Lorena: bella y guerrera

Historia de una pequeña de cinco años que venció la COVID-19 y las complicaciones propias de su enfermedad de base. 

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Lorena Puentes Arencibia, niña de manicaragua con padecimiento de leucemia que sobrevivió a la COVID-19.
Cuando Lorena crezca, guardará como una memoria borrosa los días de la COVID-19, pero sus padres y el personal médico recordarán orgullosos la lucha de esta pequeña guerrera contra dos enfermedades implacables. (Foto: Ramón Barreras Valdés)
Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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06 Febrero 2021

Con apenas cinco años, Lorena Puentes Arencibia llegó hasta una sala de Terapia Intensiva, ví­ctima de la COVID-19. Ningún familiar irresponsable le llevó la enfermedad a casa ni se contagió mientras jugaba sin nasobuco en una calle de Mataguá. Estaba ingresada y protegida, mientras sus doctores trataban la leucemia linfoide aguda que le diagnosticaron el pasado 26 de noviembre.

«No me podí­a meter en la cabeza cómo nos enfermamos allí­, porque estábamos en un lugar donde todos nos protegemos. Fí­jese si es así­, que solo la niña y yo fuimos positivas. De no haber sido de esa manera, medio hospital hubiera caí­do detrás de nosotras », cuenta nerviosa Yaremys Arencibia Vizcaí­no, quien nos recibió con humildad en su casa para narrarnos en detalles la lucha de «la bella Lorena » contra dos enfermedades temibles.

«En el írea 4 la niña debutó con una neumoní­a, llegó a ponerse crí­tica y buscaron a los médicos intensivistas del “Infantil”. Nosotros no pensamos en ningún momento en la COVID-19. Dí­as atrás Lorena habí­a presentado fiebre y sí­ntomas de catarro, que fueron tratados con salbutamol, porque ella es asmática. Yo tuve dolor de cabeza y diarreas, pero como estaba nerviosa por la enfermedad de base de la niña, no les di importancia.

«Por la situación de la pandemia, nos hicieron un PCR el 11 de enero, y a las doce de la noche ya sabí­an que estábamos positivas. Esperaron al amanecer para no asustarme, mientras preparaban el traslado para el Hospital Militar el dí­a 12, bien temprano.

«Los médicos formaron un buen equipo para atender a la niña. Lucharon, lucharon y lucharon sin cerrar sus ojitos, porque la batalla estuvo dura. Me decí­an: “Mamá, tiene que descansar, usted también es paciente”; pero los veí­a, oí­a sus maneras de hablar y me poní­a muy nerviosa. Pasé siete dí­as sin dormir.

«No es una cosa que uno ve por el televisor, lo viví­. Nada más que se presentó la complicación del corazón, se reunieron con especialistas de La Habana para encontrar un medicamento efectivo. A los tres dí­as, cuando el cardiólogo vio que el corazón le latí­a bien, yo vi la  emoción de él, y me emocioné más. En todo momento nos sentimos bien atendidas y queridas. No conocí­amos los rostros detrás de los trajes, pero cuando terminaban sus seis horas de trabajo, se quedaban en el pasillo y supimos quiénes eran. Hací­an todo para sacarle una sonrisa, la complací­an hasta con lo que querí­a comer. Doctores, enfermeros, pantristas, auxiliares de limpieza, todo el mundo se ocupó de la “misión Lorena” ».

Lorena Puentes junto a su familia en su casa en Manicaragua.
A Yaremys Arencibia Vizcaí­no todaví­a le parece mentira el regreso a casa. Luego de ver muy de cerca el peligro, cuida con más celo aún la salud de su hija.  (Foto: Ramón Barreras Valdés)

¿Y cómo se portó durante esa etapa tan difí­cil?

Muy bien, siempre tranquilita. Los médicos dicen que, a pesar de lo que vení­amos sufriendo 50 dí­as atrás, es una niña espectacular, más guerrera que yo.

Jorge Puentes Solí­s, el papá de Lorena, no contrajo la enfermedad, aunque sí­ vivió desde casa todos los desvelos. Tampoco le alcanzan las palabras para agradecer a los profesionales de los hospitales Comandante Manuel Fajardo Rivero y José Luis Miranda la posibilidad de volver a abrazar a su hija.

Cuando la pequeña y su mamá se vieron libres del nuevo coronavirus, regresaron a «la casita », como le dice cariñosamente Yaremys al írea 4. Los especialistas que atienden a Lorena les concedieron unos dí­as en el ambiente hogareño. Mientras se recupera, disfruta del calor de los suyos, para retomar, más fortalecida, la quimioterapia.

Sin soltar un instante la mano de su hija, la madre no se cansa de dar gracias a todos los partí­cipes en este milagro de la medicina cubana. Saborea la intimidad familiar, se repone poco a poco de la depresión y el estrés, y mira con esperanza el horizonte cercano, confiada en los pronósticos positivos y la efectividad de los tratamientos para vencer también la leucemia.

«Me siento con fuerzas para seguir adelante. Estoy contenta, junto a mi esposo, que está enfermo también; con mi otro niño, que llevaba dos meses sin verlo y nunca antes me habí­a separado de él. Después de presenciar el trabajo tan bonito, el esfuerzo tan grande y esmerado que hicieron con la niña mí­a, creo que voy a vencer esta y todas las que vengan ».  

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