
Sucedió en el tren universitario. Fue un susto grande, un dolor en el pecho que puso en vilo a la facultad, a la universidad entera. Parecía que el profe Abreu iba a ausentarse por un buen tiempo del aula…
«Al segundo día, aún en el hospital, le dije a mi esposa: trae la laptop para terminar el examen extraordinario que falta. Se lo dicté. El compañero que impartía conmigo la asignatura aplicó la prueba, pero le dije que no la calificara, porque yo lo haría ».
Palabra de ley. Ahora sus colegas y estudiantes dudan si pueda haber una muestra más grande de amor y consagración al magisterio. Yo, particularmente, nunca había escuchado hablar a unos discípulos con tanta pasión sobre un maestro.
«Le darán a José Rafael Abreu el Honoris Causa ». «Ya lo debíamos ». «No sé quién más lo mereciera », decían, y la buena nueva se esparció como pólvora entre los eléctricos, que son «poco expresivos », menos para hablar con emoción sobre su profe Abreu.
¿Cuánto debió poner de su parte para procesar la gran noticia?
Desde enero sabía que yo era un Honoris Causa. Pero en ese momento me sentía incapaz de recibirlo. Cuando me comunicaron le dije al decano que debía esperar y hablé para saber si era posible hacerlo coincidir con los 60 años de la facultad. Así me adaptaba un poco a la idea de que yo mereciera esa condición.
«Realmente, las personas que lo habían obtenido con anterioridad fueron eminencias como el Che y Armando Hart… Por eso me costaba trabajo pensar que yo había sido elegido. Es que nunca he trabajado para eso. Yo he trabajado para cumplir con mi deber, el de ser profesor ».
«Si se considera que he servido mucho, pido en estos momentos que se me permita seguir sirviendo hasta que me queden fuerzas para hacerlo y que, llegando el fin, mis cenizas sean esparcidas por este centro y puedan servir como abono para que crezca una flor que haga aún más bella nuestra querida universidad ».
(Fragmento de la alocución de Dr. José Rafael Abreu García, en el momento de su investidura como Doctor Honoris Causa en Ingeniería Eléctrica de la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas)
Un Honoris Causa para un campesino de Vega Alta, que aún recuerda a su maestra de primaria con orgullo; porque «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz »â€¦ ¿no?
Sí. Yo soy campesino y estuve hasta quinto grado en el campo, recogiendo residuos de la cosecha cañera, alimentando animales, guataqueando. Iba a una escuela rural con todos los grados juntos y una sola maestra, Juana Fales, a la cual recuerdo con mucho cariño y quien me inculcó principios patrióticos y conocimientos básicos.
«Lejos estaba aquel joven que también fue aprendiz de zapatero, de mensajero de farmacia y con fundadas inquietudes revolucionarias de imaginar que iniciaría una relación con la Universidad que duraría toda la vida ».
Un Honoris Causa para un profesor querido, intachable, que nunca pensó en ser maestro.
Así es. Llegué al magisterio por necesidad de la Revolución. Nunca mostré inclinación por la docencia, a pesar de tener en el seno familiar a cuatro maestras normalistas. Tuve que empezar a impartir clases en segundo año, cuando nos contrataron como instructores no graduados.
«Inicialmente, no valoré adecuadamente el papel de la pedagogía. Consideraba que lo fundamental era dominar la temática a impartir. Pero en la práctica aprendí que su papel es fundamental y que sin ella es imposible lograr los resultados deseados por todo profesor.
«También, que un maestro debe vivir como un atleta de alto rendimiento, con la disposición permanente al análisis y la superación ».
Un Honoris Causa para un pionero, un atrevido de la Automática en el país, cuando esta disciplina estaba en ciernes.
Ahora que hablamos del tema recuerdo una anécdota. En el año 1969 yo fui a España a un curso de programación y control, auspiciado por la Universidad Politécnica de Madrid. Cuando regresé traje un libro porque quería incluir una asignatura de programación digital.
«Yo era director de Escuela (Eléctrica era una escuela) y le comento al decano mi idea. "Aquí no hay computadoras", me dijo. Yo insistía en que la gente se preparara aunque fuera teóricamente.
