
Antes fueron estables proveedores de hortalizas sin hojas para instalaciones del turismo en la zona central cubana, mientras el mayor margen de las producciones acopiadas iba a contratos estatales y ventas directas a la población.
Desde hace unos días ya no es igual. La prioridad: garantizar alimentos al pueblo y sustituir importaciones. Los cosecheros de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Orlando Hernández, en el Valle del Yabú, en Santa Clara, solo atinan a dirigir la recolección a los lugares establecidos para que nada de lo que se obtiene en sus tierras tenga ausencia en los agromercados de la ciudad.

Desde hace años Fermín González Beltrán, el presidente, junto a los 150 socios, apostó por el fomento de hortalizas y frutas frescas sin obviar la diversificación de cultivos varios a partir de técnicas agroecológicas. Los frutos que obtienen constituyen desvelos de la selección de simientes de calidad para privilegiar los rendimientos. Todo, casi todo, se hace con tracción animal, una fuente segura ante las limitaciones de combustibles para aprovechar los suelos que explotan.
Las fincas ocupan unas 306 hectáreas de tierra. Algunas ostentan galardones por la aplicación de la ciencia y la técnica gracias a vínculos con centros de investigaciones. Ahí están los magníficos resultados en la plantación de tomate, pepino, zanahoria, remolacha, calabaza y también sembrados de plátanos y otras viandas.
En la comunidad Julián Grimau, lugar en el cual están asentados los campesinos, perteneciente al Consejo Popular Hatillo-Yabú, las excelencias del autoabastecimiento municipal con el concurso del sector estatal, marchan de manera acelerada. Acumulan más de un 90 % de satisfacción de las necesidades alimentarias de los residentes, confesó González Beltrán.
Pasos sobre el surco
Con los reclamos por elevar las respuestas productivas y continuar con la preparación de tierra, con el empleo de la tracción animal, para obtener alimentos que garanticen el enfrentamiento del país frente a la COVID-19, «nada se detiene en la Cooperativa, y asumimos los suministros de placitas en Santa Clara y contamos con medios de venta a la población local », precisó González Beltrán.

Una de las añoranzas de los integrantes de la organización de base de la ANAP en la CCS, presidida por María Caridad (Cachita) González Suárez, es concluir la añorada reconstrucción del mercado, impostergable por el tiempo que transcurre. También tienen anhelos por una casa de cultivo para la obtención de posturas y vegetales de primera calidad. Una minindustria dedicada al procesamiento de encurtidos y pulpas de frutas fuera lo ideal. En esas faenas insertarían a mujeres a la producción. Por el momento nada de eso tienen, pero ello no constituye barrera para sustituir importaciones.
Creen, incluso, que los «sueños no están lejos, y aparecerán al vencer esta terrible pandemia que azota al mundo », dijo la mujer, esposa, además, de González Beltrán.
«Ya contamos con 14 casas de posturas rústicas que algunos socios implementan para obtener un 50 % de las simientes dirigidas a los campos », explica la mujer durante el trayecto, casi al mediodía, hasta la finca Hato Viejo, entre las destacadas en la aplicación de técnicas agroecológicas, el empleo de abono orgánico, el intercalamiento de cultivos y el control de plagas con biopreparados.
Cuenta que en tomate, empalado a sol abierto, los rendimientos superan las 70 toneladas por hectárea, y en pepino, con semillas facilitadas por especialistas del Instituto de Investigaciones en Viandas Tropicales (Inivit), logran 19 t/h, con acopios de excelencia.
González Beltrán, el presidente de la CCS, afirmó que tienen aprobados 10 módulos para cultivos protegidos en áreas de cosecheros, y de esa cifra uno será de uso colectivo de la organización campesina.
También «incursionaremos con más insistencia en el pimiento, y en los diferentes renglones agrícolas los volúmenes de rendimientos y entrega de acopios crecerá », señaló.
En la cooperativa «hay una filosofía de trabajo para no aguardar por los que vengan desde el exterior », puntualizó Cachita González Suárez en el umbral de la finca Hato Viejo, especializada en plantaciones de tomate, limón, cultivos varios intercalados, así como coco y hasta caña de azúcar para alimento animal.



Allí tropezamos con el matrimonio campesino integrado por Andrés Ramos Alfonso y Gladys Muñoz Pedroso. Contaron de las experiencias con la materia orgánica, el humus de lombriz a partir de las excretas de ganados vacuno y ovino. De igual modo, hablaron de la sustitución de plaguicidas químicos y de labores agrícolas con bueyes y del empleo de la electricidad para el riego de agua por aspersión y gravedad.
Semanas atrás, en esa finca de 2,8 hectáreas, efectuaron un taller agroecológico para mostrar aspectos de la ciencia y la técnica, y dialogaron sobre técnicas de cultivos y la disminución de daños al entorno natural, apuntó González Suárez.
En la finca El Palmar, asistida por el usufructuario Alfredo Rodríguez Alonso, se fomentan los frutales, las viandas y hortalizas en unas 3,58 hectáreas. Los rendimientos aumentan allí, principalmente en el tomate empalado, y gracias a la existencia de un pozo y una micropresa cercana, disponen de riego de agua estable, con lo cual se aspira a completar otras 5 ha para incorporar a otros cultivos y elevar los volúmenes de producción.
Existen otras plantaciones notables, apuntó Fermín González Beltrán, el presidente de la CCS, y en la perteneciente al promotor agroecológico Heriberto Rangel Vázquez, así como a familias de productores entre las que destacan los Pozo, Suárez y Guerra, existen experiencias ancestrales de cultivos varios. En hortalizas y frutales se lleva ciencia y técnica al campo y se observan con puntualidad el número de simientes que reclama cada superficie. Eso está a tono con lo que exige el país, sobre todo en estos tiempos.
González Beltrán habla también de los suelos prodigiosos del Yabú, del agua subterránea que abunda, incluso del microclima que allí existe. No olvida en su mención el cultivo del tipo de plátano vianda guatanamero en fomento. Durante el trayecto, a pie, por más de 1 kilómetro de caminos campestres, advirtió que la «escasez hace parir jimaguas » por la necesidad de insumos que no aparecen y obligan a buscar alternativas agrícolas para incrementar cosechas que, en las actuales coyunturas del país son necesarias.

En medio de circunstancias que exigen un enfrentamiento constante a la COVID-19, y su azote, no queda otra vía posible que producir y aportar más, y «vista hace fe », aseguró González Beltrán. «Nuestro propósito y compromiso es garantizar con producciones las ventas a Acopio, surtir las placitas asignadas y abastecer la comunidad. No desdeñamos completar la comercialización contratada de 45 700 litros de leche, así como de 25 toneladas de carne vacuna y otras 2 de ganado menor previstas antes del cierre de año », indicó. Esa constituye la meta, y ahí se concentran todos los esfuerzos en lo inmediato y perspectivo.
Los cálculos no son ficción. Constituyen una realidad que se erige en una de las principales fortalezas de la CCS Orlando Hernández, del Valle del Yabú: un espíritu de ciencia y técnica reina entre campesinos que extraen de la tierra otros frutos para prodigar vida y hacer efectiva la convocatoria de producir más, formulada por el país.