Hacer arte con más arte parece una tarea fácil, pero ver sol donde otros aprecian sal es solo cosa de esos seres llamados artistas; en este caso, fotógrafos, que captan con sus lentes —de manera diferente e intencionada— pedacitos de una ciudad que se añeja, tenaz y estrepitosamente; que no tiene mar, pero sí malecón; que no tiene rascacielos, pero sí toca las nubes; que no le ha hecho falta flecha, Cupido o una torre Eiffel para enamorar. Es Santa Clara, con una experiencia acumulada de 336 años, una capital cultural de Cuba y la musa y/o materia prima de muchos virtuosos que, más que crear, marcan un punto de referencia artístico en medio de la isla.


El clic, el sonido al presionar el botón de la cámara para hacer una foto, rejuvenece la madura urbe, ya que la paraliza en el instante donde se enfocó y, a través de las sales de plata o los píxeles, se captó la luz única e impávida que rebota Santa Clara. Disímiles son los fotógrafos que han recogido en sus respectivos registros momentos, paisajes, detalles de la cabecera villaclareña y que dejan para la eternidad una pequeña huella de lo que fue y lo que es.
«Muchos dirán que es fea, que no va más allá de su parque y su boulevard, pero yo le veo algo diferente, le veo magia», así se refiere Luis Daniel (Luisi) Martín Rodríguez, joven fotógrafo que comparte su trabajo a través de la red social Instagram y que perpetúa, en imágenes, una ciudad en la que no nació, pero ha encontrado un hogar.

Cuenta a este medio que en las entrecalles, alejado del casco histórico, donde tal vez ningún visitante se asoma por la falta de saturados colores o simplemente por el hecho de que no haya más que casas, se topa con encuadres exclusivos que no cree encontrar en ninguna otra ciudad cubana.
Luisi nunca ha expuesto, pero tiene material y amor santaclareño para hacer una muy ruidosa exhibición del silencio de sus tomas, de la cotidianidad, de lo que pasa desapercibido ante la contemplación de los que tal vez no vemos con alma, o mejor dicho, con «ojo de artista».
Es Carolina Vilches Monzón una santaclareña perteneciente a la familia de Vanguardia. Entre sus tantas virtudes está la fotografía, y para ella la cámara es un órgano más de su cuerpo. En 2006 creó una serie llamada La ciudad en el tiempo, donde, apoyada en su formación como arquitecta, materializó en blanco y negro símbolos propios de las construcciones del siglo XVII y narró el proceso de formación de una identidad reflejada en los primeros edificios y las calles, en homenaje a los fundadores.

«Todos los fotógrafos, de una manera u otra, plasman su ciudad en la fotografía, pero yo la amo y, pudiendo vivir en otro lugar, la elegí». Carolina le otorga a Santa Clara el color verde para definirla, por el logrado balance entre lo rural, lo periférico y lo céntrico; legándole una concepción que va más allá del carácter de las instantáneas, pero ligándole una significación a la hora de hacerlas.
«Definitivamente, no se puede separar la ciudad de su gente, y menos siendo una ciudad que acepta, no que tolera, sino que acepta. Santa Clara tiene un alma que la define, que la hace reconocible, y eso es lo que he tratado de plasmar: su espíritu».
Muchos son los profesionales de la fotografía que han retratado la ciudad, pero no pueden dejar de mencionarse Rubén Artiles, Juan José Fernández y, sobre todo, Eridanio Sacramento Ramos. Este último es un prolífico autor dedicado principalmente al paisaje rural, sobre todo en las cercanías de la urbe, aunque también ha enfocado con su lente, sus arcaicas tecnologías y su fina sensibilidad el «rico panorama urbano», como lo define, y lo ha mostrado a través de exposiciones Del barro a la ciudad, Camino por la calle de costumbre y Luces de mi ciudad.

Sería Juan Ramón González Naranjo, en un artículo para la revista Violas, quien mejor definiría a Eridanio y su labor con y para Santa Clara: «Cronista visual de la ciudad es un título que pudiera aplicarse a Sacramento, pero esto no sería del todo exacto. Intérprete de una ciudad “otra” sí se le puede consignar como calificativo; calles nocturnas y desiertas abocadas a los secretos, vetustos techos de tejas, ríos llenos de desperdicios, paisajes de alto contraste o virados al sepia, luces esquivas y furtivas, la dignidad de la pobreza, en fin, entre otros temas y argumentos; se trata, en definitiva, de una especie de personalísima interpretación fotográfica del “arte povera”, pero también del arte minimalista, por la simplicidad de sus elementos, y, además, por qué no, del arte conceptual, donde las interpretaciones se desdoblan o se solapan».
El arte de las cámaras no es más que otra manera de hacer poesía, jugando con nuestro nivel perceptivo. Los autores excavan en las profundidades y nos enseñan la superficie, fabrican imágenes que, como un iceberg, solo muestran la punta, pero esconden una enorme carga emocional. Si tomas mil fotos de Santa Clara, ¿estás enamorado de la fotografía o de la ciudad?
