Martí­ para vivir, defendernos y amarnos

Martí­ es un carácter, un genio universal que marca el camino a través de los tiempos. Martí­ es Cuba y Cuba es Martí­.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Foto: Tomada de Internet)
Mercedes Rodríguez García
Mercedes Rodrí­guez Garcí­a
2710
27 Enero 2020

Trabajo me costó explicarle a un apasionado joven del vecindario hace dos años lo que hoy cobra suprema actualidad, fuerza y relevancia. Al final, creo que no me entendió el concepto martiano según el cual «la libertad es la tiraní­a del deber ».  

En aras de la «vocación de libertad expresiva » y a tí­tulo de mi condición de periodista, me llamó para reclamarme escribiera «algo en contra de la prohibición en Cuba » de un filme donde un personaje, «según los medios oficiales, se expresaba de forma inaceptable sobre José Martí­ ».  

Fue a raí­z de la XVII Muestra Joven ICAIC. Me dijo que él no conocí­a el «intrí­ngulis del asunto », pero que habí­a leí­do en La Jiribilla y otros medios de prensa nacionales digitales «lo de la censura »; en realidad, una declaración de la presidencia de la institución cinematográfica cubana, explicando las razones por las cuales no se autorizó en ese evento la exhibición de Quiero hacer una pelí­cula, obra financiada por «una plataforma europea de las más reconocidas en el ámbito del micromecenazgo ». Lo demás digo yo, alharaca y disidencia en Facebook.  

(Foto: Tomada de Internet)

Y sin haber visto el material audiovisual de marras, aunque sí­ estar al tanto de los sucesos por internet, le respondí­ de manera categórica:  

¡No! Claro que no voy a escribir nada contra ese tipo justificado de censura, que no es tan así­ como tú piensas. Soy martiana de corazón e ideales, y jamás certificarí­a producciones audiovisuales o de otra í­ndole donde se ultraje a nuestros próceres, mucho menos al Apóstol, que lo dio todo por la causa a la cual consagró su vida. Para mí­ es inadmisible e intolerable.  

Entonces chasqueó la lengua y, tratando de ser discreto, me fue dando la espalda…  

Si quieres te vas y continuamos luego; mas, dime antes, con sinceridad, si recuerdas de tus clases de Historia de Cuba lo que sucedió el 11 de marzo de 1949, cuando dos marines yanquis procedentes del barreminas norteamericano Rodman, fondeado en la rada habanera, treparon a la estatua de José Martí­ erigida en el Parque Central, y uno de ellos orinó en lo alto. ¿Lo apruebas o lo condenas?  

Claro que lo condeno, pero eso es otra cosa. Una pelí­cula es una pelí­cula; el cine y la literatura admiten ficción; la historia, no.  

No, es lo mismo. Con respeto y observancia de testimonios y documentos, la historia también se puede recrear. Hay bastantes y buenos ejemplos de ello en el cine, no solo cubano, sino mundial. ¿Me entiendes?  

(Foto: Tomada de Internet)

La callada por respuesta y otro leve chasquido de lengua. Fue como una estocada en medio del pecho. Y ¡es que me ilusionan tanto los jóvenes y amo tanto a nuestro Martí­! que me cuesta creer puedan existir algunos que no se sientan martianos, pues, habiendo nacido y estudiado en esta tierra, debí­a ser así­ por «transferencia genética », herencia generacional, de quien asistió y valoró con profundidad y justeza las grandes contradicciones de su época, y que lo llevaron a transitar del anticolonialismo al antimperialismo, uno de los rasgos fundamentales de su legado.  

Lo he pensado y lo escribo sin ambages: grande instrucción, cultura meridiana y escasa preparación para la vida. Fisura de nuestro sistema educacional, que no contempló en su momento la ética y la espiritualidad como algo imprescindible en la formación del ser humano y las aspiraciones más caras de la nación.  

Hendidura de familias sobreprotectoras y de maestros «encartonados » que no supieron inducir con la palabra y el ejemplo valores como la honestidad, la honradez, el virtuosismo y el decoro. Que no supieron portar escudo tal vez a ellos tampoco se lo infundieron contra el egoí­smo, la vanidad, la codicia. Que no imbuyeron en descendientes y alumnos aspiraciones delicadas, superiores y espirituales de la mejor parte del ser humano.  

En definitiva, lunares asimétricos que estropean la epidermis, pero también pecas que pueden convertirse en melanoma, hasta deslustrar la hermosa piel de un paí­s empeñado en demostrar la superioridad de su proyecto, no solo en el plano ideal, sino también en el material que le sirve de sustentación.  

