El Vaquerito, apuntes del Pelotón Suicida

José Rafael (Chino) Hung Oropesa, dí­as atrás, reconstruye instantes de su participación en el Pelotón Suicida y la soberaní­a de pueblos villareños.

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Capitán Roberto Rodríguez, el Vaquerito.
Roberto (Vaquerito) Rodríguez Fernández, jefe del Pelotón Suicida en campaña. (Fotocopia: Luis Machado Ordetx)
Luis Machado Ordetx
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
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31 Diciembre 2017

Durante la primera Semana de la Liberación de Santa Clara, en diciembre de 1959, el Comandante Ernesto Che Guevara, está nuevamente en la ciudad. El artí­fice de la unidad en las fuerzas revolucionarias que operaron en territorios del centro del paí­s, por esos dí­as, el lunes 28, recibe el tí­tulo de Doctor Honoris Causa de la Facultad de Ciencias Pedagógicas de la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas.

Página de noticias del periódico Hoy, con informaciones sobre lo sucedido en la Semana de la Liberación en Santa Clara.
Página de Noticias de Hoy que reconstruye en 1960 los acontecimientos de la Semana de la Liberación en Santa Clara. (Fotocopia: Luis Machado Ordetx)

Antes quiere recordar a los caí­dos en combate, y en particular al capitán Roberto (Vaquerito) Rodrí­guez Fernández, jefe del Pelotón Suicida, un hombre imprescindible en la invasión rebelde. Así­ lo hace, y habla de Camilio, el querido compañero en tiempos de la invasión, así­ como de Frank Paí­s y otros ejemplos de revolucionarios.

El Che, ante villareños que acudieron a la conmemoración de aquel acontecimiento, dirá que «alentados en la enseñanza de los grandes conductores de las epopeyas pasadas y continuando bajo la acción orientadora de nuestro lí­der Fidel Castro, marchamos todos hacia el porvenir », un acto de unidad popular y de fructí­fero gobierno.

Un reporte de Ricardo Bernal Mora para Noticias de Hoy, del martes 5 de enero de 1960, informa que durante la Semana de la Liberación, iniciada el 26 de diciembre, se repasaron momentos singulares de invocación martiana con reconocimientos en los dí­as del Niño, del Bienestar Social, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, del Obrero, del Campesino y el Estudiante, respectivamente.

El 1.o de Enero de ese año Santa Clara culminó las celebraciones con fiestas populares para afianzar el año inicial del Triunfo de la Revolución, y el parque Leoncio Vidal, plaza de recreo público en el centro de la ciudad, quedó sin barreras de segregación racial que antes la tipificaron entre sus homólogas del paí­s.

Allá en el Parque El Carmen, muy cerca de la antigua estación de Policí­a, ese lunes 28 de diciembre se señalizó el lugar exacto en el cual cayó en combate el Vaquerito, y también se depositó una ofrenda floral para no olvidar a nuestros muertos de la última gesta.

Ahí­ el Che dirí­a: « ¡Qué fácil es gobernar cuando se utiliza como sistema de consulta la voluntad del pueblo y se tiene como única norma todos los actos de bienestar de ese pueblo! », y llamó a la unidad nacional.  

Del capitán Roberto (Vaquerito) Rodrí­guez Fernández (1935-1958), en Placetas José Rafael (Chino) Hung Oropesa  calificó de  instantes exclusivos aquellos cuando conoció al joven invasor en Fomento durante el cerco y liberación de ese poblado.

El   hecho involucró al Chino Hung como miembro del Pelotón Suicida que operó en la región central durante los últimos dí­as de la invasión al llano villareño protagonizada por Camilo y el Che.  

En Fomento, después de una misión clandestina y corto diálogo con el Che para incorporarse a la columna No. 8 Ciro Redondo, «es el Vaquerito quien me propone integrar su escuadra que en   adelante quedó bautizada como Pelotón Suicida. Después estuve en acciones decisivas en la toma de Cabaiguán, Placetas, Remedios, Caibarién y Santa Clara », acotó el Chino Hung, hijo de padre cantonés y madre cubana, y holguinero por nacimiento.  

José Rafael (Chino) Hung Oropesa, miembro del Pelotón Suicida.
José Rafael (Chino) Hung Oropesa, miembro del Pelotón Suicida. (Foto: Luis Machado Ordetx)

«Acababa de regresar del ingenio Santa Isabel, y el Che decide que para componerme en la columna debí­a ir primero a la escuela de reclutas í‘ico López en Caballete de Casas. El Vaquerito observó mi congoja y dijo "de ahora en adelante te quedas conmigo, pero todo será a arranca pescuezo", y así­ estuve en misiones hasta que culminó la guerra.

«Imagí­nese, tení­a 21 años, era aprendiz de bodeguero y no tení­a familia cercana en Fomento. Enseguida que liberamos la localidad ya tení­a un traje de rebelde tomado del cuartel batistiano. Dejé atrás la inservible pistola calibre 32, y salimos de allí­ en formación militar para Cabaiguán. Ya llevaba un fusil Garand para acometer misiones riesgosas junto a una treintena de compañeros que formamos esa pequeña columna. En cada pueblo aparecí­a un nuevo integrante.

