Los «duendes verdes » de la Isabela

Isabela de Sagua no duerme. Irma le ha quitado el sueño. Fango y tristeza reciben a los visitantes.

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La casa de Horacio González Carmenate, dañada por «Irma»
La casa de Horacio González Carmenate, dañada por «Irma». (Foto: Víctor Manuel Marín Castillo).
Claudia Yera Jaime
Claudia Yera Jaime
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02 Octubre 2017

Isabela de Sagua no duerme. «Irma » le ha quitado el sueño. Parece un cuento pero deviene realidad cruda y punzante. Fango y tristeza reciben a los visitantes. Dispersos por las callejuelas los colchones, equipos electrodomésticos, muebles y prendas de vestir reclaman un imprescindible baño de sol.

«El mar arrasó con todo, nuestro mayor proveedor nos jugó una mala pasada », comenta Belkis Garcí­a Triana, quien perdió el techo de su vivienda. A unos metros, los vecinos aún rescatan pertenencias de la argamasa y podredumbre que se hurga bajo los pies.

El pueblo se desmorona pero el espí­ritu crece. Con cada lágrima hay esfuerzos renovados y manos amigas que impulsan la labor recuperativa y dibujan tenues sonrisas. Han llegado «duendes verdes » a Isabela de Sagua.

 Cultura que edifica

Geidy de la Caridad Cordero Marrero parece dormir, pero confiesa que está asustada y prefiere construirse un castillo debajo de las sábanas. «Irma » dejó en ruinas la casa que compartí­a con sus abuelos; mas, un grupo de jóvenes de la Asociación de Hermanos Saiz (AHS) villaclareña se empeña en regalarle a la princesa de seis años, un techo y unas paredes.

«El payaso y el cantante ayudan a mi abuelo », susurra. En efecto, Ví­ctor Manuel Marí­n Castillo, guitarrista y voz segunda del Quinteto Criollo, y Yasiel Fabá Garcí­a, actor de Teatro sobre el camino se estrenan como carpinteros. «Son duendes verdes, hacen magia », comenta la niña al tiempo que muestra un dibujo que les realizó. «Pero está al revés », dice. Al preguntarle por qué responde: «Mi casa también está de cabeza ».

«Quedé impactado con la empatí­a que logramos con la comunidad, nos han acogido como miembros de la familia, y comparten con amor lo poco que tienen. En las noches defienden a capa y espada la música cubana, me piden canciones de Silvio, Pablo y Compay Segundo », comenta Marí­n Castillo, que desde su llegada al litoral cambió el instrumento de cuerdas por el martillo y el serrucho.

Con el apoyo de los «duendes verdes », lograron levantar este pequeño cuartico. (Foto: Ví­ctor Manuel Marí­n Castillo).

En el parque central, cerca de la tarja que rinde homenaje a Don Francisco de Paula Machado y Alfonso por sus servicios   humanitarios, patrióticos y culturales, se encuentra la «guarida » de los «duendes verdes », 20 jóvenes escritores y artistas que durante esta semana laboran en la recuperación del litoral costero de Sagua la Grande.

«La situación es bastante compleja, llegamos con el deseo de transformar la realidad, queremos brindarles nuestro arte pero también compartir las mismas necesidades, ayudarlos a levantar su casa, su pueblo, su espí­ritu. Laboramos por el dí­a en la reconstrucción de las viviendas y en la tarde-noche amenizamos con actividades culturales », afirma Joel Herrera Acosta, presidente provincial de la AHS.

En la primera jornada de trabajo, montan la carpa y sitúan la bandera de la Asociación. Con mantas y colchas marcan su pedacito de suelo, mientras las guitarras, libros y disfraces, aún enfundados, esperan su turno nocturno.

«Esa niña domina la escoba a su antojo » me dice entre risas Horacio González Carmenate, otro isabelino, en referencia a Elizabeth Aguilera Fariñas. Esta actriz de Teatro sobre el camino se viste en las noches de bruja para jugar con los niños, y durante el dí­a ayuda a limpiar y sacar escombros.

