
Medio siglo atrás cuando se fundó la Empresa de Cultivos Varios Valle del Yabú, en la periferia de Santa Clara, siempre hubo un pensamiento reiterado: aplicar una agricultura moderna de sistemático intercambio entre ciencia y técnica, embrión de la Revolución de los Rendimientos (R.R) agrícolas.
Fue el sueño de Arnaldo Milián Castro, miembro del Buró Político del Partido y primer secretario en la entonces provincia de Las Villas, y casi simultáneo al nacimiento del Yabú surgieron otras entidades homólogas en el Valle de Caonao, Caibarién, La Reforma, Juraguá, Horquita, Jatibonico, Lagunillas y Sagua la Grande, convertidos en la actualidad en polos cosecheros de las provincias centrales.
Por vez primera, a partir del 29 de septiembre de 1969, con ímpetu, se comenzó a hablar de seguridad alimentaria, de abastecimientos y de creación de áreas experimentales para demostrar la propagación de semillas que alcanzaran mayores resultados productivos en menor área sembrada.
Decía Milián Castro que la «tierra no crece, y la población sí », para lo cual era necesario buscar alimentos y reducir los costos en su obtención. Cuatro años después de aquella fecha cuando arrancó la RR, el dirigente político insistía en el vínculo de la mecanización y la tracción animal. Era la visión de emplear suelos apropiados con variedades de alto potencial productivo, asistir las plantaciones de manera sistemática y con uso eficiente del agua con sistemas de regadíos y la existencia de hombres con mentalidad y voluntad de transformación de los campos.

Eran en esencia los parámetros de la Revolución de los Rendimientos, y allí adicionaban las investigaciones expuestas por profesores de la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas, o del Centro de Mejoramiento de Semillas Agámicas (CEMSA) Fructuoso Rodríguez, de Santo Domingo. No descuidaban, incluso, la creación de industrias conserveras y la calidad de las producciones que llegaban a la población.
En los contextos agropecuarios hoy casi no se habla en Cuba de la Revolución de los Rendimientos, y hasta algunos especialistas piensan que los conceptos que se discuten son «nuevos, modernos o recientes », cuando entonces se insistía en que sin regadíos, estudios de suelos y variedades era imposible cualquier logro productivo.
No desatendían la propagación de esas ideas entre campesinos, y hasta experimentar en zonas de montaña la producción de vegetales en época lluviosa con el propósito de disponer de cosechas durante todo el año. Los ejemplos están contenidos en algunos discursos de Milián Castro recogidos por Vanguardia, el periódico villareño, durante el primer lustro de la séptima década del pasado siglo. Allí proclamó que era necesario «crear una conciencia sobre el acopio de las cosechas […] No es solo una técnica de acopios y de envases especiales » porque las producciones llegan al consumidor defectuosas, dañadas y «quieren darle gato por liebre » cuando en realidad se merece lo mejor, y por eso paga. El camino todavía, por «h o por b » sigue empedrado.
Aquel año de 1971 fue el peor de los registros villareños en los rendimientos de viandas al alcanzar las entidades agrícolas unos 931 qq/cab, y dos años después los rumbos fueron cambiando con sistemáticas inversiones en maquinaria y riego. Apuntó Milián Castro que el problema «no es solo cumplir los planes de siembra; a veces hay que sembrar mil caballerías, pero ¿cuándo se siembra?, porque cada una de estas variedades tiene su época de siembra […]; hay que crear una disciplina tecnológica », pendiente todavía en muchos lugares.
En cinco años se concibió la RR, porque en «ciencia y técnica no hay “verdades eternasâ€, de ahí la urgencia y vitalidad de la experimentación », período en el cual el Valle del Yabú ascendió en sus volúmenes de producción. Después en un corto tiempo, rebasó el millón de quintales de viandas y vegetales, entre los que sobresalían producciones de plátano, malanga del tipo Isleño-japonesa, Rosada y Blanca tradicional, así como yuca y boniato. Desde entonces esa cifra nunca más se alcanzó aunque existe algún que otro coqueteo.

La superación técnica de los trabajadores, el caudal científico de las universidades y centros de investigación, y hasta comparaciones productivas entre simientes de papa nacional y foránea, animaban a Milián Castro y sus seguidores. Decían, «todavía estamos en pañales » de la Revolución de los Rendimientos y la explotación de denominados cultivos rústicos, como la malanga, yuca, boniato y plátano.
Hacia esas y otras metas va la empresa agropecuaria Valle del Yabú, empeñada medio siglo después en un amplio programa de desarrollo y diversificación de las producciones que incluye como principal baluarte el suministro de alimentos a Santa Clara, la capital provincial. No obstante, todavía queda camino por andar en más de 22 000 hectáreas de patrimonio de una entidad estatal socialista que batalla por la integralidad y la disciplina tecnológica.