El superpoder de Marvel

Una crí­tica a las últimas producciones cinematográficas de Marvel Studios, que como se evidencia en Thor Ragnarok, sacrifican la calidad en aras de un entretenimiento banal para el público.

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Marvel
(Foto: Carlos D. Quiroga Morejón, estudiante de Periodismo)
Carlos D. Quiroga Morejón (estudiante de Periodismo)
1992
24 Julio 2018

Ví­ctima de la ingenuidad, me dispuse a ver Cuadro a Cuadro, espacio televisivo de gran aceptación para la teleaudiencia cubana. La pelí­cula presentada-criticada por Jorge Oliver fue Thor Ragnarok, tercera entrega de la saga Thor, basada en las peripecias y aventuras del superhéroe del mismo nombre, perteneciente a las historietas del universo Marvel. Acompañé la trama del filme durante sus más de dos horas de extensión para llenarme de una mezcla de sentimientos y expresiones (negativas en su mayorí­a).

Marvel Studios, desde que estrenó Iron Man (2008), ha llenado las pantallas del mundo entero con un revoltijo de coloridos superhéroes, villanos, antihéroes y cameos de Stan Lee (mente maestra tras el universo de histeriotas de Marvel). La gracia les ha resultado factible y hasta hoy, 11 años después de que Tony Stark (Robert Downey Jr.) se disfrazara del hombre de hojalata, pero con más «swing », Marvel sigue aporreando en nuestras narices la repetida fórmula cinematográfica mientras se sale con la suya.

En Thor Ragnarok, su protagonista Thor, basado libremente en el Dios nórdico del trueno, debe salvar a Asgard, su planeta o dimensión o plano astral o lo que sea, porque en realidad nunca nos queda muy claro. La antagonista es la misma hermana del héroe, Hela, la tan malévola como sexy diosa de la muerte que se asemeja en no pocos aspectos a Angelina Jolie en la pelí­cula Maléfica.

Para no contar la trama, que no es absolutamente el punto fuerte del filme, sintetizo que la pelí­cula es un carnaval del sinsentido, donde lo mismo le transportan a una recreación barata de la Tierra Media del Señor de los Anillos, o a un planeta ciberpunk o a la Tierra misma en donde Thor no podrá resistir la tentación de hacerse un selfie con un par de terrí­colas. Pero ahí­ no acaba la cosa: un guion que roza la infantilerí­a (recordemos que ahora Marvel pertenece a Disney), un final feliz y esperanzador muy predecible o personajes secundarios que no aportan nada de nada son algunos de tantos lastres que se suman al elenco del metraje.

Pero la realidad es contraria a mi criterio, al fin y al cabo ha sido un éxito de taquilla y de crí­tica, al igual que todas las anteriores pelí­culas de Marvel Studios, desde la enésima parte de Avengers, hasta la «oscarizada » Logan, o la aparentemente mordaz Deadpool.

Marvel también presupone muchas cosas: posee una excesiva confianza en el atractivo de su producto y asume el conocimiento total de su universo cinematográfico por parte del espectador. Así­, en Thor Ragnarok aparecerán Hulk y el Doctor Strange, superhéroes que ya han tenido sus respectivos filmes, porque al parecer ya sabes la biografí­a de cada uno y te son tan familiares como tu sobrinito, porque de no ser así­, estos dos esperpentos poco aportan a la caldosa audiovisual.

El universo Marvel se expande y lo seguirá haciendo en forma de remixes y featurings al más puro estilo de las canciones de pop actuales. Ya vimos a los guardianes de la galaxia en Avengers: Infinity War, a Iron Man en Spiderman: Homecoming, a los Vengadores en Captain America: Civil War, a Thor apareciendo en Doctor Strange,  o a Falcon en Captain America: The Winter Soldier y en Ant-Man. Dentro de poco no será difí­cil olvidarnos qué personaje pertenece a cuál pelí­cula, aun teniendo esta el nombre de su superhéroe.

Sus cintas se han convertido en experiencias para toda la familia, carentes de gran dramatismo y con el objetivo de agradar a la mayor cantidad de personas. Hasta los cómics, que son la sémola de su cinematografí­a, se adaptan a las sinopsis de las últimas pelí­culas. La cuestión es vender y vender bien, la cantidad de filmes, supera con creces la calidad de los mismos. Mientras tanto, los superhéroes se multiplican por montones y nos invaden, haciéndonos adictos a la «superbasura ».

Aprendí­ la lección, la próxima vez me lo pensaré dos veces antes de volver a ver una pelí­cula de Marvel y de hacerlo, me despojaré de mis criterios y exigencias e intentaré no terminar gritando frente al televisor: « ¡Hasta cuándo Marvel! »

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