
Angelito, el pedagogo, siente satisfacción cuando conversa sobre las potencialidades de los suelos, y no cree en imposibles. A menudo insta a los campesinos para que la tierra ofrezca más alimentos, aunque carezcan de insumos necesarios. Todo parte del sudor individual y el apoyo colectivo que impongan sobre los surcos.

Es un hombre que dice lo que siente por dentro, y cuando se equivoca o le enmiendan una errata, de inmediato rectifica. Juzga, además, que todas las bondades agrícolas andan escondidas y requieren desatarlas para minimizar las importaciones. La batalla contra el virus que provoca el SARS-CoV-2 da otras razones. Cuando habla ante los socios de su cooperativa, otro de sus «amores visibles », hay quien precisa que un silencio se impone al escucharlo. Habla con argumentos.
Allá en Las Delicias, cerca del aeropuerto Abel Santamaría, en Santa Clara, tiene su finca, patrimonio de los ancestros. El progenitor, medio terco, prefirió sembrar maní, maíz y cortar caña en la costa para adjudicarse el título de propiedad de la tierra en la cual fomentaría a la familia. «Pasó el tiempo. Eso fue en 1933 y hasta el viejo adquirió la marca de fuego, el hierro caliente que marcaba la piel de las reses y los caballos para asegurar que era el dueño de los animales », precisó.
En la vida de íngel Chaviano Espina persisten otros momentos. Están las incursiones como docente en centros de la enseñanza técnica-profesional y el incremento de la familia. Hubo una vuelta a la finca y desde 1997 lo eligieron como presidente de la CCS 17 de Mayo, en Santa Clara, período en el cual la cooperativa quedó fortalecida y los socios apostaron por desarrollar las frutas tropicales, como objeto social. No desestimaron el fomento de cultivos varios y la ganadería. Después adicionarían la crianza de cerdos a partir de convenios estatales, y dejarían atrás las siembras de flores tropicales y tabaco.
De lo poco a lo mucho
Ahí residen algunos secretos, añade Angelito, para extraerle mayores resultados a la tierra. La cooperativa, con su sede en los elevados de la Carretera de Maleza, es una de las más dispersas de la provincia, y limita con territorios de Encrucijada, Cifuentes y Camajuaní, al abarcar unas 577,06 ha. Tiene 243 socios y de esa cifra, un 17,6 % figura como propietarios de la tierra, en su mayoría, beneficiados por las leyes de la Reforma Agraria. La parte restante, sin que sean grandes extensiones de suelos, está amparada por diferentes resoluciones del Minag.
Desde el fortalecimiento de la CCS incursionaron en la cría de cerdos, con más de 40 convenios con la parte estatal, entre ceba comercial (reciben animales) y la terminal (adquieren los puercos a partir de madres paridoras), hecho que permite entregas anuales de unas 970 toneladas.

Todo se «logra con proyecciones sistemáticas, atención a las fincas y el trabajo en equipo; aunque siempre aparezca el hombre en solitario apegado a su finca », dice Angelito.
También son, afirma, «los avatares personales aprendidos con el tiempo, en las lecciones de los congresos del movimiento campesino y cooperativo en los cuales intervine, y de las enseñanzas de Fidel cuando en sus discursos acusaba a los gobiernos de Estados Unidos por el injusto bloqueo a nuestro país ».
Incluso, insiste, forman parte «de ese aprendizaje con investigadores agropecuarios y de anónimos campesinos, y hasta de los pronunciamientos que hizo Raúl durante encuentros con las cooperativas de frutales para consolidar un desarrollo en los cultivos que permitiera sustituir importaciones de alimentos ». Es una de las razones del porqué exhorta a los socios a entregar más producciones a Acopio, el centro comercializador.

