche » de cultura general de Yadira quien, con 19 años, encuentra en la Wikipedia la filosofía de vida y sapiencia que necesita.
Lejos de su teléfono no es capaz de responder quién es el autor del Quijote, o, ¿dónde queda el valle de Viñales o Trinidad?, ¿qué deporte practicaban las espectaculares morenas del Caribe?, ¿por dónde arribó a Cuba Cristóbal Colón?
Aunque pudiera suscitar risas, más bien provoca lágrimas y desasosiego, pues jóvenes como esta agigantan una larga cadena de hombres y mujeres que profesan una incultura voluntaria carente de vergí¼enza y amor propio.
Darián tiene 24 años, labora en un centro de producción y desconoce quién es nuestro poeta nacional, cuál es el nombre del semanario provincial e incluso cuantos años de fundada cumplió Santa Clara. «Antes, cuando estaba en la escuela veía una parte del noticiero si me tocaban los diez minutos de debate y reflexión obligatorios; copiaba en una hoja algo de lo que decía Serrano y lo repetía para quitarme la maestra de arriba », asegura; y aunque no retenía mucha información al menos era capaz, de vez en cuando, de opinar con un mínimo conocimiento de causa.
Por su parte, Yarilis se considera una Armys (nombre que reciben las fans de la banda coreana de música BTS) y celebra junto a su comunidad de amigos virtuales y físicos los cumpleaños de sus ídolos del pentagrama, de los que conocen al dedillo nombres y apellidos, edad, lugares de nacimiento, preferencias y parejas conocidas; entre otros detalles pintorescos del mundo de la farándula. Sin embargo, es incapaz de nombrar a dos presidentes de países latinoamericanos, con qué naciones tiene frontera los Estados Unidos, o en qué capital se celebraron los pasados juegos Centroamericanos.
Marielis trabaja en un paladar y solo en caso de ciclón ve el noticiero pues, «para servir café y refrescos no hace falta saber na ´ de eso, la vida está muy mala y difícil como para amargarla más con tiroteos, bloqueo o que le repitan a uno que hay problemas con el agua o faltan medicamentos », dice.
Desgraciadamente, no saben nada, ni quieren saber. Algunos (no pocos) adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes, consideran que no es necesario acumular conocimiento o tener una idea de cómo se desenvuelve en materia socioeconómica y política la sociedad; ante pedidos escolares o demandas de los centros de trabajo existe Google, donde obtienen la información que necesitan en el momento preciso, tajando cualquiera inversión de tiempo en contrastar fuentes, ofrecer una valoración personal y forjar criterios. Solo saben mover el dedo por la pantalla de su móvil buscando información fácil y no retienen nada en su memoria.
Consumir medios informativos se considera «cheo » y, quienes lo hacen por herencia cultural o satisfacción personal, muchas veces callan para integrarse al grupo y no desentonar. Estar en Facebook determina un status social, mientras que visitar Cubadebate, ver el Noticiero Nacional o la Mesa redonda, convierte al individuo inmediatamente, a ojos de los felices ignorantes, en «bichos raros »; apelativo imputable también a quienes disfruten un libro sin que este sea obligatorio.
¿Desconocimiento en la sociedad de la información?
Escribió el filósofo británico Karl Popper: «La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimiento, sino la negativa a adquirirlo ». ¿Cómo es posible que la ignorancia puje en la Cuba de hoy con una educación universal, gratuita y de calidad, que sienta las bases de una cultura general integral sólida?
En los predios nacionales por fortuna no preocupa el analfabetismo y la articulación de la enseñanza comprende una gama de asignaturas de ciencias naturales, técnicas, matemáticas y humanísticas que se complementan con actividades extracurriculares, lo cual favorece la formación vocacional y el aprendizaje eficiente e integral.
Por lo que, pese a las deficiencias de nuestro sistema educacional, culparlo de la ignorancia de una parte de la sociedad sería otra muestra plausible de facilismo y falta de conocimientos.
