
Han pasado casi seis décadas de aquel día 22 de diciembre de 1961 en que Fidel proclamara a Cuba Territorio Libre de Analfabetismo, y todavía Rafael Herrera León, Perucho para todos sus amigos y conocidos, no olvida nada de lo sucedido en aquella epopeya que sacó a los cubanos de la ignorancia y permitió resolver el problema del analfabetismo, uno de los cinco denunciados por Fidel en su alegato de autodefensa la Historia me Absolverá.
Perucho tenía 13 años cuando decidió enrolarse en la gran aventura de su vida: ir a alfabetizar a las montañas de Oriente, distante a centenares de kilómetros de su Ranchuelo natal. Decisión de la que no se lamenta, a pesar de haber pasado uno de los mayores sustos de su existencia, cuando cayó en manos de una banda de bandidos en aquellos agrestes lugares de la porción oriental de Cuba.
Hace unos pocos días, Perucho estuvo como invitado en un matutino de la Cadena de Tiendas Caribe, la que dirigiera desde su surgimiento, cuando se denominaba Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD), y ante sus ex compañeros de trabajo, pues pasó a la merecida jubilación, rememoró aquellos días gloriosos en que decidió tomar el lápiz, la cartilla y el farol para irse a alfabetizar al oriente de la Isla.
«Tuve el privilegio de ser el primer joven en inscribirme en Ranchuelo, mi municipio de residencia, del cual no había salido nunca, pues apenas tenía 13 años de edad, y aunque mis padres trataron de convencerme de que no lo hiciera, en cuanto me llamaron partí hacia Varadero, lugar donde nos concentraban a todos los que íbamos a alfabetizar.
«Tras la debida preparación, partimos en ómnibus para Oriente. Habían pasado unos pocos días después de la victoria de Playa Girón, y a mí me ubicaron en el municipio de Campechuela, en una zona conocida por Las Lagunas, en las estribaciones de la Sierra Maestra. El campesino no me quería en su casa, pues prefería una alfabetizadora, ya que era muy celoso, y además, tenía un pensamiento retrógrado y no quiso nunca alfabetizarse.
«No pocas noches lloré en aquellas montañas tan distantes de mi pueblo, donde la única luz que había era la de mi farol chino, que, por suerte, se portó bastante bien y nunca se me rompió.
«Allí me llené de ronchas, pues soy alérgico a las picadas de los insectos. Imagínense, me picaron no sé cuántos. El campesino, enseguida bajó hasta la escuelita y pidió que me sacaran de su casa, por lo que me trasladaron a otra vivienda de una familia humildísima, pero allí si me trataron bien, aunque pasé tremendo hambre.

«En julio nos obligan a todos lo que alfabetizábamos en la zona a bajar con urgencia. No sabíamos el por qué, pero pronto lo supimos: eran los bandidos que merodeaban esas lomas. Al salir de aquel lugar hacia otro más seguro, nos cogieron presos. Éramos como ocho, casi todos de Ranchuelo, junto a un profesor de apellido Morales, también de mi pueblo.
«El jefe de los bandidos se hacía llamar Tony y a su segundo al mando le decían Cepillo. Pronto divisé que dentro de esa tropa de gente alzada estaba el campesino que me botó de su casa, quien trataba de esconderse de mí para que no lo viera.
«Nos tuvieron presos unas cuantas horas. Pasamos un rato bien desagradable, hasta que al fin nos liberaron, no sin antes interrogarnos y decirnos cosas ofensivas. Eran tan ignorantes que ninguno sabía ni dónde quedaba Ranchuelo.
«Al día siguiente los bandidos cayeron en manos de la milicia, y de la guapería aquella no les quedaba nada. En el campamento de Cienaguilla los interrogaron y nosotros denunciamos lo que nos habían hecho. Yo, personalmente, acusé a aquel hombre que nunca me aceptó en su casa, quien, cobarde al fin, lo negaba todo.
«Terminé la Campaña de Alfabetización en un lugar más tranquilo, y de ahí a La Habana, al acto con Fidel en la Plaza de la Revolución José Martí. Me tocó quedarme en casa de una familia de apellido Marticorena, que vivía en Guanabacoa, y como cumplía años, el 23 de diciembre, un día después de que el Comandante en Jefe proclamara a Cuba Territorio Libre de Analfabetismo, allí mismo me celebraron mis 14 años de edad. Ya el 25 de diciembre estaba en mi pueblo, en mi querido Ranchuelo.
«La Alfabetización, cuando uno la mira a la distancia de los años, fue una gran proeza en la que participamos miles de jóvenes, algunos de los cuales no pudieron verla terminada, como el caso de Manuel Ascunce, asesinado por los bandidos. Yo estuve en sus manos, pero tuve la suerte que ni un golpe me dieron, a pesar de que esos hombres no eran personas buenas, ni mucho menos ».
Rafael Herrera, Perucho, tuvo una vida laboral activa y ocupó cargos de dirección de manera ininterrumpida desde 1972 hasta el 2011. Fue el director fundador de TRD División Centro Villa Clara, y ahora goza de la merecida jubilación, del cariño y aprecio de sus compañeros de muchos años.
«Fui alfabetizador, y esa campaña me marcó para toda la vida », concluye con orgullo Perucho, uno de los tantos niños héroes de aquella extraordinaria epopeya que arriba ya a sus 58 años.