
Dice que Haití fue una misión hermosa, llena de momentos imborrables. Que en Brasil estuvo en un pueblito como de novela, con una sola calle y una única capilla. Que el día que marchó a otro lugar, por órdenes del ministerio, la gente salió a las calles porque nunca habían tenido a un médico que no les cobrara.
Lidia González Agí¼ero tiene poco más de una década de fuertes misiones internacionalistas, aunque aún no tenga definida la suma exacta de años por América: Bolivia, Haití, Venezuela, Brasil, Guatemala...

Sin embargo, la primera vez que salió del país, por poco no aguanta. «Ailed tenía 18 años y me dijo: tú no eres la única mamá que está cumpliendo misión ».
Acabo de conocer a estas dos mujeres para la entrevista. Ailed me había hablado de la fortaleza de su madre y, sin embargo, ahora comprendo de dónde nace la suya.
La doctora Lidia sabe que ser médico significa saldar una deuda pendiente con la humanidad, aunque ha podido comprobar en carne propia cuán difícil resulta cumplir paralelamente con esa gran tarea y cuidar de su familia.
«En el año 2003, inició el primer período de misión de mi madre. Yo todavía estudiaba en Instructores de Arte. No había tanta comunicación como ahora: recibíamos correos por su trabajo y llamadas una vez al mes, cinco minutos. Las cartas demoraban dos meses », revela Ailed y puedo notar su regocijo.
Pero la doctora Lidia tiene más «hijos » orgullosos. Me cuenta de su amor por Cristofer, «el hijo de mi sobrino Roly, un niño bello que después de trece años finalmente visitó Cuba ». Hablando de él, le brota una lágrima de adoración.
Me dice que le sobran los ahijados sin bautizar, pequeños que gracias a ella nacieron felices a pesar de ser frutos de embarazos no deseados o de madres adolescentes. «Guardo con mucho cariño esos recuerdos maravillosos del Condado santaclareño ».
Pero tras esa madre de tantos, esposa de Bienve, el marinero », se esconde una profesional implacable:
«Siempre ha sido una doctora brava, recia con los que se aprovechan de otros. Dice que no da recetas para hacer botiquines y te juro que es así, pues en la casa solo hay curitas y jarabes », dice Ailed.
En pocos minutos Lidia logra ganarse mi empatía. Asombra tanto camino recorrido. Cuánto ha de saber interpretar a la gente… Aprovecho para preguntarle por las madres latinoamericanas que ha conocido y ella insiste en que nada tienen que ver con las nuestras.

Bolivia, Haití, Venezuela, Brasil… en septiembre pasado regresó de Guatemala y ahora, tras la emergencia sanitaria impuesta por la COVID-19, marchó hacia Belice, segunda ocasión en la que trabaja con la Brigada Henry Reeve .
«Me enteré de esta última misión estando en el trabajo. Mi madre me llamó y me dijo, siempre en tono fuerte: "Me voy a La Habanaâ€. Yo sabía el resto, pero esta vez es más alarmante, más dura... Siempre cierro los ojos y le pido a Dios y a la Virgen por ella, porque mi mamá siempre ha sido de las que están en donde se necesite ».