
Me hubiera gustado entrevistarlo sin nasobuco para que el mundo conozca su realidad; sin embargo, no estoy autorizado a violar disposiciones sanitarias. Tampoco es el tiempo de que Erika de la Caridad y José Ernesto le pidan a su padre que les lea un libro de cuentos o que le ayuden a descubrir a un Robin Hood o a la Bella Durmiente porque son adolescentes; quizás Angélica, de solo seis años, indague por esos caminos de la fantasía dada su edad. Mas, cuando el Dr. Ernesto Díaz Padrón está en casa, ellos prefieren regalarle momentos de ternura.

Esos que tanta falta le hacen para enfrentar su misión cotidiana en el hospital Comandante Manuel Fajardo Rivero, de Villa Clara, por lo que preferimos buscar sus dimensiones humanas, y no centrar el diálogo en el contexto de la gravedad que acompañan a las unidades de terapia intensiva.
Una vez allí, está rodeado de monitores, con esas curvas inusitadas reflejadas en las pantallas, inmerso en las peculiaridades de cada paciente, en un mundo cerrado que, a veces, no permite saber si es de día o de noche, y si por casualidad, San Pedro le regaló un poco de lluvia a la ciudad.
Lo cierto es que el especialista de II grado en Medicina Interna comenzó la preparación intensiva, a fin de enfrentar la nueva encomienda dada la prontitud con la que comenzaron a arribar los primeros casos sospechosos al centro.
«Inicialmente nos incorporamos al trabajo con personas dudosas de tener la COVID-19, y al confirmarse los primeros pacientes, pasamos a la atención directa como jefe de grupo ».
¿Pudiéramos hablar de un antes y un después de esta vivencia?
Dada la magnitud de la situación es complejo definir lo que esto puede derivar desde el punto de vista personal y profesional, pero sin dudas es un gran reto. Nuestra vocación lo exige, y no hay otra cosa más digna que cumplir el deber que nos ha puesto la vida, aunque también se sufre porque somos humanos.
«Uno aprende a valorar más la existencia, cada minuto, cada cosa que te ocurre. Antes pasaba el día a día en la sala, y lo consideraba, quizás, como algo rutinario, pero cuando te ves en estas coyunturas aprecias una serie de detalles que resultan plenas bondades en nuestro país. Pudieran resultar cotidianas, pero las ves en otra dimensión, con un sentido más integral, y te empeñas en dar más, incluso hacia la familia ».
Como hombre convencido de su fe, el Dr. Ernesto Díaz sabe de sacrificios forjados por una familia de trabajadores. Estudió mucho para alcanzar esa profesión que le corre por las venas, y que un día se hizo realidad al llegar a ser médico, aparte de que la vida militar le moldeó su personalidad.
Para el galeno, de 48 años, su especialidad en Medicina Interna no puede enquistarlo en una burbuja científica unilateral. El médico es un ciudadano y no debe descontextualizarse de su mundo.
«Seguimos hablando de guerras, de desigualdades, y no nos damos cuenta de que la vida pasa de manera vertiginosa. Hay personas que mueren de hambre y, si acaso, eso se refleja en una cifra fría en dependencia del continente. Y el mundo sigue avanzando. Por qué no pensar en la producción de alimentos para ofrecérselos al universo, por qué obviar los espeluznantes indicadores de salud en un tercer mundo, por qué herir al medio ambiente que constituye la plataforma de la vida.
Ojalá la humanidad razone y se organice mejor en función de lo que se debe hacer para no agredirnos tanto como especie ».

Por estos días el pueblo los denomina héroes anónimos y le tributa, cada noche, un aplauso merecido…
Esos aplausos los agradezco mucho. Incluso, los vivo en mi reparto José Martí junto con mi esposa, también trabajadora de la Salud, y mis retoños. Yo los doy en tributo a los demás, ya que no recuerdo una pandemia igual diseminada por el mundo.
«En cuanto a si somos héroes, no lo creo. Las potencialidades de la medicina cubana constituyen ciencia verídica, y desde que escogimos esta profesión tenemos el compromiso de darlo todo, de hacer hasta imposibles, de sentir por ese paciente y por su familia como si fueran una prolongación nuestra. Están los testimonios en muchos lares, aunque algunos quieran distorsionar el componente real de nuestras misiones. No hay dinero que pague la vida de un profesional de la salud en pos de salvar y atender el bienestar de otros.
«Cuando venía para la entrevista veía a nuestro personal con sus típicas batas, y a los jóvenes enfrentando la pesquisa masiva en la ciudad. Por eso las grandes obras no necesitan un nombre para describirlas, el pueblo conoce que cuenta con esa fuerza, y servirle a él es la máxima divisa ».
Ud. que aprecia las complejidades de los casos a diario, ¿cree que se ha interiorizado la percepción del riesgo?
A mi modo de ver todavía no se cumple de la manera requerida, estamos hablando de vidas humanas. La asistencia médica la tenemos invariable, los profesionales dispuestos a vencer cualquier sacrifico; contamos con recursos y medicamentos de acuerdo con los protocolos de una enfermedad letal, nueva, con un comportamiento inusitado, a tal punto que el paciente evoluciona de una manera tórpida; ante los ojos de los expertos puede manifestarse sin criterios de gravedad, y en pocas horas, variar su cuadro clínico, por ello toda medida de precaución resulta poca. Preferiría el exceso y no quedarnos por debajo. Una mínima negligencia puede costar vidas.
Retomo su marco hogareño…
A mis tres hijos los considero el principal tesoro. Ellos saben de la responsabilidad de su padre, Erika con sus 14 años, José Ernesto, con 11, y Angélica lo va comprendiendo con solo seis. Tengo a mi esposa que me entrega infinito apoyo, y juntos hemos transitado complejos momentos que se han logrado vencer. En estos días se hace compleja la comunicación por las características del trabajo, y por una superación que exige el estudio constante, a pesar del cansancio; mas las muestras de afecto y de cariño son permanentes. Para ello resultan fundamentales los valores que se trasmiten en el hogar.
Si tuviera que definir virtudes y defectos en la era contemporánea
Los seres humanos somos responsables de nuestro mundo y tenemos las potencialidades para hacer las cosas correctas. La más grande de todas las virtudes es la humildad, a partir de ella se puede comprender, escuchar, aceptar lo bueno y lo malo, tomar lo positivo de donde provenga y desechar lo incorrecto. Esa virtud te permite servir sin pedir nada a cambio.
«En cuanto a los defectos señalaría la falta de sensibilidad, la mentira, la hipocresía, el egoísmo, la codicia ».
El Dr. Ernesto Díaz Padrón se abraza a la máxima de que nadie se salva solo, por lo que no se cansará de situar en el corazón de cada persona aquellos detalles que nos hacen crecer humana y espiritualmente.
Cada vez que debe salir de la Sala tendrá que cumplir las más estrictas medidas de seguridad, al igual que en el retorno. Cambio de indumentaria, aseo personal, en fin.. Y como persona con optimismo y esperanza no deja de reafirmar, quizás, el precepto que mueve su vida: «trato de crear un mundo mejor ».