Un suceso de pueblo

En Sagua la Grande ocurrieron los hechos más trascendentes del 9 de abril de 1958, con 24 horas en manos de los revolucionarios

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Foto histórica de los sucesos del 9 de abril de 1958 en Sagua la Grande.
En la intersección de las avenidas de Gómez y Resulta la población apoyó las acciones de los comandos revolucionarios. (Foto: Cortesía de Saguavisión)
Luis Machado Ordetx
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
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09 Abril 2018

«La huelga es un factor importantí­simo en la guerra civil, pero para llegar a ella es necesario una serie de complementos que no se dan siempre y que, espontáneamente, se dan muy pocas veces ».                                        
                                                                                                                                                     Che Guevara

Después de la ruptura de la aplomada tranquilidad del mediodí­a del miércoles 9 de abril, la perspectiva de los vencedores tardó una semana en aparecer en la prensa cubana. Nada comentaron entonces, excepto cierto titular que publicó El Mundo, el rotativo habanero, cuando se informó del repliegue de «forajidos que tomaron por asalto » un colegio católico en Sagua la Grande, en el centro norte villareño.

Desde Washington, el ingeniero civil Nicolás Arroyo, embajador cubano en los Estados Unidos, aseguró a Eisenhower, el presidente, que el «derramamiento de sangre habí­a cesado en su paí­s y Batista tení­a totalmente dominada la situación en la Isla después del fracasado intento de guerra total del lí­der rebelde doctor Fidel Castro », precisa el periódico El Villareño correspondiente al jueves 17 de abril de 1958. Fidel recordó el hecho. Al conmemorar con los sagí¼eros la primera década del acontecimiento, dijo que «cierto estado de pesimismo se apoderó de las masas; y también por aquellos dí­as un cierto grado de optimismo se apoderó de las fuerzas represivas ». El Negociado de Prensa y Radio, amparado en la censura y el cese de garantí­as constitucionales, asumió desde el estado mayor del ejército batistiano todos los partes oficiales.

En los lectores creó total desconcierto, al extremo de «calzar, vestir y alimentar » por la fuerza a una parte de la población, según mostraron imágenes que tipificaban a «rebeldes presentados en zonas de operaciones militares en el momento en que deponí­an armas ». En tanto, desde Sagua la Grande llegaban noticias «alentadoras de representantes de las clases vivas », quienes agradecí­an la «actitud severa y reservada que han mantenido hasta el presente las fuerzas a su mando para restaurar el orden, porque ello contribuirá, como ha contribuido, a lograr aún la tranquilidad ciudadana ».

El documento estaba dirigido al doctor Jorge Garcí­a Montes, ex primer ministro del Gobierno y ex ministro de Educación, y felicitaba al brigadier jefe de la provincia Fernández Rey. ¿Quiénes son los firmantes?: directivos de todas las instituciones burguesas de la localidad, incluido el Colegio Médico y el Partido Liberal, defensores de intereses de una minorí­a explotadora de la población.

Un titular sorprende: «Agradece Rector de un Colegio Católico, Atenciones del Ejército ». El reverendo Guillermo Gaya Bauzá, misionero de los Sagrados Corazones, Rector del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, en Sagua la Grande, envió una tarjeta-misiva para reconocer el «apoyo recibido por el comandante Fernández Garcí­a, teniente Noble, teniente Santos Garcí­a, subteniente Pedro Ferrer y Sargento May ». Apenas habí­a trascurrido un dí­a de la huelga revolucionaria y la masacre se ensaña con una parte de esa localidad. Nada se habló de los muertos y las cuotas de sufrimiento, según la información en El Villareño de la edición del viernes 18 de abril.

Un dí­a antes los rotativos cubanos, con cintillos desplegados en primera página, anunciaron que el Consejo de Ministros de Batista modificó el Código de Defensa Social, según la ley de emergencia, dispuesta para sancionar a participantes en actos de sabotaje, propalación de falsos rumores por ví­a oral, escrita o gráfica, así­ como alteraciones del orden público, atentados o destrozos en ví­as férreas y asalto a trenes o transmisión radial. Son los instantes de mayores ofensivas contra el movimiento revolucionario dispuesto a no retroceder a pesar de la frustrada huelga popular.  

Rumbo a la calle

Las acciones organizadas por el Movimiento 26 de Julio, de un modo u otro, abarcaron todo el paí­s. En la Habana Vieja, el Cotorro, Guanabacoa y Madruga hubo sabotajes a la red eléctrica y terminales de transportes públicos y armerí­as. En Matanzas y Jovellanos, respectivamente, asaltaron una planta radial y descarrilaron trenes, y en Oriente, Ciego de ívila y Camagí¼ey, también ocurrieron hechos similares.

