La frase que da título al trabajo se ha hecho popular en la voz del narrador y comentarista deportivo Normando Hernández Castro. Se refiere, ustedes lo conocen, a un strike que el árbitro ha pasado por alto o a un out especialmente apretado.

Sin embargo, el nombre de Enrico Caruso (1873-1921) tiene una connotación diferente para los amantes de la ópera y, en general, de toda la música clásica. Este tenor napolitano es considerado, junto a Mario Lanza y Luciano Pavarotti, una de las más importantes figuras del arte lírico en el siglo pasado.
La vida de Caruso tocó por unos días la historia de Santa Clara. Aquí estuvo el 17 de junio de 1920 mientras formaba parte de la Compañía de í“pera Italiana de Adolfo Bracale, contratada por la empresa Rosell y Cía., para ofrecer una función en la ciudad.
Corrían los últimos años de la Danza de los Millones. Durante bastante tiempo la sacarocracia criolla ofreció al cantante «villas y castillos » con tal de traerlo al Teatro Nacional. Caruso, enfermo y con mal genio, esquivó la invitación en varias ocasiones.
Bracale se llevó el gato al agua mediante el compromiso de pagarle al divo una cantidad abusiva para la época: 10 000 dólares por espectáculo. El tenor debería presentarse diez veces ante el público nacional. Se convirtió en el cantante lírico mejor pagado de la historia. Condición que mantuvo hasta los años 70, medio siglo después de haber muerto.

El 5 de mayo, a bordo del vapor Miami, Caruso tocó tierra cubana. Su estancia resultó un martirio. El calor lo mantuvo en jaque todo el tiempo. El 13 de junio, mientras cantaba Aída, explotó una bomba en el Teatro Nacional. Enrico se asustó tanto que salió a la calle disfrazado de Radamés, uno de los personajes de la ópera.

Vestía de saya y pañuelo, estaba muy maquillado. Un policía se lo llevó preso bajo el cargo de escándalo público. Tuvo que ir a rescatarlo el embajador italiano. La anécdota le sirvió a Carpentier para escribir un pasaje memorable en El recurso del método, mientras Mayra Montero construyó toda una novela alrededor de ella: Como un mensajero tuyo.
Según ella cuenta, Santa Clara no representó para Caruso un lugar agradable. Lo cercaban los periodistas, también la enfermedad que más tarde lo arrastró al sepulcro. Además, temía que le pusieran otra bomba.
Para esa función, el teatro La Caridad se llenó a plena capacidad. Mucha gente no pudo centrar. Caruso dijo: «Abran las puertas que voy a cantar para todos ». Existe la leyenda popular de que desde el parque Vidal se pudo escuchar al tenor.

La tarde del 18, la compañía de Bracale partió hacia Cienfuegos, donde al día siguiente debían efectuar la última presentación del divo en Cuba.

Caruso murió un año después, aquejado de una enfermedad pulmonar. Se dice que podía romper un vaso de cristal con la resonancia de su voz. Le gustaba hacer caricaturas, de las cuales publicó unas 400. Entre ellas se encontraban las de Pío X, Theodore Roosevelt y Johann Strauss.
Durante una carrera de 26 años recibió aplausos en el Covent Garden (Londres) y el Metropolitan Opera House (Nueva York).
Debía cuidar su garganta. Sin embargo, fumaba hasta 50 cigarrillos al día. Cantó La donna e mobile en una tabaquería de la capital. Los torcedores, admirados, le arrojaron una nube de puros marca Romeo y Julieta. Tal vez este fue el gesto más cariñoso que Cuba le brindó a Caruso.