
Cuando Ramón Silverio llegó hasta el humilde monumento erigido al inolvidable maestro, poeta y revolucionario Raúl Ferrer en el antiguo central azucarero Narcisa (luego Obdulio Morales), en Yaguajay, Sancti Spíritus, su pecho se colmó de disímiles emociones. Aquel encuentro constituyó una especial conexión, en espacio y tiempo, entre ambos consagrados a la educación, la cultura y el humanismo que quedó, desde entonces, en la memoria de la comunidad.
El Padre de El Mejunje quiso celebrar su cumpleaños 77 el pasado 22 de septiembre junto al hombre que decidió echar su suerte al lado de los niños pobres, los necesitados y los desahuciados por una sociedad en que la justicia no significaba más que una palabra. Era un compromiso con Ferrer y consigo mismo de honrarlo allí, al pie de la imponente ceiba —aledaña a la entonces humildísima escuelita (hoy inexistente)— que el autor de Romance de la niña mala bautizara con el nombre del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes.

Cuentan que no pocos de sus alumnos apenas tenían zapatos, y el maestro poeta, con su característica sensibilidad y vasta sabiduría, les comentaba a los muchachos sobre la existencia de una «fuerza telúrica» que entraba por los pies, pero para adquirirla todos precisaban andar descalzos. Así, apelando a su imaginación y sentido pedagógico, lograba igualdad, equidad e inclusión entre todos sus estudiantes.
Precisamente, al pie del monumento fundido en cemento que le dedicara el pueblo, se aprecian los zapaticos que los niños dejaban a la entrada de la escuelita, como si a partir de la puerta del aula hacia adentro comenzara un mundo distinto, más humano, justo y digno para todos por igual. Un mundo por el cual el maestro luchaba por hacer realidad desde su militancia comunista y dirigente de la Federación Nacional de Maestros Rurales, a la cual contribuyó a organizar con ahínco.

Y esa realidad llegó con la Revolución, esa otra gigantesca fuerza telúrica que salvó al niño Ramón Silverio. El pequeño campesino nacido en medio de la manigua de La Minerva, a pocos kilómetros de Santa Clara, «con una miseria espantosa», como él mismo recuerda cuando evoca tan difíciles tiempos. No, Silverio no olvida las miles de dificultades que vivió junto a su familia y los vecinos de la comunidad, las inmensas distancias a recorrer a pie para ir a la ciudad, la escasez permanente y chocante, el horror de las tormentas y lluvias torrenciales, la dureza de la vida campesina.
Pero allí mismo, junto a los suyos, también echó su suerte de ser maestro, como Raúl. Con alrededor de 50 alumnos bajo su tutela a quienes enseñó en la escuela primaria multigrado Juan Manuel Márquez, una de las pocas que había en La Minerva de las cuales ya ninguna existe.
Silverio acogió como un padre a decenas de niños, e incluso a adultos de hasta 40 y 50 años de edad, pues apoyó en el seguimiento de quienes lograron aprender a leer y escribir durante la Campaña de Alfabetización. Y a través del tiempo se llena de orgullo al ver a muchos de sus estudiantes hechos enfermeros, catedráticos de la universidad, profesionales, trabajadores, hombres y mujeres de bien, beneficiados por el nuevo y revolucionario sistema educacional que comenzaba a forjarse.


Y a sus 77 años el niño de La Minerva llegó hasta el lugar donde el sabio educador nacido en Meneses enseñaba a sus pequeños, que lloraban cuando faltaba. En la biblioteca de la comunidad Obdulio Morales, le rindió tributo Silverio a través del teatro con la obra El retorno del maestro, que hizo precisamente para que las nuevas generaciones supieran de Raúl Ferrer. Porque, «esta es una obra contra el olvido; en Cuba hay muchos olvidados y no debemos permitir que eso ocurra», expresa Silverio como una máxima en la vida que lleva consigo en su actuar cotidiano.
Hermana del gallo fino
de la tarde y la vista,
en ti ligera y bonita
mi talla de campesino.
En el fresco del camino
me colmas de primavera…
Eso, si la tierra fuera
De quien la siembra y la cuida,
porque ¡la tierra es la vida
vestida de guayabera!
Canta la preciosa décima Guayabera, de Ferrer, la trovadora Yeni Turiño, musicalizada por Migue de la Rosa, como parte de la obra teatral. Dentro de la puesta Silverio representa a un maestro frente al aula y el público son los alumnos que aprenden de la Patria, la naturaleza, la poesía, el amor, la amistad, la justicia, del Apóstol…
De regreso ensangrentada,
libérrima tu presencia,
con olor a independencia
y a riqueza rescatada.
Rota, pero iluminada
con la luz de la bandera.
Eso, si la Patria fuera
como la quiso Martí
porque ¡Patria es un mambí
de machete y guayabera!
Y entre la emoción y canciones la clase concluye con Romance de la niña mala, ese conmovedor poema que marcó a varias generaciones desde la escuela y por el cual también debe lucharse porque no caiga en el olvido. «Un vecino del ingenio dice que Dorita es mala…» y no pocos del público regresan a su niñez, a reír con sus compañeritos, a escuchar la voz de sus maestros, a vivir…
Antes de partir, Silverio y sus «alumnos», interpretados por maestras, federadas y mujeres de la comunidad de Obdulio y de Yaguajay, se despiden frente al monumento y recuerdan a otra maestra que canta, Teresita Fernández, e interpretan a coro las icónicas La Ronda (Dame la mano y danzaremos) y Lo Feo, todos con las manos tomadas y danzando cuales niños cubanos, los más felices del mundo. Como quiso Martí y como lo soñó Raúl Ferrer.