En Las Villas acontecieron los principales hechos. Sagua la Grande fue la más trascendente, con 24 horas en manos de los revolucionarios. Un dí­a antes, en Quemado de Gí¼ines, fuerzas al mando de Ví­ctor Bordón Machado, atacaron el cuartel de la Guardia Rural. La acción para apropiarse de armas no fructifica, pero despliegan sabotajes en las inmediaciones de Santo Domingo. También en Ranchuelo, Rancho Veloz, Corralillo y Santa Clara   los jóvenes, con apoyo popular, salen a las calles.

En la capital provincial, Santa Clara,   tres comandos rebeldes están listos. Uno en la panaderí­a Santa Teresa, en el Condado; otro en el garaje La Lí­nea, en la Carretera a Camajuaní­, y un tercero en el edificio Maribán, en Cuba y Estrada Palma.

Horas antes de la indicada, en una finca de Antón Dí­az, limpian armas y las engrasan, y las colocan en sacos. Allí­ están Orestes (Niñolo) de La Torre y Orlando (Burito) López Hernández, entre otros combatientes, quienes trasladan el alijo hasta la panaderí­a de Santa Clara. Eran pocas carabinas, ametralladoras Thompson, escopetas y pistolas.

Son 36 hombres concentrados en sus respectivos comandos. Solo actuó el punto de Santa Teresa. Casi un número similar de combatientes, uno menos, interviene en el levantamiento de Sagua la Grande. Una década atrás, Humberto González González (Capitán Samuel), jefe de acción y sabotaje del M-26-7 en la ciudad norteña, confesó a Mercedes Rodrí­guez Garcí­a que solo contaban con escaso armamento, acaso un « ¡Chorrito! Yo era de los mejor armados. Por cien pesos me habí­a comprado una P-38 de 9 mm, que aún guardo. Fundamentalmente por la pobreza de armamento fue que solo movilizamos unos 35 compañeros. Para la acción armada contábamos con aproximadamente 50 balas calibre 45, para pistola, algunos detonantes y un rollo de mecha, que por cierto, no ardió. La orientación era que, llegara o no un alijo que esperábamos por Nazábal, habí­a que ir a la huelga ».

Después aseguró que de « ¿Práctica? ¡Ninguna! Salimos a jugárnosla. Dirí­a que tampoco estábamos muy politizados. De lo que sí­ estábamos muy conscientes era de que habí­a que derrocar a Batista ».

En Sagua la Grande, es evidente, con su pretensión de «Ciudad Ideal », el movimiento obrero y revolucionario era fuerte, y se dio a la preparación de la huelga, y selección de los integrantes de los diferentes comandos para atacar puntos vulnerables y tomar la ciudad. También era la respuesta a la proclama suscrita por el M-26-7 después de la apertura en marzo del II Frente Oriental en la Sierra Maestra, para impulsar, de manera progresiva la etapa definitiva de lucha contra la dictadura.

Hubo una intensa actividad la noche antes del levantamiento. Era   reducido el número de hombres que conocí­an exactamente la hora, y la señal convenida en Sagua la Grande fue el estallido, aproximadamente a las once de la mañana, de un petardo en la antigua fundición privada. Los obreros de ese taller que formaban parte del Movimiento llevaron a cabo su tarea: quemaron dos plantas auxiliares de electricidad y desarmaron a los custodios.

Todo, ante el asombro de transeúntes, quedó paralizado. Un grupo salió de la logia AJEF, y prendió fuego a un taller de madera, y después en la terminal de ferrocarril entablaron el primer combate tras inutilizar un coche motor que rendí­a viaje Isabela-Sagua.

La dirección del Movimiento se concentró en el colegio religioso Sagrado Corazón, una posición fuerte y elevada, cercana al puente de hierro sobre el rí­o Sagua. Era una elección táctica. Desde allí­ se coordinaron las orientaciones a los comandos. Después del mediodí­a disminuyó el tránsito en la ciudad. En los ingenios Santa Teresa, Corazón de Jesús y Resulta hubo acciones rebeldes.

La noche del miércoles 9 de abril transcurrió con esporádicos tiroteos. Se mantuvo cada punto tomado, hasta que ante la carencia de armamentos y municiones y la concentración de las fuerzas de la tiraní­a, se vieron obligados, según orden nacional, a la suspensión de la huelga.

Cierto es que en todo el paí­s se evidenció la falta de condiciones propicias y del método adecuado de convocatoria, y hubo exceso de confianza para hacer frente a un enemigo con suficiente organización táctica. Un factor decisivo fue la desventaja numérica en armas y combatientes, y la preparación militar.

Vinieron entonces la represión y el falseo por medios de prensa de los acontecimientos ocurridos en pueblos y ciudades del paí­s.

