
Al cabo de los años los ya tantos de ejercicio periodístico pensé que no podía escribir nada ¿nuevo? sobre un día que Cuba celebra, año tras año, cada 22 de diciembre. Entonces, recurriendo al Apóstol, me llamé a capítulo: «Todo está dicho ya; pero las cosas, cada vez que son sinceras, son nuevas ».
Y se me ocurrió hacer un listado con el nombre de los mejores maestros, profesores y directores que tuve, desde el kindergarten hoy prescolar hasta la educación de posgrado, señalando con un asterisco a los que recordaba con más amor por su devoción al magisterio; mas, sobre todo, por la paciencia, condescendencia y pedagogía demostradas al sobrellevar a una alumna hiperquinética y díscola, de la que todavía se observan algunas trazas o vestigios.
No puedo ocultarlo. Fueron bastantes mis desobediencias infantiles, irreverencias de adolescente, rebeldías juveniles y herejías de adulta, atemperadas las primeras ¡por suerte! con los favorables resultados académicos finales y el agradecimiento infinito de mis padres, que «jamás de los jamases » les quitaron la razón ni fueron a reclamarles castigos ni sanciones, tal vez exagerados, y siempre muy efectivos para aprender las tablas de multiplicar, leer con fluidez, y mejorar la letra y la ortografía.
¡Sí, señor!, la idea resultó un buen ejercicio de memoria, una especie de ensayo que me inspiró a hacer lo mismo con quienes les dieron clases a mis hijos; un interesante viaje al cosmos generacional; un repaso a las características sociales, económicas, políticas y demográficas de un país con tradición pedagógica y nombres tan ilustres como Varela, De la Luz y Caballero, Martí, Varona, Almendros, Escalona, García Galló y Raúl Ferrer, y tan valientes y emblemáticos como Conrado Benítez y Manuel Ascunce.
Tal vez metodológicamente mi estudio carezca de valor, permeada su cientificidad por lo espiritual. Les cuento que de los más de medio centenar enlistados finalistas, solo 12 como los dioses olímpicos del Panteón griego, los hijos de Jacob, las tribus de Israel y los apóstoles de Jesús alcanzaron mi estrellita diferenciadora, por tratarse de maestros y profesores que fundieron enseñanza con pasión, razón y emoción, deslumbrándome frente a la pizarra; aunque mucho más por sus análisis y razonamientos que liberaron y formaron mi pensamiento crítico, muy importante en el cuestionamiento, evaluación y toma de decisiones que muy pocos entienden como acción y compromiso, y un aspecto relevante de la formación universitaria que recibí y pude trasmitir a mis alumnos de Periodismo mientras ejercí, a tiempo completo, como profesora titular adjunta de la especialidad en la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas.
Me pasé un día haciendo la relación; y otro, definiendo y signando por qué a unos los evocaba con más amor; a otros, con menos, y a un grupo apenas los recordaba o había olvidado. ¿Qué identificaba y unía, pues, a mis «12 apóstoles », dos de ellos de mi hija y uno de mi hijo, nacidos ambos en Cuba revolucionaria y con apenas siete años de diferencia?
Sin excepción, se trata de personas agradables, afectuosas, accesibles, entusiastas y cariñosas, amistosas, bondadosas, inteligentes, vehementes, expertas en su materia, organizadas, cultas, prudentes, exigentes, justas a la hora de calificar, implicadas con la escuela y la familia, llámense ellas Sor Portacelli, Lilian, Milagrosa, Cancio, Aida Ida, Iselda, Sergio, Jackie, Gema, Pilar, Albertico, Delfis…
Y no digo más, ni nada nuevo:
¡Felicidades, educadores! Aliento, alma y ejemplo de la nación, cada cual tiene los suyos para recordar y amarlos en su día.
En la patria alfabetizada de Martí y Fidel somos millones.