¿Alguna anécdota de allí­?

Oye, hay miles, dice el Chino Hung ahora con 80 años y una memoria privilegiada para reconstruir la historia.

«Mira en Cabaiguán el Vaquerito querí­a tomar por asalto una azotea de un edificio, y apresar a los soldados con cuchillos en mano, como si fuera una pelí­cula.   A regañadientes entendió que era un imposible, y en eso tiraron una granada e hirieron a Leonardo Tamayo Núñez, pero faltaba otro combatiente del grupo. Habí­a que buscarlo y recuperar el arma. Lo hicimos, ya herido el compañero, al poco rato murió. En Remedios nos enredamos a disparos contra la jefatura de Policí­a. Un grupo nuestro, por orden del jefe del Pelotón, desde la torre de la iglesia Parroquial Mayor la emprendió a tiros con los soldados apostados en la edificación militar. Tiramos hasta cócteles molotov. La instalación militar cogió candela y sus efectivos se entregaron como prisioneros. También nos apoderamos de Junta Electoral, un edificio colindante con la funeraria.   En su interior habí­a guardias, pero no se resistieron y cogimos las armas.  

«La primera acción de Caibarién fue tomar el Puesto Naval. No tiramos un disparo. Allí­ estaban todos los oficiales y marineros con sus armas dispuestas delante y en formación. Los marineros eran antibastitianos, a diferencia de los efectivos de la guardia rural y los casquitos. De ahí­ salimos para el cuartel donde si hubo que pelear duro.

«En Caibarién el Vaquerito querí­a que un carro bombero, ubicado en el ingenio Reforma, se llenara de gasolina en su pipa, y luego le tirarí­amos cócteles molotov. Algo increí­ble para doblegar a los soldados del cuartel, pero el chofer le dijo, "mire el radiador trabaja con el agua del tanque, y si le echamos gasolina puede explotar antes de llegar al cuartel". Entonces se desistió de esa idea novelesca.

Usted precisó que el Vaquerito era un joven valiente, increí­ble en acciones, pero muy disciplinado.

Eso es verdad. El Che en sus fuerzas no permití­a desórdenes e incumplimiento de misiones. A usted le dije que el Vaquerito, con su larga melena y estatura pequeña, era quijada y cojones. Un hombre guapo y arrestado en todo. De Caibarién salimos para Santa Clara, y la primera acción de combate fue en la loma del Capiro. Los guardias estaban en la cima y el tren blindado en las cercaní­as de la elevación montañosa. El Vaquerito ordenó ir hacia arriba porque nuestra gente no avanzaba, y llegó la aviación y comenzó a bombardear.

«Los B-26 vení­an en picada y tiraban con la ametralladora delantera y luego con la trasera. Ahí­ mataron a un muchacho, Ramiro Santiago, y otro que llamábamos Barbarroja fue herido. Seguimos para arriba. Detrás de nosotros vení­an las fuerzas de Fernández Mell, y el herido tení­a casi todo el estómago afuera, fue atendido de inmediato, y hasta se salvó. Era de Zulueta. Se llamaba, bien lo recuerdo, íngel Roque Barroso, pero lo apodamos Barbarroja, y la última vez que lo vi era capitán pagador en San Antonio de los Baños.

«Del Capiro fuimos para Obras Públicas, la Comandancia del Che en Santa Clara, y nos asignan la misión de tomar la Estación de Policí­a. Por la noche penetramos en la ciudad. Cada pelotón tení­a su misión, y la nuestra fue ir por la lí­nea de ferrocarril y la planta eléctrica y llegar hasta la Jefatura militar, donde permanecemos en plena lucha hasta el dí­a 31 de diciembre en la tarde en que se entregan los efectivos militares. Recogemos armas; hacemos prisioneros y esperamos a que llegara la mañana, momento en el cual se produce un alto al fuego por orden del Che. El primero de enero fue la fecha de la negociación ».

¿Cómo muere el Vaquerito?

Hay muchas versiones y casi todas concuerdan en su esencia. Sin embargo, estaba allí­ y tengo la mí­a personal. El suceso ocurre el 30 de diciembre, sobre las cuatro o cuatro y media de la tarde. Nos enteramos enseguida cuando cae herido por un encabronamiento que cogió. Nadie podrá negar eso. Cuando el Che tomó el tren blindado envió adonde estábamos algunas cajas de balas, granadas y una bazuca con sus respectivos cohetes. Frente a la jefatura de Policí­a habí­a un carro blindado, una tanqueta con ruedas de goma y encima una ametralladora calibre 50 que hací­a disparos sistemáticos.