La acción revolucionaria, a pesar del fracaso, impulsó la lucha armada en el llano y la sierra.  

¡A la emisora!  

Dicen que después de un mes usted volvió a Monte Lucas, el paraje cercano a la ciudad donde, junto a otros jóvenes, recibió el asedio enemigo, ¿por qué lo hizo?

La pregunta corta la historia que con humildad y sorprendente ilación cuenta Raúl Pérez Herrera, combatiente de la huelga.

¡Sí­, a buscar mi fusil! Fue una decisión imprudente, pero necesaria. Siempre creí­ que no lo habí­an encontrado. En la retirada el comando al cual pertenecí­, junto a los integrantes ubicados en la Villa de Parí­s y del hotel Unión, cruzamos el rí­o en una chalanita con el propósito de llegar al grupo concentrado en el colegio de los jesuitas. En el trayecto a Monte Lucas apareció una avioneta que lanzaba granadas y daba a los B-26 las coordenadas de los sitios por dónde transitábamos.

«Cercano en la costa nos protegí­amos a como diera lugar. Algunos jóvenes murieron en el bombardeo, a otros los remataron en el lugar. Allí­ logré, antes de aparecer los soldados, esconder en un árbol el fusil, y emprendí­ la escapatoria ».

¿Qué tipo de arma era? Y, ¿quién se la dio?

Un fusil marca Stevens, de procedencia norteamericana, de 16 milí­metros y cartuchos. Lo entregó la dirección del Movimiento para la toma de la emisora local, y apenas tení­a nociones de cómo manipular la escopeta. Celso Morejón asumió la jefatura del comando, integrado, además, por Roberto Portela y Silvio Fleites. Solo dos llevábamos armas.

¿De dónde salió usted para llegar a la planta radial?

¡Ah, pues del trabajo, minutos antes de la hora convenida!

Pero, ¿qué hací­a?

Laboraba de dependiente en el bar de Pancho, en la Plaza del Mercado. Apenas tení­a 23 años y pertenecí­a a una célula revolucionaria. La misión era tomar la emisora CMHA Radio Tiempo, y así­ lo hicimos hasta que desde el cuartel, donde estaba una especie de transmisor, cortaron la comunicación. Por una hora, más o menos, nuestras arengas de huelga revolucionaria y ¡abajo la dictadura! salieron al aire. Una mujer era la locutora, y Celso Morejón tomó el micrófono y se dirigió a los oyentes.

Pérez Herrera es sagí¼ero de nacimiento. Tiene ahora 83 años, y narra la historia en su vivienda, ubicada en la calle Máximo Gómez, esquina a Plácido. Al paso del tiempo, dice, guarda apuntes, pero no los necesita porque el testimonio es certero y raudo al responder las preguntas. Salta una duda.

Usted, ¿cómo iba vestido?

Normal, con ropa de trabajo, y un brazalete rojinegro, de factura casera. Después de tomar la emisora me dieron la misión de buscar municiones en una ferreterí­a, pero no las pude obtener porque falló el contacto. Entonces, antes del   atardecer del primer dí­a de huelga, traté de cruzar el rí­o e incorporarme al comando general en los jesuitas. Fue imposible, y llegué al hotel Unión y me sumé hasta el siguiente dí­a al grupo dirigido por Ciro Agramonte.

«Ese comando operó por la zona de Coco Solo y Pueblo Nuevo, y antes habí­a paralizado el trabajo en el matadero, la destilerí­a El Infierno y áreas cercanas. Ahí­ estuvimos haciendo guardias por la calle Colón, porque se suponí­a que desde Isabela de Sagua llegarí­a un cargamento de armas, pero nunca aparecieron.

«Después vino la orden de retirada y abandono de la ciudad. Antes fue necesario ayudar a los combatientes apostados en la Villa de Parí­s. Fue ese el grupo con el cual hice el repliegue, y recuerdo que allí­ estaban Almeida, Rafael Herrera Monteagudo y Sergio Guillén. Otros escaparon por el antiguo Instituto, lugar en el que se hallaban apostados los guardias ».

Durante la huelga, ¿qué hizo la población?

Mira, si digo lo contrario, miento. Apoyó en todo y, a pesar de la alarma general y de que pocas personas circulaban por la calle, tiraron obstáculos y brindaron su modesto concurso. Hasta alimentos facilitaron. Decir otra cosa es mentir.

Volvamos atrás. La escopeta, ¿dónde está?

Hace unos años la entregué al Museo Municipal José Luis Robau, pues allí­ se halla en un justo sitio para demostrar que, a pesar del fracaso de la huelga, nada fue aislado en Sagua la Grande y existen historias que contar al paso del tiempo, afirmó, y así­ trasciende al presente.

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