La de la mala suerte

Las resoluciones para año nuevo son una de las tradiciones más antiguas y más extendidas en el mundo. Pero no siempre tenemos la voluntad o la «suerte» para cumplirlas.

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Ilustración de Martirena
(Ilustración: Martirena)
Laura Seco Pacheco
1216
26 Diciembre 2019

Lo que pasa conmigo es que tengo muy mala suerte. No te exagero. Creo que Doña Desgracia se ensañó conmigo, o se encariñó, que es peor, y no me suelta. Por eso haré propósitos para año nuevo. Total, de mis planes siempre salen planazos.

¡Qué no dramatizo! Es más, te ejemplifico. Yo hice mi lista de resoluciones para el 2019, bien anotadas, con tinta azul y un lapicero rojo comprado para señalar los objetivos cumplidos. Fue un listado corto, conciso, elaborado concienzudamente según mis posibilidades y necesidades y tomando en cuenta los obstáculos que te asaltan a cada segundo.

Objetivo uno: adelgazar. Sí­, ya sé que caí­ en lo mismo del resto de las mujeres, pero yo soy una «tipa » seria y responsable y ese era el primer paso para lograr el resto de mis encomiendas. Empecé con anotarme al gym: 5 CUC bien empleados si tomamos en cuenta la necesidad de un cuerpo esculpido para   conseguir hasta pasaje en una guagua.

Primer dí­a: abdominales, estera, 10 tandas de flexiones, squach, cuclillas, media hora de zumba. Segundo dí­a: estiramiento profundo, tropezón y yeso en la pierna izquierda por dos meses. Tercer dí­a: depresión, helado y reposo absoluto. Vigesimosexto dí­a: 22 libras más que no tienen interés en abandonarme.

Objetivo dos: aprender a cocinar. Con mis muletas recorrí­ media Santa Clara en busca de recetas de cocina. Por fin, en abril, cuando la Feria del Libro, valiéndome de mi discapacidad, porque no logré el cuerpo esculpido, conseguí­ un ejemplar con lo mejor de los platos cubanos. « ¡Manos a la obra! », me dije y ¡paff!, la olla reina rota y la arrocera siguiéndole los pasos. La hornilla eléctrica sacó bandera blanca, el gas cada dos meses y ¡pa ´ colmo! el fogón con salidero. ¡Bye bye, cocina! Que sigan los huevos fritos y el arroz recalentado.

Objetivo tres: conseguir jevito. Eso sí­ lo logré rápido. Durante la rehabilitación en el hospital. Él traí­a su abuelito al reumatólogo ¡que muchachito más bueno! y las dos consultas quedaban en el mismo piso. Flechazo automático. Alto, trigueño, barba, ojos verdes, arquitecto, dominio total de tres idiomas, lector voraz y ya mencioné su alto sentido de la responsabilidad familiar. Padre ideal para mis hijos.

El único problema: residente en Cienfuegos. «Esos 60 kilómetros no nos van a separar », dije yo. «Yo los corro por ti », respondió él. Todo perfecto, relación sólida a distancia hasta que llegó septiembre y resultó que lo de correr era pura falacia. Se acabó el combustible, las máquinas, los camiones, el amor y el fulano hasta en Facebook me bloqueó.

De tres, cero. Por eso no me hago ilusiones con el nuevo año, porque al final, la realidad llega y te chapea los pies. Yo mejor me conformo con mi mala suerte y me quedo el 31bien tranquila en casa.   Que la gente le prenda fuego a los muñecos, de la vuelta a la manzana con las maletas y tire cubos de agua, que si se me ocurre hacerlo a mí­, cualquier desastre puede ocurrir.

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