La ciudad de Santa Clara tiene, entre muchos otros, el mérito de haber desarrollado una valiente comunidad de defensores de los derechos LGBTIQ. Desde hace muchos años, hombres y mujeres de toda Cuba y de otros países también visitan el Centro Cultural El Mejunje, dirigido por el actor y promotor Ramón Silverio, un lugar donde las manifestaciones artísticas, el intercambio cultural y la socialización ocurren sin mediar prejuicios de ningún tipo.
La existencia de El Mejunje distingue a Santa Clara, y a aquel, a su vez, lo enaltecen artistas como Jorge Luis, un nombre que es solo un dato sin importancia para los habitantes de la ciudad. Pero sucede que Jorge Luis es Susi, alguien a quien todos conocen y muchos quieren.

«Creo que nací así, no de otra forma. Fui un niño mimado, criado con todos los gustos, así que ninguna carencia en mi niñez tuvo que ver con esto », dice el conocido transformista. Vestido de overol y detrás de su carro para la recolección de desechos sólidos, su presencia jamás pasa desapercibida. Dondequiera que esté, se le ve feliz, sonriendo o cantando mientras barre las calles de su ciudad.
Pero no siempre fue así. Cuenta que de niño sufrió una difícil discriminación, «hasta en la escuela ». Como todos, quiso hacer muchas cosas con su vida, pero no las pudo realizar, «los frenos que existían antes en la sociedad » con respecto a las personas homosexuales. No pudo ser nunca esa persona sensible que ahora recorre Santa Clara sin pudor y todos recuerdan haber visto al menos una vez.
«Me gustan muchos los adornos, las gangarrias, como decimos acá, estar siempre lo más presentable posible. Aunque mi trabajo tenga que ver con la basura, eso no significa que tenga que venir como quiera. Siempre vengo arreglada y con perfume.
«De muchacho me decían Susi, creo que para molestarme, y eso se fue quedando. Muchos me conocen como tal, pero también me llaman Lola, porque ese es mi nombre cuando actúo como transformista en El Mejunje ».
Comenzó a construir su representación de la mítica Lola Flores hace muchos años, armada de unos zapatos que se encontró mientras trabajaba, un vestido confeccionado con sábanas y una mantilla y una peineta regaladas por una anciana. Una vez vestida y maquillada como ella, el cuerpo que sale al escenario de El Mejunje es el mismo, pero con un alma mucho más libre, más honesta consigo misma y con el público.

Asegura que Lola es un personaje bien difícil de imitar, porque se trata de una artista «única ». «La primera vez que salí a escena el público de El Mejunje, que es el más completo, me aclamó ». Desde entonces, su fama sobre los escenarios se mezcló con su naturaleza pública, su carácter jovial y los muchos, muchos amigos que tiene por toda la ciudad.
Tampoco fue tan fácil el camino una vez descubierta la verdadera vocación. «Quizás no pasé tantas penas como otros, pero tuve muchísimas trabas para poder desarrollar una vida normal. Lloraba de impotencia cuando eran injustos conmigo ».

Entre esos obstáculos estuvo la de no desarrollar sus dotes de artista cuenta, pues sus otras dos hermanas aprendieron a tocar el piano, algo que no le permitieron a él por tabúes machistas. Al final, solo logró estudiar Enfermería.
Ahora trabaja para Servicios Comunales, y dice sentirse bien con ello porque sale a la calle todos los días, saluda a sus amistades y gana un buen salario. Hoy disfruta de haber nacido en esta ciudad y no en otra, aunque no pudo cumplir sus sueños de niñez. Quizás, de haberlo logrado, no se hubiese convertido en un personaje conocido por todos. No hubiese sido, para muchos, un símbolo.