Su nombre es Iván Alejandro Otero. Me acerqué a él cansada de la típica entrevista a los mejores estudiantes, porque todos tenemos historias que contar, aunque la vida no nos premie con las mejores calificaciones o el cargo más importante.
Él forma parte de la séptima graduación de la Escuela Pedagógica Manuel Ascunce Domenech y aún recuerda el primer día que llegó a ese centro de estudios, lleno de temores e inseguridades «Enfrentarse a los estudios que definirán tu profesión siempre causa temor », me explicó.
En su memoria tiene guardada la frase que le dijo una profesora en su primera clase de metodología:
«Todos pueden ser buenos catedráticos, pero aquí están para aprender a ser buenos educadores ».
Se graduó con las limitaciones causadas por la pandemia de la COVID-19, que provocó un atraso en el programa y perdió tiempo de esas prácticas que considera vitales en la formación.
Su experiencia más bonita de esta última etapa fue la preparación y exposición de su clase de culminación de estudios, al considerarla una manera de demostrar todo lo aprendido en estos últimos cuatro años.
Dice que todos los días se aprende algo nuevo, que los niños son una fuente inagotable de conocimientos y, a la vez, de inspiración, por lo que en sus proyecciones futuras está la superación en la especialidad de Historia y Marxismo.
Para él las medidas de distanciamiento social en el magisterio suponen una barrera en esa relación profesor-alumno, principalmente en los primeros grados, pero asegura que están hechas para proteger la salud de todos y que forman parte de la nueva normalidad.
Actualmente, se siente preparado para enfrentarse al aula, y de ello agradece a todo el personal, tanto docente como no docente de la Escuela Pedagógica, pues sin ellos y el apoyo incondicional de su familia, no pudiera tener el título del que se siente orgulloso y comprometido con la Revolución.