De aquellas 28 cooperativas de todo el país, cifra que después creció a más de un centenar, la CCS 17 de Mayo se acentuó en la plantilla nacional de la rama de los frutales. En los viveros se fomentaron, al menos, cinco especies que luego trasplantaron al campo. Fue el intento, como en otros lugares, para promover plantaciones que después contribuirían a la alimentación del pueblo y aseguramientos a instalaciones hoteleras.
Desde entonces viene una amarga experiencia. Llegaron «papeleos y burocratismo » que impidieron el montaje de una minindustria. «Sí, eran cinco las que se levantarían en toda Cuba. En Villa Clara nuestra cooperativa fue la escogida. Es un camino que comenzamos a transitar y no vimos el final. Después de un lustro, otra vez organizamos proyectos y documentaciones. Ya la veremos trabajando algún día », acotó. Por lo pronto, disponen de una fábrica similar, con excelente tecnología, con el rótulo de «A tu gusto », propiedad de un campesino que envasa producciones en conservas frutas, vegetales y condimentos comercializadas con Frutas Selectas, en lo fundamental.
Aquí en contratos con Acopio, señaló Angelito, «va más del 50 % de las producciones que se obtienen. Entregamos todos los años unos 86 000 litros de leche. Todo se logra con el empleo de la tracción animal, en tierras de secano, a veces degradadas por la sobreutilización, y que mejoramos con la aplicación de materia orgánica, sea estiércol de bovinos, gallinaza, humus de lombriz o el composteo con residuos de cosechas. De ahí que se obtengan utilidades y exista una certificación de nuestra economía ».
En pequeñas áreas se aprecian parcelas de cafetos, a sol o debajo de arboledas, que se distinguen como cultivos en desarrollo. A Chaviano Espina pregunté sobre esas últimas plantaciones. En la cooperativa, aclaró, existen unas 107,36 hectáreas (alrededor de ocho caballerías), y no contabilizan la producción porque constituye un renglón que se destina al autoconsumo familiar. No obstante, aclara, resultan evidentes los crecimientos en comparación con otras épocas.
Sencillos cosecheros
Sin despojarse del nasobuco, el habitual atuendo para el enfrentamiento diario frente al nuevo coronavirus, con sombreros o gorras, los campesinos muestran con satisfacción sus siembras y crías de cerdos. Es lo esencial apreciado en un recorrido bajo la pertinaz lluvia de estos días.
Ante la pandemia, muchos agropecuarios del sector hacen donaciones a instituciones hospitalarias y centros asistenciales. De la CCS 17 de Mayo ya salieron algunos envíos de alimentos.

Todos apuntalan el lema que acoge la ANAP en Villa Clara: «Unidos, produciendo para el pueblo », un punto de vista que sostiene José Ruperto Machado López de Castro, un campesino que por usufructo explota 2,04 ha con siembras de viandas, hortalizas, y crías de cerdo y gallinas. De allí parten todos los años, de acuerdo con el convenio de ceba comercial, unas seis toneladas de carne.
Los cultivos varios van a contratos con Acopio, mientras los huevos, al sustento familiar. Unas 6,2 t del maíz que recolectó, junto con residuos de cosechas y palmiche que extrae de un palmar cercano, los utiliza para engordar los puercos ante las limitaciones en aseguramientos estatales de piensos.
Machado López de Castro anima en la finca la inseminación artificial de las reproductoras y también entusiasma a otros criadores. Por lo pronto, piensa en el fomento de una plantación de malanga colocasia y de una casa de cultivos semiprotegidos para desarrollar las hortalizas.
Esa idea también ilusiona a Yordanis Viera Amador, usufructuario que asiste unas 2,2 ha de siembras de malanga colocasia, ya a punto de cosecha. El hombre, como otros campesinos, se vale de la tracción animal y del riego eléctrico de agua a partir de pozos, algunos agotados ante la sequía.
Viera Amador también aplica técnicas agroecológicas y esparce la gallinaza para mejorar los suelos. En el diálogo aboga por que aparezcan las lluvias para beneficio de los cultivos, en especial de la malanga, una plantación casi anual que escapa de los estragos de los ciclones y permite disponer de alimentos en cualquier época.
De paso por la finca de Viera Amador anda otro campesino. Es Amado Valido Machado, un usufructuario que mejora las cualidades del suelo, a partir de gallinaza y estiércol de bovinos, pues allí abundan los cascajos. Sus cultivos preferidos son las viandas y las hortalizas. El hombre cree, como otros, en las cualidades de las simientes que emplea. Dice que conserva las más apropiadas y adquiere otras certificadas en entidades del Minag, una vía posible para impulsar ciencia y técnica desde el surco.
Constituye, como asegura Angelito Chaviano Espina, el momento en el cual la tierra dará otras riquezas y mostrará el empeño del hombre para reducir la mentalidad importadora que siempre se aviva en muchas partes.