«No todo lo que nos trajo el ciclón es malo, esta brigadita de artistas es lo máximo, han sido la gente que han plantado bandera; fuertes, emprendedores y multifacéticos, están llenos de alegrí­a », prosigue Horacio. «Mi casa la encontré derrumbada, con todo mojado y echado a perder, pero ellos me han dado ánimos y me han levantado este cuartico », y señala con orgullo la habitación de tres metros por dos que han edificado los artistas-constructores. Mientras, Niurka Ruiz Fons, su esposa sonrí­e ante las ocurrencias de los jóvenes. «Se salvó el gato, el perro y el puerco, estamos vivos y es lo que cuenta, la Revolución no nos va a dejar desamparados », dice.

Cuando el lunes 18 de septiembre los más de 2000 pobladores isabelinos evacuados en el Centro Mixto Ramón Ribalta de Sitiecito regresaron a sus hogares, el panorama era devastador. «La sensación de ahogo y desasosiego fue enorme, hoy nos une el dolor y el sentimiento de pérdida, afortunadamente estos muchachos llegaron a regalarnos sonrisas, cuando creí­amos perdida toda la alegrí­a », expone Yilian Santos Romero, cuya vivienda se derrumbó completamente.

Precaver para no lamentar  

Aunque los isabelinos no sufrieron pérdidas de vidas humanas, resultan cuantiosos los daños materiales, en parte, acaecidos por la imprudencia y la poca percepción de riesgo. «El gobierno ubicó dí­as anteriores camiones para asegurar los recursos materiales pero no imaginamos que el mar iba a subir el doble de lo normal y nos confiamos en levantar del suelo nuestras pertenencias », declara Santos Romero, quien ahora se resguarda con su hijo, limitado fí­sico, en las oficinas del CITMA.

«Los golpes enseñan, aseguro que para la próxima todos los equipos eléctricos y bienes materiales los pondremos a buen recaudo en los almacenes previstos », asegura Belkis Garcí­a Triana, con cierto aire de insatisfacción consigo misma.

A unas cuadras de su domicilio, el panorama sigue en blanco y negro. Como un animalito asustado, la estatuilla que representa uno de los perros que acompaña a San Lázaro, esconde su mitad delantera detrás del fogón. «Parece que hubiera cobrado vida », dice Lázara Valdés Espons mientras recoge los calderos y ropas desperdigados por el piso de su bicentenario chalet a orillas del mar, ahora reducido a escombros. «Nosotros pasamos el ciclón Kate sin mayores daños, pero este de ahora devastó la casa por completo, solo quedó en su sitio mi San Lázaro y el cuadro con la foto de mi nieto; perdí­ la lavadora, el televisor, el refrigerador, la cama ».

Su longevo compañero de vida, Eugenio Dí­az Negrí­n, acongojado ante el desamparo material, intenta sacar agua con una bomba de achique, y pregunta por la suerte de los pueblos pesqueros Nazábal y Juan Francisco, sin dejar de mirar la costa con recelo.

«Por suerte nos han ayudado con almuerzos y comidas elaborados, agua embotellada para tomar, ropas de donación, cubos, toallas, colchas de trapear, escobas, almohadas, colchones », declara Olga Oller Santos, ciudadana damnificada.

Según Raí­za Puerto Rodrí­guez, directora de Trabajo y Seguridad en la provincia: «Las pérdidas de la población realmente han sido grandes, pero el pueblo tiene mucha confianza. Llegaron las primeras donaciones de ropa para los casos más afectados y contamos con cunas para los niños pequeños. Además se irán incorporando otros donativos y equipos de cocción para asistir la pronta recuperación de los isabelinos ».

Solidaridad y altruismo

Los jóvenes escritores y artistas villaclareños rompen estereotipos, tan risueños y aní­micos como siempre. El salitre, el sol y el trabajo duro les han curtido la piel. Sin embargo, la tarea de fomentar alegrí­as por partida doble y la gratitud de su público les minan el alma.

Orgullosos y eufóricos, los «duendes verdes » exhiben sus nuevas marcas y cicatrices. En las fotografí­as sonrí­en. Muestran el júbilo del deber cumplido, el í­mpetu de estar materializando sueños en tiempos en que La Isabela no merma en el empeño, ni en la faena, para recuperarse a pasos agigantados.

Yilian Santos Romero, a nombre de toda la comunidad les deja su mensaje: «La AHS no pierde ese carácter revolucionario de estar con el pueblo codo con codo, haciendo literatura y arte que edifique en todos los sentidos. Les agradecemos su apoyo incondicional ».

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