Y acudo al poeta y crí­tico Cintio Vitier, quien sostení­a que en materia de educación y de cultura «no hay problemas menores ni desdeñables », porque todos «poseen la misma importancia » y «todos guardan relación entre sí­â€¦ » y «porque un pueblo de costumbres incultas no puede ser en verdad, martianamente hablando, un pueblo libre ».  

Vivimos en un mundo caótico donde luce demonizada la Naturaleza en un irreconciliable ajuste de cuentas con la humanidad, signado a la vez por profundas desigualdades entre ricos y pobres, y los egoí­smos y desenfrenos de los más poderosos, dueños no solo de las mayores riquezas materiales, sino también de un terrible arsenal armamentí­stico convencional y nuclear y de emporios mediáticos y comunicacionales que imponen mentiras y medias verdades. De ese modo, manipulan a las masas analfabetas, embrutecidas por el hambre, la insalubridad y otros males, carencias, indignidades y situaciones que muchos califican de apocalí­pticos, refiriéndose al cumplimiento en una fecha indeterminada e imprecisa de profecí­as y oráculos escatológicos incorporados al canon de la Biblia.  

Y con esos «truenos » ¡quién duerme!  

(Foto: Tomada de Internet)

De ahí­ la urgente necesidad de acrecentar y afianzar una espiritualidad que apostille la autenticidad, la pureza, la generosidad y la nobleza cualidades tan cristianas como martianas y fidelistas, que nos hacen crecer como pueblo soberano, como una nación culta conectada con su pasado, donde todas las personas que la integran compartan sentimientos de solidaridad y fraternidad. Unidos por la Patria esa sentimental Patria de todos y por el bien de todos, en la cual «las convicciones trascendentes de Martí­ están inextricablemente unidas, en él, a sus acciones históricas ».  

Y lo que digo está más allá o más acá de acontecimientos o incidentes, de momentos y tendencias polí­ticas especí­ficas. Como señalara en una conferencia magistral el Dr. Ibrahim Hidalgo Paz, al asumir en junio de 2019 la presidencia de honor del jurado de la XLIV edición del Seminario Nacional Juvenil de Estudios Martianos:  

«La lección esencial que dejó nuestro Héroe Nacional para el futuro el suyo y el nuestro estriba en la necesidad de que, en el afán de perfeccionar el funcionamiento de la patria, los revolucionarios de verdad mantengamos sobre sólidos fundamentos éticos una unión que no supone unanimidades imposibles. Debe ser, eso sí­, el abrazo de convicciones y proyectos medulares para salvar la nación y su tarea transformadora, en medio de la agresividad que el imperialismo mantiene contra ella. No es cuestión de consignas, sino de realidades ».  

Lo asumo como periodista, como persona, como simple ciudadana cuyos haceres y deberes están y estarán condicionados siempre por el apego al prójimo, por ese hálito benéfico y sustentador que me habita, definido por Martí­ en su poema Abdala cuando tení­a apenas 15 años: «El amor, madre, a la patria / no es el amor ridí­culo a la tierra / ni a la yerba que pisan nuestras plantas; / es el odio invencible a quien la oprime, / es el rencor eterno a quien la ataca […] ».  

Por eso, volver una y otra vez al Héroe de Dos Rí­os, a su biografí­a, a sus poemas, artí­culos y crónicas, me contagia su fe y su entusiasmo.  

(Foto: Tomada de Internet)

Cada dí­a, cada hora, cada minuto y segundo hasta que deje de apretujarme la vida encontraré en el Apóstol un paradigma de virtudes en qué apoyarme cuando me llegue el desplome final, y que también, como él, desearí­a de cara al sol.  

Otros lo han dicho. Martí­ es un carácter, un genio universal que marca el camino a través de los tiempos. Martí­ es un sí­mbolo sagrado. Y muy mal de aquel paí­s que no cuide sus sí­mbolos. Quien permita que lo mancillen, lo vilipendien, lo ultrajen, no merece haber nacido en esta tierra, la «más hermosa que ojos humanos vieran ».  

Para mí­ Martí­ es Cuba y Cuba es Martí­, el más universal de los cubanos, el hombre que, a manera de cordial tonificador, me da fuerzas para levantarla si alguna vez viera caer por titubeos y flojedades a esa Cuba revolucionaria, insumisa, con sus aciertos y desaciertos, fallas, errores, o como quieran llamarle a lo que nos ha salido mal o no hemos sabido resolver en el momento oportuno.  

¡Cuánto quisiera encontrarme de nuevo con aquel muchacho del barrio que decidió emprender una «escapada trashumante » a tierra tan distante de su sangre y su rebaño natal! Me gusta pensar que volverá, persuadido de que sin nación solo queda el desarraigo, el destierro del alma; de que al Maestro, al Héroe, al Apóstol, lo necesitamos más que nunca para vivir, amarnos y defendernos.

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