«Finalmente, buscamos a un profesor para que diera computación. Pero en julio, cuando íbamos a salir de vacaciones, me enteré de que ya no podía ser. El decano me informó que debíamos eliminar la asignatura del plan, pero me negué a hacerlo.
«"No la voy a quitar. La voy a dar yo". La preparé y la impartimos. Cuando llegaron las computadoras, los únicos que sabían programación y pudieron utilizarlas fueron los eléctricos ».
Y llegó la Automática en el año 1970. Muchos hubieron de reconvertirse. Para el joven Abreu fue otro de los tantos retos. Para el veterano Abreu el placer de que ningún graduado se haya marchado de la casa de altos estudios sin recibir la «bendición »: sus lecciones de control automático.
Me llamó la atención cuántos comentarios suscitó la publicación de su investidura en Facebook. Uno de ellos decía que el profe es bueno en todo, incluso en las letras. ¿Eso es cierto?

(Ríe). He impartido varios temas: circuitos eléctricos, programación, mediciones eléctricas, redes, y nunca he dejado de impartir control… También, Pedagogía, Introducción a la especialidad, Aprender a aprender, que es una asignatura que enseña a los estudiantes cómo estudiar, cómo tienen que prepararse.
«Soy jefe de la disciplina de Ingeniería y Control. Me encantaría que todo el mundo pasara por todas las asignaturas. Cuando eso sucede, ya uno sabe que el alumno está formado integralmente. Ese es el principio que yo aplico.
«No lo podemos lograr porque son varios años de preparación. Cuando el muchacho es máster se te va, abandona el país o la universidad… Y tú no puedes oponerte a eso, porque es un problema real, un problema de economía. Yo, por ejemplo, me quedé en la universidad, pero eso no significa que no hubiera podido vivir mejor ».
¿Cuántas propuestas en el exterior? ¿Cuántas ofertas tentadoras han hecho «temblar » al profe Abreu? ¿Ha pensado en irse del país para tener una vida con más lujos?
He estado en Alemania, Checoslovaquia, España, Unión Soviética, Rusia y Ucrania, Colombia, México, Brasil… Pero, como dijo Martí, el hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber. Para mí, eso es lo más importante. He tenido muchas proposiciones.
«Cuando estuve en México, empresarios de una industria de Toluca intentaron convencerme de quedarme en un puesto de la gerencia. Tenía un salario altísimo e, incluso, podía llevarme a mi familia. Pero Cuba me hala ».
Usted tiene una hermosa familia: Olguita, esposa consagrada; cuatro hijos y cuatro nietos… Pero hay un detalle especial: su hija menor sigue los pasos de su padre. ¿Qué significa para usted que Ailet Abreu también sea profesora de Ingeniería Automática?
(Ríe orgulloso). Es una continuidad. Trabaja conmigo en una asignatura que doy ahora en el segundo semestre. Ella está muy bien formada: ya se hizo máster y tiene tema para hacerse doctora.
«Ailet me ayuda mucho. Para mi hija es un compromiso y un orgullo que yo sea su padre. Siento que se está muy comprometida ».
¿Qué dice la familia de ese amor desmedido hacia la universidad?
Siempre me están criticando porque me paso la vida allí. Y me controlan (ríe) y preguntan «qué tienes que hacer hoy », como si uno fuera a la universidad nada más a hacer cosas.
«Tengo una dieta un poco controlada, pero me llevo el almuerzo y el agua. Lo más malo es el transporte: voy en la ruta 3 casi todos los días, porque el tren me queda alto para subirlo ».
Profe, usted tiene más de 80 años. Muchos pensarían que es tiempo para descansar en casa. ¿Por qué regresar a la UCLV luego de haber superado un momento delicado de salud?
A finales de agosto volví a incorporarme, luego de tres meses de recuperación. Retomé todas mis asignaturas, mis proyectos… Pienso mantenerme hasta que tenga fuerzas para poder ayudar. Si yo veo que un día están solucionados todos los problemas (creo que no lo voy a ver) y no hago falta, hasta ese día trabajo. Es que para mí la universidad es mi vida ».