
Aquella pequeña, la de mejillas color carmín, es inconfundible. Los risos dorados han quedado perfectos, la madre embebió su pelo lacio en cerveza y lo dejó reposar, envuelto cada mechón en rolos, toda la noche. Luego, cuidadosamente debió vestir la elegante bata, con un gran lazo y el sayón de pequeños tachones hasta la rodilla. Hay más en ella que la delata: el aro, el balde, la paleta, el sombrero de plumas, los tiernos zapatos rosa.
Y más allá, entre la zigzagueante línea de pequeñuelos, veo a otro que se ha tomado en serio el personaje. Coturnos para crecer, barba tupida de hilos blancos (secreto para el tono natural), y sobre todo, cejas delineadas y ceño fruncido que evidencia el mal humor del gigante. Meñique, a la derecha, ha tenido que acelerar el paso para alcanzar el maratón de personajes.
Bebé, al otro lado de Pilar, a la izquierda del gigante, detuvo su marcha porque dejó un zapato en el pavimento. Orgulloso, como artista que tiene un fallo en la escena, se recompone diligente y sigue el camino con la sonrisa de oreja a oreja. Pantaloncito corto ceñido a la rodilla, camisa blanca con cuello de marinero, medias de «seda » colorada y zapatos bajos. ¡Y el sable, en el cinturón de charol!
Veo la fila y me regodeo en tantos rostros felices... Me complace mirar y sentir que Martí vive en cada rostro y que su día sea una fiesta, una fiesta única en el mundo. Sin apatía. Sin obligaciones. Sin apariencias. La algarabía contagia tanto a quien mira la escena como a quien vive y disfruta.
Cada 28 de enero, cuando el apóstol nace, renace en Cuba, desfilan los niños, sus padres, el pueblo todo. Entonces, las filas avanzan y mientras avanzan me distraigo cociendo la idea de quién fue él y qué significa para todos los cubanos. Y no lo quiero con alas de ángeles ni en el parnaso de esos tipos de héroes que levitan y no tocan el suelo terrenal porque son sagrados.
Lo quiero hombre, con su palabra ardiente y tibia; con sus amoríos platónicos y desenfrenados, seductor;con su férreo apego a la Patria Chica y a la Patria Grande, viajero; fiel amante de Jesucristo; juez de la equidad social, con su poder de desafiar lo mal pensado y lo mal obrado. Antirracista. Antiesclavista.
Me gusta que sepan del buen escritor, del poeta nato, del perfecto ensayista, del novelista a tientas..., del que tuvo que empuñar la pluma para ganarse el pan mientras, incluso enfermo, regalaba su pensamiento a Cuba. Es que me gusta que Martí se sepa de punta a punta, sin escondrijos, sin fríos automatismos y frases hechas que distorsionen su legado.
Mientras cavilo, la oleada de personajes se pierde en el mar de pueblo que celebra otro año de su natalicio. Los fieles personajes se esfuman y la distancia minimiza el bullicio. Ahora en silencio pienso, pienso, pienso. Cada año en que el Apóstol nace, este pueblo le regala la más bella de las ofrendas.
Obremos porque Martí continúe naciendo.
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