
Hace 64 años un villaclareño poco conocido en su provincia natal estuvo entre los 82 hombres que entraron un memorable 2 de diciembre en los umbrales de la historia de Cuba a bordo del yate Granma. Se trata de Pablo Díaz González, nacido en cuna pobre el 29 de junio de 1912 en el poblado de Calabazar de Sagua, donde junto a cinco hermanos creció tempranamente sumido en la orfandad.

Trece años tenía Pablo cuando su madre decidió llevarlo para La Habana con la esperanza de que pudiera labrarse un destino más promisorio. En la capital, el muchacho debió batirse a brazo partido con la vida para imponerse a los embates de una sociedad que discriminaba al hombre por la pigmentación de la piel y su origen de clase.
Esa realidad, expresada en la ausencia de oportunidades vitales, incentivó la rebeldía del joven calabaceño contra el régimen de Gerardo Machado, en cuyos calabozos penó alguna vez. Tras el cuartelazo batistiano en marzo de 1962, combatió la afrenta y asumió la idea de que solo la insurrección armada posibilitaría la instauración de la patria soñada por Martí.
Los hechos del Moncada le ofrecieron el detonante para encauzar sus energías desde las filas del M-26-7, organización en la que fungió como delegado en Nueva York.
Múltiples privaciones y riesgos afrontó en esa urbe, donde ganaba el sustento fregando platos en un restaurante de la calle 18 y 7. ª Avenida, mientras desempeñaba una ingente labor política entre los compatriotas, dirigida a captar adeptos para la causa libertaria.
En tales gestiones intimó con Camilo Cienfuegos, a quien lo unía la voluntad de acción, y juntos estuvieron en demostraciones patrióticas contra Batista u otro sátrapa latinoamericano.

Cierta vez le montaron un piquete a (Rafael Leónidas) Trujillo, el déspota mandatario de República Dominicana en ocasión de su visita a Nuev York.
«Desfilamos con un ataúd como símbolo de muerte frente al hotel donde se hospedaba el dictador. Él salió y se paró a mirarnos, rodeado de un montón de esbirros. Camilo lo increpaba gritándole: " ¡Asesino, tirano!". Yo hacía otro tanto. Parece que el hombre se molestó y oímos cuando llamó a un secuaz, nos señaló, y preguntó quiénes éramos. Si por casualidad hubiésemos sido dominicanos nos mandaba a “pelar†».
Con Camilo también compartió Pablo en rigores del entrenamiento militar en el campamento de Abasolo, en México. En medio de las duras condiciones de vida, regidas por la severa disciplina y una intensa preparación bélica, Pablo fue capaz de aquilatar las potencialidades guerreras de Camilo. En una hoja de su libreta de notas escribió con certera predicción: «Veo en él a uno de los futuros jefes del ejército revolucionario ».
Luego del desembarco del Granma y posterior dispersión tras el combate de Alegría de Pío, el villaclareño abandonó aquel infernal escenario con Fidel, Juan Manuel Márquez y Universo Sánchez. En un momento determinado los perdió de vista y prosiguió solo con rumbo sur.

Ya el Ejército había dispuesto el cerco de la zona a fin de capturar a los sobrevivientes que intentaban alcanzar la Sierra Maestra. Unos lo lograron; otros infelizmente resultaron apresados por la soldadesca y asesinados sin contemplaciones. Esa fue la suerte que corrieron Luis Arcos Bergnes y Eduardo Reyes Canto, los otros villaclareños que formaron parte de la expedición.
En la azarosa travesía que hizo Pablo durante varios días, tuvo la dicha de contar con la inestimable protección de los serranos y llegar a Bayamo el 21 de diciembre.
Días más tarde, con el mayor sigilo tocaba a las puertas de una hermana en Calabazar. A la mañana siguiente, acompañado de gente de confianza acudió al Registro Civil de Viana para solicitar una copia de su inscripción de nacimiento. La necesitaba para el pasaporte, pues partiría de inmediato al exterior para cumplir importantes misiones asignadas por la dirección revolucionaria.
Después del triunfo de la Revolución, desempeñó durante muchos años importantes responsabilidades en diferentes esferas de la actividad socioeconómica y participó en operaciones de lucha contra bandidos en los años 60.

En diversas ocasiones retornó de visita al poblado; en la de 1989 estuvo en el monumento a los libertadores, ubicado a la entrada. Imperaba tal estado de abandono que el expedicionario exteriorizó su desagrado. Dijo que desde niño solía ir allí, donde siempre había flores, orden y limpieza, y pidió que se abstuvieran de invitarlo nuevamente si persistía tan deplorable situación.
El 8 de septiembre de 1992, a los 80 años, falleció en La Habana aquel hombre que dedicó su vida a combatir las injusticias sociales. En el sepelio, ante nutrida concurrencia, pronunció el discurso fúnebre otro de los tripulantes del Granma, Jesús Montané Oropesa, quien honró con sentidas palabras la personalidad del destacado combatiente villaclareño.