Si fuéramos a buscar los porqués imperaría comenzar por la familia, por la primera escuela que, en ocasiones, solo exige que «no digan nada malo en las reuniones de padres » y «no tener que correr atrás de nadie para repasos ».

Además, poco puede influir en materia de cultura quien, con 40 años, en las selfis ponga boquita de pez, escriba en redes sociales «que sufra el que tenga dolol » o edite una fotografía para parecer posar junto al Conejo Malo o Karol G.
Sí, la banalidad en determinados momentos aparece como carcinoma hereditario; mientras que, muchas veces, quienes no tuvieron la oportunidad de aprender, o la desaprovecharon, suelen mantener y transmitir indefinidamente de generación en generación ese desinterés y conformismo con lo que se conoce o no.
En materia de estudio los alumnos se preparan solo para pasar el examen, aprenden de forma memorística lo suficiente para aprobar (obtener el mínimo indispensable muchas veces es la meta) y luego «lo que entra por un oído sale por el otro ».
Influye también el maravilloso atajo de teclado Ctrl C + Ctrl V que nos ayuda con tan sólo un pequeño gesto a copiar exactamente lo que buscamos y pegarlo sin ni siquiera leerlo, convirtiéndonos en meros espectadores de lo que pasa a nuestro alrededor, plagiadores supremos, ajenos a lo que significa sistematizar conocimientos.
Y es que, como expresó el profesor canadiense de teoría de la comunicación Marshall McLuhan, la tecnología es una extensión de nuestros sentidos, pero que de la misma forma que los amplifica también los amputa, modificando algunos hábitos que determinan nuestra relación con el mundo y nuestra capacidad de conectarnos con los demás.
La funesta moda del desconocimiento no solo gana seguidores en la isla, sino también a escala global. Al respecto teorizó Gerardo Castillo, profesor emérito de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.
«Las poderosas tecnologías no nos invitan a la reflexión, sino a acumular un exceso de datos que nos intoxican, impidiéndonos así discriminar entre lo importante y lo superfluo. Los saberes pensados son sustituidos por los “saberes†sin pensamiento. Hoy existe una fe ilimitada en la técnica, que con frecuencia llega a ser idolatría. Se olvida que la técnica es para el hombre y no el hombre para la técnica.
«Nos estamos conformando con saberes parciales, desgajados de una sabiduría integral, quizá porque el modelo que nos proponen no es el del sabio y el hombre culto, sino el del especialista », asegura.
«Navegamos cada vez más velozmente, pero sin saber a qué puerto nos dirigimos. Para orientarnos ya no necesitamos mirar las estrellas, pero haber dejado de mirar al cielo nos empobrece. Somos títeres de la cultura de consumo. Leemos el libro que está de moda, no el que responde a nuestras inquietudes y necesidades de tipo cultural », reconoce el catedrático español.

A la corta y a la larga, el desconocimiento cobra factura y atenta contra la salud cívica y democrática de la sociedad. Las carencias intelectuales nos hacen manipulables y en extremo vulnerables ante retrógradas campañas políticas y culturales.
Por fortuna no toda la juventud está pérdida, como reza la sentencia popular sin contextualizar ni mirar más allá de la epidermis y excluyendo que en los tiempos que corren también muchos jóvenes apuestan por estar informados y tener un bagaje cultural para enfrentar los nuevos desafíos sociales, productivos y culturales.
Que cunda el ejemplo de aquellos que saben que Miguel de Cervantes escribió la novela Don Quijote de la Mancha, que a William Shakespeare debemos Romeo y Julieta, que Nicolás Guillén es nuestro poeta nacional, que México y Canadá comparten fronteras con los Estados Unidos de Américas, que Viñales queda en Pinar del Río y Trinidad en Sancti Spíritus; que Nicolás Maduro y Evo Morales presiden dos países latinoamericanos, que Santa Clara cumplió el pasado quince de julio sus 330 años y que Vanguardia, el semanario provincial villaclareño, apuesta desde sus páginas por diversificar estilos y perfeccionar los modos de abordar el suceso periodístico para informar, educar y entretener.