
Naces mujer y te acogen entre pañales rosados. Naces mujer y un sinnúmero de palabras vienen a componer tu cosmovisión del mundo: frágil, delicada, sensible, obediente… como si un burujón de adjetivos le sirvieran de corsé a tu espíritu fuerte.
Naces mujer y desde pequeña te trazan el destino. A los 30 debes tener, mínimo, un hijo que te jale de la ropa. Y sí, sería hermoso, disfrutas del placer de acunar la vida en tus brazos, pero eres más, mucho más que eso.
Eres más que la comida que cocinas o descocinas, eres más que la ropa que te pones, que los tacones que llevas o no, según te guste.
Y no, no te vistes para nadie. Lo haces para ti, por el placer de verte en el espejo, para enfrentar a gusto un nuevo día en el que tienes que ser madre, hija, esposa, trabajadora y todo casi al mismo tiempo.
Entonces, muchas veces llegas a la casa y la cocina está ahí, en total anorexia, porque a él le enseñaron que lo calderos solo eran cosa de mujer, como si entrar en contacto con el recipiente frío, con la olla inerte, fuera a provocar la pérdida prematura de todas sus testosteronas.
Antes las cosas eran diferentes, te cuenta la abuela, esa señora de más de 90 años que siempre tuvo la estirpe de una mambisa cubana y no creyó en normas, ni convenciones. De ella, fue que mi madre aprendió que el trabajo siempre tenía que ser el primer marido de una mujer.
Gracias a Vilma, y a una Revolución que sacó a las jóvenes de la cocina para abrirlas al mundo del conocimiento, logramos hoy tener voz. Por eso, no podemos conformarnos y menos callarnos ante el dolor de una amiga que no es feliz junto al hombre que la maltrata, pero que sigue ahí, porque de tanto aguantar perdió la noción de lo que es en realidad el amor.
Y es que ella le tiene miedo a la soledad, a enfrentar la vida con sus hijos pequeños y queda ahí, a la intemperie de la duda, náufraga de fuerzas para continuar.
Piensa que ya no es tan atractiva como antes, como si eso importara. Porque nosotras somos más que nuestras curvas, que el creyón rojo que usamos o no según nos plazca, somos más que nuestros pechos, más que el hueco en nuestro ombligo, más que nuestro sexo, más que el lazo rosado de la cabeza…
Somos lo que decimos, lo que pensamos, somos nuestros miedos y luchas, nuestros ideales y nuestra fe. Somos más que una foto. Somos mujeres, que es lo mismo que decir: somos todo aquello que queramos ser.