Honrando un noble gesto

Fue un villaclareño, el desaparecido pedagogo Agripino Cruz Jiménez, quien custodió los restos de Conrado Bení­tez, el maestro asesinado el 5 de enero de 1961 en la montañas del Escambray durante la Campaña de Alfabetización.

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Alfabetizadores e imagen del maestro asesinado Conrado Benítez.
(Foto: Tomada de Internet)
Benito Cuadrado Silva
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07 Enero 2021

Desde muy joven  vivió Agripino Cruz Jiménez con la honra de haber custodiado durante largos meses los restos mortales del maestro Conrado Bení­tez Garcí­a, asesinado por los bandidos en el Escambray el 5 de enero de 1961, hace 60 años.

Conrado Bení­tez, maestro asesinados por los bandidos el 5 de enero de 1961, durante la Campaña de Alfabetización.
Conrado Bení­tez. (Foto: Tomada de Internet)

Como el joven matancero, Agripino también abrazó desde temprano la noble profesión de enseñar y, de hecho, el mismo dí­a que se cometí­a el crimen en la montañosa región de San Ambrosio, él se encontraba impartiendo clases en la escuela rural que atendí­a en Zaza del Medio. Instruí­a al prójimo, y dotarlo de conocimientos e ideas constituyó hasta el último aliento el sentido primordial de su existencia.

Así­ sucedió durante la Campaña Nacional de Alfabetización, capacitando a los brigadistas, o dirigiendo, en 1964, la Cátedra de Geografí­a en la Escuela Formadora de Maestros Primarios, en Topes de Collantes. A la vez, pertenecí­a a la Brigada de Maestros de Vanguardia Frank Paí­s.

Precisamente, ese año dicha agrupación celebró una reunión nacional presidida por Fidel, y entre los acuerdos estuvo el de encomendar a los profesores y estudiantes de Topes la construcción de un sitio monumentario donde mismo murió Conrado, junto al campesino Heliodoro Rodrí­guez (Erineo), también ultimado allí­ aquel fatí­dico dí­a. Serí­a un modo de homenajear permanentemente la memoria de ambas ví­ctimas.

Mucho enalteció a Agripino la decisión de sus compañeros, porque personalmente admiraba al colega yumurino por haber sido consecuente con su magisterio en el inhóspito escenario donde rindió su labor docente, y, además, por el valor mostrado ante los captores. Al morir solo tení­a 18 años y figuraba entre los primeros maestros voluntarios graduados en plena Sierra Maestra.

La respuesta del plantel ante la tarea asignada no se hizo esperar. Aceptada como un gran honor, pronto quedó conformado un destacamento. El dí­a señalado sus integrantes partieron, con picos y palas,   en camiones hacia su objetivo. También fusiles, porque aún el bandidismo asolaba aquellos parajes. Acompañaban al grupo la madre y la hermana del maestro mártir.

Durante la accidentada travesí­a se ordenó una breve parada en la escuela donde trabajó Conrado. Reinaban allí­ la  desolación y la tristeza. En el interior se conservaba todaví­a un viejo pupitre, una mesa de trabajo y una figura metálica del globo terráqueo.

Periódico Revolución publica noticia del asesinato del maestro Conrado Bení­tez.
El periódico Revolución publicó la noticia del asesinato del joven maestro Conrado Bení­tez.

Después de un pesado silencio, con visible pena en los semblantes, prosiguió el viaje. Más adelante, por lo abrupto del terreno continuaron a pie, hasta arribar a una hondonada, húmeda y boscosa, donde una rústica cruz de madera marcaba el lugar del enterramiento.

En un relato titulado Los huesos del maestro, Agripino fallecido en enero de 2005 describió el ambiente sobrecogedor que permeaba aquellos parajes y detalló el estado  en que se encontraban  los occisos cuando se abrió la fosa. El cráneo de Conrado explicaba era alargado, y en la boca, de dientes grandes y finos, faltaba una pieza; en tanto, el cráneo del campesino lucí­a más corto y blanco.

Las medias del maestro, de nailon, se conservaban en buen estado, con todos los huesitos de los pies en su interior, y los zapatos, de color caoba y suela de goma, estaban combados hacia arriba por el efecto del calor y la humedad.

Agripino Cruz, el educador villaclareño que custodió los restos del maestro alfabetizador Conrado Bení­tez.
Agripino Cruz, el educador villaclareño que custodió los restos del maestro alfabetizador Conrado Bení­tez.

Habí­a una hebilla metálica, fragmentos de un cinto, de una soga y de alambres de púas.

Contó el pedagogo que algunos dí­as después del delicado trabajo de identificación y cotejo de los huesos, según iban extrayéndose, todaví­a creí­a escuchar a sus compañeros precisando los correspondientes a uno u otro de los finados: «Este es del maestro; este del campesino… del maestro… ».

A Topes, tras horas de aciaga faena, regresó el personal, no solo con una gran carga emocional, sino también con dos pequeñas cajas grises conteniendo los preciados restos, los cuales fueron llevados al segundo piso del Edificio I del plantel y depositados justamente en el cuarto que ocupaba Agripino.

«Bajo mi cuidado me reveló en cierta ocasión permanecieron allí­ esas reliquias, hasta tanto se dispusiera su traslado a la nueva morada que se construí­a en un claro del monte ».

A esa montañosa porción de tierra aluden estos versos de Nicolás Guillén:

En la sagrada tumba
donde el viento pasa
los lirios dan su aroma
mariposas de sueño hallan su casa.

La muerte de Conrado no resultó estéril. Su ejemplo se expandió por las brigadas que, bajo su nombre, convirtieron a Cuba en Territorio Libre de Analfabetismo. El 22 de diciembre de 1961, cuando procedió Fidel a tal proclamación, fue un dí­a radiante para Agripino. De ese modo, el sueño de ambos maestros devino tangible realidad.

 

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