«El equipo rodante estaba roto, y no arrancaba, pero la ametralladora era una amenaza. Entonces el Vaquerito quiso tirarle al vehí­culo con la bazuca. Antonio, el bazuquero, operador de ese armamento, estaba con el Che. Ahí­, otro combatiente, Orestes Colina la Rosa, le dice con euforia al jefe del Pelotón Suicida: "Yo sé tirar con la bazuca"; "pues ven para acá", respondió el Vaquerito. Por túneles hechos desde paredes colindantes de las viviendas, llegamos a un callejón que sale a la Jefatura de Policí­a y que daba a un riachuelo. Che Colina, así­ le decí­amos a ese combatiente, cogió el rócker, y metió la bazuca entre un poste eléctrico y la pared, pero cuando apretó el gatillo, no hubo disparo, sino humo. Aquello podí­a explotar en cualquier momento. Hubo alarma, y hasta un colchón de una cama personal se buscó para acomodar el armamento.

«El Vaquerito se subió de inmediato a la azotea de una casa, y de pie, comenzó a decir al combatiente hasta alma mí­a y a disparar contra la Jefatura de la Policí­a. No sé si Antonio el bazuquero vino, pero en medio del combate el problema nunca tuvo mayores consecuencias. Enseguida comunicaron, " ¡Oye, oye, cayó el Vaquerito!", " ¡Coño no!"; " ¡Sí­!, gritaron algunos, hasta que lo llevaron para una clí­nica en la Carretera a Camajuaní­, lugar donde murió. Después lo enterraron en Placetas. Allí­ estuve junto a otros miembros del Pelotón.

«Ese fue el penúltimo dí­a de la Batalla de Santa Clara, y un dolor tremendo tení­amos por la pérdida fí­sica de ese jefe.

Ahorita usted querí­a hacer una apuntación, ¿Cuál?

José Rafael (Chino) Hung Oropesa en Fomento en diciembre de 1958.
Chino Hung Oropesa, en Fomento, 18 de diciembre de 1958, dí­a de la liberación de ese poblado. (Foto: Cortesí­a del entrevistado)

Mira, cuando al Vaquerito lo matan llevaba un fusil M-2, con seleccionador tiro-tiro y de ráfagas, que retiré a un grupo de soldados detenidos en Fomento. Eso lo sé porque me entregó el Garand, aquel de culata medio rota desde tiempos de Cuatro Compañeros, en Camagí¼ey. Tení­a como una zanja grande. En una exposición en Santa Clara he visto el viejo Garand, aquel que tuvo la culata con huellas de un disparo, pero aseguro que no es el auténtico que empleó el Vaquerito en muchos combates de la invasión a Las Villas porque la madera está en perfecto estado.  

Del Che, seguro usted tiene otras anécdotas.

No muchas. Solamente hablé con él en una sola ocasión de manera larga, allá en Fomento cuando deseé ingresar a la columna invasora y dijo que primero debí­a pasar la escuela de Caballete de Casas. Sin embargo, la segunda ocasión fue más traumática, digamos.

¿Por qué?

Eso fue en la Cabaña, en La Habana. Acababa de regresar de un pase corto a Holguí­n, y realmente no tení­a dinero, entonces sabí­a que en la conducción de detenidos pagaban el pasaje y gastos de alimentación. Uno de la tropa dijo que estaban buscando una pareja para llevar detenidos a Cienfuegos. Entonces encuentro a Armando Choy Rodrí­guez, a quien conocí­a desde tiempos de Fomento, y que era capitán jefe de la prisión. Allí­ le digo del interés que tení­a de hacer el viaje en la conducción de los presos. Era obligatorio ir a la Comandancia para recoger los efectivos monetarios, y órdenes. Me dicen que el Che no estaba. En ese momento el jefe provisional era el Comandante Armando Acosta Cordero. Toco en la puerta de la oficina y la empujo. Por sorpresa veo que el Che está sentado con los pies encima de un buró. Me disculpo, y trato de cerrar la puerta. Imagí­nese, andaba sin la camisa de uniforme, y escucho cuando el Comandante Guevara indicó: "Mira, Acosta, lo que te digo; ese payaso qué lindo se ve". No sabí­a qué hacer. Me paré en posición firme, como una estaca clavada en la tierra. Estaban disciplinando al Ejército Rebelde, y lo único que respondí­ fue: " ¡Sí­, Comandante! Quedé sin palabras. Entendí­ el error. El trato con el Che era difí­cil. De viaje, nada; después no sabí­a dónde meterme ».

Ya usted está repasando historias, y estoy convencido de que siguió el precepto del Che, ese en el cual se expone que «el guerrillero es un reformador social », dispuesto al mejoramiento social y humano.

Exacto. Tal es así­ que en mi juventud, antes de sumarme a la Clandestinidad, era anticomunista, y realmente me alcé para luchar contra la dictadura de Batista por las injusticias que se cometí­an a diario. En la medida que Fidel promulgó leyes y aclaró el curso de la Revolución al pueblo, fue que me hice comunista. Después, en el Ejército Rebelde, cursé estudios de técnico veterinario y trabajé en Sanidad Pecuaria. Por último, culminé la vida laboral en un almacén donde todo fue siempre control y exigencia. Esa es la misión del revolucionario », así­ concluyo el diálogo con el Chino Hung Oropesa, un hombre meticuloso en conservar los hechos históricos en la memoria y en papeles.

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